Alexandre (Jean-Pierre Léaud) es un joven burgués cínico y egoísta que vive en París. Se encuentra en un fase nihilista de su existencia: no estudia, no trabaja y apenas se interesa por los libros o por la música. Lo único que le interesa son las mujeres y, además, vive a su costa. Poco a poco va formando con Marie (Bernadette Lafont) y Veronique (Françoise Lebrun) un atípico 'menage à trois', que, para él, es absolutamente satisfactorio porque representa un equilibrio entre lo sexual, lo maternal y lo material. Al mismo tiempo, es capaz de mantenerse al margen de los sentimientos de frustración o malestar que su conducta pueda provocar en sus amantes.
Tras la Nouvelle Vague, la revolución sexual y las revueltas de mayo de 1968, llegó la obra magna de Jean Eustache, casi venerada por algunos críticos y cineastas posteriores.
Mediante tomas largas, audaces y sostenidas y diálogos que parecen confesiones, Eustache captura a una generación que navega por la desilusión de los años 70 y, en el proceso, logra una intimidad tan profunda que casi resulta desgarradora.
Casi cuatro horas de película no son ninguna broma, hay que estar en buena disposición para enfrentarse al bueno de Eustache a la hora de abordar el film y no todos quienes la vean tendrán opiniones convergentes. Para unos, un ejercicio de esnobismo, una obra pretenciosa cargada de diálogos interminables que no sirven más que para alargar una historia que les parecerá la de un diletante, un vago que vive a costa de otras personas.
Para otros, el retrato certero de una generación desencantada que ha tirado la toalla y se encuentra sin objetivos, sin ganas de seguir en el combate por mejorar la sociedad.
Mutatis mutandi, trasladable a otras épocas posteriores, por ejemplo la nuestra, en la que algunos jóvenes, a pesar del desencanto, encuentras salidas, mismamente en su propio trabajo profesional, otros adheridos a causas solidarias, incluso, equivocados o no, que esa es otra historia, alineados con las demagogias extremistas de uno u otro signo y sus cantos de sirena que aprovechan ese desencanto. Sin embargo, hay un núcleo nada desdeñable de gente brillante, preparada, hastiada de la deriva de las corporaciones tradicionales (partidos, sindicatos, iglesias...) en quienes solo ven núcleos de corrupción al servicio de intereses espurios, incapaces de llegar a acuerdos en pro del bien común y poniendo por delante sus egoísmos. Ese es Alexandre, un tipo que ha perdido la ilusión y que considera que todo está perdido.
El film es una especie de certificado de defunción de las vanguardias, de las iniciativas populares, del existencialismo (se ríen de Sartre, a quien llaman borracho), una película casi apocalíptica.
Más que una película parece un tratado de filosofía. Un beso
ResponderEliminarEn cierto modo lo es o, como bien dices, lo parece.
EliminarQué interesante, al final cada uno saca sus conclusiones.
ResponderEliminarNo sé si podría con tanto metraje.
Feliz miércoles.
Se hace un poco larga.
EliminarUn título fundamental.
ResponderEliminarLo es.
Eliminar