miércoles, 31 de octubre de 2018

EL SOL SIEMPRE BRILLA EN KENTUCKY

El juez William Pittman Priest (Charles Winninger), es un pícaro que ha llegado a magistrado que, en lugar de dejarse llevar por las formalidades legales y por la etiqueta jurisprudencial, se guía por su espíritu ético y humanista.
Ambientada en 1905, narra la sentimental historia de este afable y popular juez de Kentucky que se presenta a la reelección contra un fiscal yankee.
Está dispuesto a aprovechar cualquier ocasión para lograr votos y revalidar su mandato, pero sus ansias de continuar en el cargo no transigen con los atropellos e injusticias. Cuando el ayudante del sheriff abandona a su suerte a un joven negro acusado falsamente de ser el violador de una adolescente blanca, «Billy» Priest se enfrenta a la turba que pretende lincharlo, empleando su elocuencia, pero también un revólver. Sabe que ese gesto le hará perder votos, pero nada le parece más importante que salvar a un inocente.
Aficionado al buen whisky, su criado Jeff (Stepin Fetchit) siempre tiene preparada una garrafa para saciar su sed. El juez nunca menciona el alcohol. Cuando se levanta de la cama con su camisón y su gorro de dormir, se asoma a la ventana y hace sonar su trompeta para pedir su «medicina». Es su forma de empezar el día. El alcohol le infunde ánimos y actúa como un poderoso purgante, obligándole a correr hacia el baño entre retortijones. Su afición a la bebida choca con la estricta liga de mujeres que lucha contra el vicio. Dirigidas por Mrs. Aurora Ratchitt (Jane Darwell), consideran que la bebida es obra del diablo. «Billy» Priest intenta ganarse su simpatía, prodigándoles halagos y bebiendo limonada en la fiesta anual que organizan para promover las buenas costumbres, pero jamás secunda su intransigencia, que exige la marginación de las personas con una conducta ligera o poco convencional.


La película combina tres historias de Irvin S. Cobb: "The Sun shines Bright" ("El Sol brilla resplandeciente"), que da título al original, "The mob from Massac" ("La turba de Massac") y "The Lord provides" ("El Señor proveerá").
Casi veinte años después de haber estrenado El juez Priest, Ford nos trae nuevos episodios de la vida de este simpático personaje, engarzando, y muy bien, por cierto, tres historias que, en su momento, se publicaron de forma separada.


De nuevo los detractores de Ford cargan contra él acusándole de racista y misógino por este film. La verdad es que la mayoría de las veces, se emplean argumentos simplistas para defender esos postulados sobre la manera de ser del maestro, pues, en primer lugar, ver las cosas de hace más de medio siglo con ojos de hoy, me parece, cuanto menos, ventajista y, posiblemente, equivocado.
Ford comienza su película con un negro, Jeff, el criado del juez y la acaba con estos cantando góspel en honor del protagonista. Es cierto que los personajes de color son presentados como seres inferiores que ejercen de criados o empleados de los blancos y a los que estos no tienen demasiado aprecio e incluso hay alguna escena un poco sangrante, como aquella en que el joven U.S. Grant (Elzie Emanuel), toca al banjo Dixie en el juzgado, en que más parece un payaso que otra cosa. Pero creo que así era como se veía a los negros a principios del siglo pasado en cualquier estado del sur de los EE.UU. Así que Ford no hace otra cosa que representar la realidad en tono de comedia. Además, el Juez, en alguna ocasión declara literalmente que no va ha hacer distingos en su juzgado por cuestiones de raza. Los negros no votan en la elección de juez, no tenían derecho a ello, como tantos otros derechos civiles de los que estaban privados, pero nadie critica que Ford refleje eso en la película porque lo contrario sería tergiversar la historia. Pues con el resto, lo mismo. Por cierto, las mujeres tampoco votaban, pero no era culpa de Ford que así fuera.
Mucho se ha escrito sobre este film, entre otras cosas porque, al parecer, en alguna ocasión Ford declaró que era su preferido y muchas de sus escenas han sido estudiadas de forma pormenorizada, sobre todo la de la comitiva fúnebre, son sus cambios de eje en las tomas y todo eso, pero me van a permitir que yo me detengan en dos escenas que me llamaron poderosamente la atención, entre las muchas de las que podría hablar de esta película.
Una se produce en el minuto 9 (estoy hablando de la versión de 100 minutos, no de la de hora y media), cuando Ashby Corwin (John Russell), el galán de la película, acompaña a la señorita Lucy Lee Lake (Arleen Whelan) a la escuela en la que ésta da clase. Se produce un inocente coqueteo, cuando Ashby se ofrece a llevarle los libros, a continuación, los niños (todos negros), salen en tropel de la iglesia, que hace también las veces de escuela, para recibir con alborozo a la señorita Lucy; cuando vuelven a entrar, ella ya ha recuperado sus libros y se ha dirigido sola a la entrada de la escuela tras despedirse de Ashby y darle las gracias por su caballeroso gesto. En ese momento, asistimos a un clásico montaje de plano/contraplano, ante la puerta de la escuela, Lucy se da la vuelta y se queda mirando a Ashby en la lejanía, que también la mira a ella, se quita el alfiler que sujeta su sombrero y, con elegancia, se desprende de este, sin dejar de mirar a Ashby, pero con el rostro serio y cierta altivez. Ashby, en un gesto mecánico, se quita también su sombrero a modo de saludo, pero está boquiabierto mirando a la chica y algo perplejo por su gesto. Riánse Vds. de escenas románticas, de sexo explícito, de frases y gestos de alto contenido erótico, esta simple escena, toda una declaración de Lucy de que está dispuesta a recibir los galanteos de Ashby, se produce sin palabras, sin cercanía siquiera entre ambos, sin gestos de doble sentido, pero tiene más tensión erótica que muchas escenas explícitas. Un retrato de lo difícil que es hacer las cosas sencillas.
La otra escena se produce al final del film, cuando el Juez, tras recibir el homenaje de todo el pueblo, con lágrimas en los ojos, pide a Jeff que le traiga su "medicina", "para poner en marcha el corazón". Priest se interna en la casa, cuando atraviesa el recibidor, queda totalmente a oscuras, abre una puerta interior y su figura, de espaldas a la cámara, se ilumina como si un aura surgiese del personaje, casi de forma mágica. Ford y sus puertas.
Es una magnífica película, muy divertida y muy emotiva, con unas cuantas lecciones morales, de las que una de ellas, aquella en la que habla con su antiguo enemigo en el campo de batalla, de que ahora marchan bajo la misma bandera, produce mucha envidia vista desde aquí donde todavía asistimos a la eterna pelea de banderías que parece no tener fin y donde el sentido de nación, parece que ha perdido su significado.




martes, 30 de octubre de 2018

NEVABA

El 24 de junio de 1812, cuando la Grande Armée, franquea el río Niémen, comienza la campaña de Rusia. Napoleón se dirige sobre Moscú, con la intención de obligar a capitular al Zar Alejandro I. El bloqueo comercial impuesto contra Inglaterra, se ha vuelto contra quienes lo imponen y ha empobrecido a toda Europa. Los rusos lo han levantado, lo que resulta inaceptable para el Emperador que detesta a los ingleses por encima de todo.
Cuando los franceses (en su ejército hay también polacos, italianos, portugueses, españoles...) entran en Moscú, ya están debilitados por la política de tierra quemada empleada por los rusos. Abandonada por sus habitantes, vacía de suministros, los fuegos comienzan en todas partes y la ciudad arderá durante cuatro días. Napoleón se verá obligado a abandonarla y a entablar combate en busca de alimentos para sus tropas. Es el comienzo de una retirada que tendrá su punto culminante en la batalla de Bérézina.
La novela cuenta la campaña de Rusia a través de Napoleón y de su ejército, pero también de toda la intendencia que le sigue. Junto a personajes conocidos, pone en escena a los anónimos, hombres y mujeres, militares y civiles, con el fin de retratar la vida cotidiana de cada uno, independientemente de que sea o no privilegiada.
A la cabeza de los privilegiados, el Emperador, su estado mayor y los que trabajan directamente a sus órdenes. Luego la Guardia Imperial, la primera en recibir suministros. Por último, los demás, poco menos que abandonados a su suerte. Es una verdadera pesadilla la que sufren las tropas napoleónicas. Como si el combate no fuera suficiente castigo, un frío gélido se abate sobre el campo ruso, en el que los hombres mueren de hambre y de frío. Para intentar sobrevivir, matan a los caballos y se privan de apoyo logístico, pues los carros y los cañones ya no llegarían jamás. Los soldados se mueren en el sitio, son aplastados por la incesante caravana que huye, pierden sus miembros sin apenas darse cuenta, y van arrojando al camino todo lo que habían rapiñado, salpicándolo de vajillas, cuadros, muebles y joyas, mientras el color de los uniformes desaparece bajo las manchas de sangre y los sables se congelan en sus vainas.
La batalla de Bérézina es contada con detalle. En ella, una vez que los dos puentes que habían construído los ingenieros franceses, fueron destruídos por orden de Napoleón, quienes permanecieron en la orilla equivocada, hubieron de elegir entre morir abrasados por las llamas o congelados en las aguas del río.
Los personajes nos van conduciendo por lo que debió ser para quienes lo sufrieron aquel desastre, una derrota que Napoleón, siempre se negó a reconocer, achacándolo todo al clima adverso y a la incompetencia de sus generales.



lunes, 29 de octubre de 2018

EL PRECIO DE LA GLORIA

La acción nos traslada a tierras francesas durante la I Guerra Mundial, allí un oficial yankee, el capitán Flagg (James Cagney), tiene a su cargo un grupo bastante heterogéneo de reclutas de no muy buena reputación, casi ancianos por un lado, inexpertos jóvenes por el otro, y entonces llega su subalterno, el sargento mayor Quirt (Dan Dailey) que es, además, un antiguo conocido y camarada, con el que le une una relación de rivalidad, por una lado y respeto profesional, por otro y con el que competirá por los favores de la atractiva Charmaine (Corinne Calvet), la hija del cantinero en cuyo establecimiento, los yanquis se relajan y se pasan el día bebiendo y oyendo cantar a la hija del cantinero. El capitán aprovecha un permiso para viajar a París y, a su vuelta, se encuentra con que Charmaine, que parecía ser "su chica", ahora está con Quirt.
La rivalidad cambia de tono cuando la muchacha deja bien a las claras que ella no quiere una aventura pasajera, sino que aspira a contraer matrimonio con quien la corteje, algo que no tiene muchos visos de cobrar realidad, ya que los soldados, tarde o temprano, habrán de partir al frente, lo que finalmente acaba sucediendo, cuando la compañía es movilizada.
En ese instante, las cómicas disputas entre ambos militares, darán paso a la cruda y cruel realidad de la guerra.
Cuando están en el frente, reciben la orden del alto mando, de apresar a un oficial alemán y la promesa de que, a cambio, recibirán un premio.


La película está basada en una obra teatral de Maxwell Anderson ya adaptada previamente, en 1926, por otro grande, Raoul Walsh, en la que John Ford participó como director de la segunda unidad, sin acreditar.
Al parecer, el productor, Daryl F. Zanuck, pensaba hacer un musical, pero a Ford no le gustó la idea y se negó a grabar la mayoría de las canciones, despachando el asunto con un par de melodías interpretadas por Corinne Calvet y la tierna, deliciosa, evocadora, sensual y romántica escena en la que Marisa Pavan, le canta a un jovencísimo Robert Wagner, de lo mejor de la película. Hay momentos en los que se ve que hay algo del musical que estaba pensado, pero que se queda en simples escenas que no cuadran muy bien con el tono que finalmente adoptó el film, como cuando los soldados están fregando las dependencias de la compañía, que nos recuerda a una coreografía, con las escobas moviéndose al tiempo y a ritmo, pero sin música.
En 1949, Ford había dirigido un montaje teatral de la obra, cuyo reparto incluía (atención a los nombres) a Ward Bond, Pat O'Brien, Oliver Hardy, Gregory Peck y Maureen O'Hara. El propósito del montaje era recaudar dinero para una residencia destinada a veteranos parapléjicos. Ford era en aquel momento presidente de la Orden Militar del Corazón Púrpura.


Una película rara dentro de la filmografía de Ford, en la que se mezclan una parte cómica y otra dramática sin solución de continuidad y bien diferenciadas. Hay quien ha querido ver un homenaje a los soldados rasos, a la tropa.
Yo supongo que quien vea este film y no haya visto ninguna otra película del maestro, se preguntará de dónde le viene la fama, porque es indudable que estamos ante una de las películas más flojas de realizador., al menos eso pienso yo. Las escenas cómicas no tienen demasiada gracia y, en ocasiones resultan hasta un poco burdas y en otras, como el viaje en sidecar del capitán, parece que estamos viendo un film de Keaton o de Chaplin, en el peor de los sentidos, con las escenas a cámara rápida y con bastante menos gracia.
Quienes conozcan el cine de Ford, encontrarán destellos, momentos puntuales de la maestría del realizador, como la mencionada escena entre Pavan y Wagner o la llamativa iluminación de la batalla y poco más.
Entretenida por momentos, pero bastante simplona.




viernes, 26 de octubre de 2018

RÍO GRANDE

La historia se desarrolla en el verano de 1879. El Coronel Kirby Yorke (John Wayne) al mando de un fuerte cercano a la frontera de Texas con México, se encuentra sometido a una presión considerable debido a los apaches que usan a México como santuario para refugiarse de la persecución y por una grave escasez de tropas bajo su mando.
Nada más llegar de una operación de castigo y tras detener a varios apaches, recibe un nuevo grupo de reclutas. Pero ve, ante su sorpresa, como se incorpora al regimiento su hijo, al que no veía desde hace 15 años, el soldado Jeff Yorke (Claude Jarman Jr.), que ha fracasado en su intento de ingresar en West Point tras suspender los exámenes de Matemáticas, mintiendo sobre su edad para poder alistarse en la caballería como soldado raso. No queriendo dar ninguna impresión de que está mostrando favoritismo hacia su hijo, el Coronel Yorke termina tratando a Jeff con más dureza que a los demás.
Jeff se hace amigo de un par de soldados que han llegado con él, pero que demuestran estar más curtidos, Travis Tyree (Ben Johnson) (que está huyendo de la ley) y Daniel "Sandy" Boone (Harry Carey, Jr.). Ambos cuidarán de él.
Dispuesta a sacarlo de allí, también llega al fuerte la esposa de Yorke, Kathleen (Maureen O'Hara), distanciada de él desde hace años, por el gran apego del coronel hacia el ejército y sus normas. Durante la guerra, Yorke había sido obligado por las circunstancias a quemar Bridesdale, la casa de su esposa en el valle de Shenandoah . El Sargento Quincannon (Víctor McLaglen), que incendió la Hacienda cumpliendo las órdenes recibidas, todavía está con Yorke y será un recordatorio constante del episodio.
Jeff rechaza los intentos de su madre para que retorne al hogar, recordándole que además del permiso del comandante, liberándole de su compromiso, hace falta su propio consentimiento, y él está decidido a quedarse en el Ejército.
La tensión producida por el futuro de su hijo y el cambio de actitud de Yorke, que se muestra más atento con su esposa, reaviva el romance que la pareja sintió una vez.
Yorke recibe la visita de su ex comandante de la Guerra Civil, Philip Sheridan (J. Carrol Naish), la razón es que la actividad de los apaches en la frontera es manifiesta y Sheridan ha decidido ordenar a Yorke -verbalmente, nunca por escrito- que cruce el Río Grande y se interne en México en busca de los Apaches, una acción que tiene graves implicaciones políticas ya que viola la soberanía de otra nación.
Si Yorke falla en su misión de destruir la amenaza apache, se enfrentaría a una corte marcial. Sheridan, en un acto de reconocimiento de lo que le está pidiendo a Yorke que arriesgue, promete que los miembros de la corte serán hombres "que cabalgaron por el Shenandoah" con ellos durante la Guerra Civil. Yorke acepta la misión.
En medio del agrio conflicto familiar, se enfrenta ahora a esta difícil y peligrosa misión y conduce a sus hombres hasta México en busca de los indios que, además, han atacado un convoy del fuerte y secuestrado una carreta en la que iban los niños que habían sido enviados a Fort Bliss para su seguridad.


Basada en la historia Mission with no Record (Misión extraoficial), de James Warner Bellah, un autor de relatos del oeste muy popular entre los años 30 a 50, publicados en libros de bolsillo o serializados, como es el caso, en el Saturday Evening Post.


Herbert Yates, presidente de Republic Pictures exigió a Ford que dirigiese este film con el mismo equipo con el que rodaría El hombre tranquilo, para compensar las pérdidas que preveía iba a acarrear esta última película. Según refiere Maureen O'Hara, ni Ford, ni Wayne, querían participar en este proyecto. La película se hizo con la mitad de presupuesto de Fort Apache y... Ford acabó enamorándose de la historia.
Para sorpresa de Yates que, en este caso al menos, no demostró demasiado buen ojo, cuando se estrenó The quiet man, dos años después, se convirtió en la película número uno de los grandes éxitos de Republic Pictures en términos de taquilla.


Es cierto que la película es conservadora y patriótica (para algunos, seguramente, patriotera).
Es cierto que el film utiliza un recurso ventajista, el secuestro de los niños, que hace ver al espectador que los indios son malos y los soldados, unos buenos tipos que van a rescatar a unas pobres criaturas.
Es cierto que el coro del regimiento aparece de forma reiterada y puede que a alguien le parezca artificial.
Pero no es menos cierto que en el fuerte sirven los exploradores navajos y que uno de ellos, Hijo de Muchas Lunas, es uno de los cinco que reciben mención por su valor. Y tampoco es menos cierto que en la caballería se cantaba.
Más allá de las consideraciones y gustos de cada cual y las opiniones más o menos interesadas y, muchas veces, simplistas, sobre el pensamiento politicosocial de Ford, creo que es de ley reconocer que estamos ante un gran film, con planos realmente conseguidos y buenas actuaciones.
No es lo mejor de Ford, es cierto, hay cosas que seguramente no están muy conseguidas, como la presencia de la esposa de Yorke en el fuerte (fuera de que ver a Maureen O'Hara, aunque esté fuera de lugar, siempre es agradable); la repelente niña tocando la campana de la iglesia y alguna otra cosa más; pero por contra tenemos las impresionantes cabalgadas a la romana del principio del film o las escenas de la caballería en columna de a dos por los alrededores del fuerte, magníficamente fotografiadas y que resultan tan épicas y evocadoras. Y tenemos, también, el tono poético que esa relación de Yorke y Katleen, con muchas miradas y gestos y pocas palabras, aporta al film.
Supongo que Ford quedó satisfecho con su trabajo y la imagen en la que aparece su nombre en los títulos de crédito ("Directed by: John Ford"), sobreimpresionado sobre la silueta recortada en el horizonte del corneta del regimiento a caballo, un plano nada modesto y que imagino se rodaría ya con la mayor parte de la película acabada y pensada a modo de firma del autor, demuestran que estaba contento con lo que había hecho.




jueves, 25 de octubre de 2018

YO, ÉL Y RAQUEL

Greg Gaines (Thomas Mann) es un estudiante algo torpe a la hora de relacionarse, que lo único que quiere es pasar desapercibido a toda costa en su último año de instituto. Evita las interacciones sociales como la peste y sólo pasa su tiempo rehaciendo versiones extravagantes de películas clásicas con su único amigo, Earl (RJ Cyler).
Lo que hace Greg es hablar con la gente de diferentes grupos pero el tiempo justo, ya que no puede permitirse que personas pertenecientes a otro grupo lo vean hablando con alguien de un grupo diferente. Por ello, Greg nunca va a comer al comedor, porque siempre tendría que comer solo.
Earl y Greg, gracias a las películas que veían de pequeños en casa de Greg y que les ponía el padre de éste, han desarrollado gran afición por algunos clásicos del cine europeo. Cuando las ven, terminan encantados y emocionados con películas que tienen millones de años, y se les ocurre la genial idea de comenzar a rodar sus propias películas.
Graban unas cuantas, pero siempre se les olvida el guion, o la cámara se queda sin batería, tienen falta de actores, falta de vestuario y un largo etcétera.La madre de Greg, con toda la buena intención del mundo, interviene y obliga a Greg a que se haga amigo de Rachel (Olivia Cooke), una compañera de clase a la que le han diagnosticado leucemia. Acaban por hacerse inseparables, pero cuando la enfermedad de Rachel se complica, el mundo que había construido Greg se tambalea y nada vuelve a ser como antes.


Basada en el libro de Jesse Andrews del mismo título que la versión original y que en España se publicó como "Un final para Rachel". Andrews es también autor del guión.
La película incluye algunos planos arriesgados (picados, contrapicados, travellings laterales, tomas oblicuas...), que aportan dinamismo al film.
La música lleva la firma de Brian Eno y no está nada mal.


Chica con cáncer, chico adolescente con baja autoestima y problemas de relación en el instituto... No me digan que no es un argumento como para salir corriendo bajo la sospecha de que nos van a colar un asunto de colegiales adolescentes con problemas en el típico instituto americano, con sus bandas y todo eso y una buena dosis de edulcorante y de moralina ante la enfermedad, algo que ya hemos visto mil veces desde Bajo la misma estrella, quizá el film con el que este tema o similares, alcanzó su zenit arrasando en las taquillas.
Sin embargo, en esta comedia con toque de melodrama, Alfonso Gomez-Rejon consigue traernos algo diferente y bastante original, lo suficiente como para que el film nos interese desde el comienzo, con el presentimiento de que vamos a presenciar una historia interesante.
Lo consigue en buena parte, porque los personajes nos resultan reales y cercanos, todos ellos, no solo los protagonistas que, por cierto, lo hacen bastante bien, sino un elenco de secundarios con muchas tablas que aportan una buena dosis de saber hacer.
Además sabe sacarla del encasillamiento en que caen este tipo de películas, porque la historia que nos cuenta no es la de la chica enferma, de hecho ella podría estar en cualquier otra situación, lo que nos relata es el proceso de maduración de Greg y lo que su amistad con Rachel le aporta en su camino hacia esa madurez. La enfermedad queda de lado en muchos tramos del film, en los que predominan diálogos de cierto ingenio y con alguna dosis de humor negro. Eso sí, al final parece que olvida el camino que se ha trazado y cede unas cuantas secuencias a utilizar esos recursos tan manidos de los que creíamos habernos librado.
No es una historia de amor, es una historia de amistad en la que también tiene mucho peso la presencia de Earl.


Un film entretenido, que sabe dar un giro diferente a una historia en la que sería fácil caer en la sensiblería y también, todo un homenaje al cine, con referencias a decenas de películas, un aspecto que hará las delicias de los cinéfilos. En definitiva, bajo mi punto de vista, una buena e interesante película que merece la pena ver.




miércoles, 24 de octubre de 2018

CARAVANA DE PAZ

Un grupo de mormones organiza una caravana que les llevará hacia su tierra prometida a orillas del río San Juan, en territorio de Utah. Tienen que atravesar un terreno que les resulta desconocido y saben que van a enfrentarse a múltiples dificultades en el camino, entre ellas, la travesía de un desierto seco y sin posibilidad de abastecerse de agua.
Proponen a dos jóvenes tratantes de caballos, Travis Blue (Ben Johnson) y Sandy (Harry Carey Jr.), que se pongan al frente de la caravana para guiarles. Tras algunas vacilaciones, ambos aceptan la oferta y el grupo se pone en camino en busca de la tierra fértil del San Juan.
En medio de las dificultades del viaje se encuentran con un trío de artistas ambulantes que siguen su mismo camino: se trata de una pareja madura y la joven Denver (Joanne Dru), de quien Travis se enamora. Pero su encuentro con Shiloh Clegg (Charles Kemper) y sus hijos que componen un grupo de forajidos a los que persigue la justicia, los pondrá en graves apuros, ya que estos se unen a la caravana que consideran es un camuflaje perfecto que les ayudará a huir de los perseguidores que les pisan los talones, al estar reclamados por la justicia para responder de sus númerosos crímenes.
En un encuentro con los indios navajos, estos les invitan a su campamento, pero después de que uno de los muchachos Clegg reciba una tanda de latigazos como castigo por atacar a una de las mujeres navajo, el tío Shiloh planea su venganza.


Poblada de personajes típicos del oeste (forajidos, familias con sus carromatos, vaqueros, actores ambulantes, indios...), es una película con poca acción si por tal entendemos persecuciones, tiroteos, peleas y todas esas cosas que imaginamos cuando de películas de acción se habla. Tiros hay los justos para presentarnos a los Clegg y que con un par de planos, tengamos claro quienes son, de qué van y su catadura moral y más adelante para resolver su situación en la caravana, también con una escena de breve duración.
Aquí la acción es el devenir de la caravana, su día a día, aparentemente tranquilo, pero que no lo es en realidad, porque las incomodidades y los peligros del camino convierten aquel monótono peregrinaje en toda una odisea. También las relaciones personales entre sus integrantes, sus disputas y sus celebraciones, pero sobre todo, los pequeños detalles.


Como dijo alguien, en la película la gente se limita a vivir y nosotros los observamos.
Lo que ocurre es que Ford, nos cuenta todo esto con tal sencillez, con tamaña maestría que parece que nada ocurre y nada más lejos de la realidad. El film está plagado de escenas magistrales: la travesía del río por las carretas o las galopadas de Ben Johnson perseguido por los navajos, lo son. Pero repito, Ford filma aquello sin despeinarse y la sensación que nos da es de total naturalidad, no somos conscientes de lo que planificar cada una de esas escenas para que salga tal como la vemos, supone, desde la colocación de la cámara, hasta la captación de lo que quiere que veamos (el polvo, los primeros y primerísimos planos de los rostros, de los caballos, incluso de sus patas...) para que acabemos teniendo la sensación de que estamos viendo más un documental de cómo debieron ser las afanosas tareas de aquellos pioneros, que una película del oeste americano.


Pero quizá, el de estas películas sencillas, con argumentos fáciles de entender, sin una estrella de relumbrón, pero con un montón de actores, entre protagonistas y secundarios (indios incluidos) que saben interpretar muy bien lo que se les pide, es el Ford más genuino, el que disfruta haciendo cine, aunque al final, estas películas sean consideradas menores en su filmografía.
No en vano Ford decía que de todas sus películas del oeste esta fue la que más se acercó a lo que quería conseguir. Se trata del "western más sencillo y más puro que he hecho".




martes, 23 de octubre de 2018

LA PESTE DE ATENAS

La Plaga de Atenas fue una epidemia devastadora que afectó principalmente a la ciudad-estado de Atenas en el verano del año 430 a. C. Se cree que debió llegar a Atenas a través de El Pireo, el puerto de la ciudad y única fuente de suministros.
En el año 431 a. C. comenzaron las guerras del Peloponeso entre las dos ciudades-estado más fuertes: Atenas y Esparta. Mientras que Esparta tenía una infantería terrestre imbatible, Atenas había desarrollado un poder marítimo que le permitía contar con una flota muy poderosa —aunque un ejército débil— y murallas prácticamente inexpugnables. En este sentido, Atenas no podía ser atacada por tierra ni tendría que someterse a nadie por falta de alimento. Sin embargo, su política defensiva de protegerse dentro de sus muros resultó poco favorable, pues en el 430 a.C. una plaga asoló la ciudad, que se hallaba superpoblada.
Bajo el mando de Pericles, los atenienses se retiraron tras las murallas de Atenas, esperando mantener a Esparta controlada mientras que su marina, superior, arrasaba los transportes de tropas espartanos y cortaba las líneas de suministro. Desafortunadamente, la estrategia también llevó a que mucha gente del campo entrase en la ya sobrepoblada ciudad de Atenas. A su vez, gente que vivía fuera de las murallas se desplazó asimismo hacia el área central, convirtiendo a Atenas en el lugar perfecto para el contagio masivo de la enfermedad.
Tenemos un testimonio de primera mano a través de los escritos de un historiador contemporáneo, que también padeció la enfermedad, como indica en su crónica, se trata de Tucídides que dedica íntegramente los cápitulos XLVII a LIV de su Historia de la Guerra del Peloponeso, a describir la enfermedad, sus síntomas y sus consecuencias. Al parece comenzó en Etiopía, atravesó Egipto y Libia y llegó luego al mundo griego. La epidemia brotó en la ciudad abarrotada, y Atenas perdió posiblemente un tercio de las personas que se cobijaban tras sus muros.
En su crónica, Tucidides nos da algunos detalles típicos del buen observador, cosas que parecen nimiedades, pero que a la larga, han supuesto, en este o en otros casos, el acicate para que otros investigaran sobre las enfermedades y los métodos para curarlas que siempre empiezan por ahí, por la observación.
Señala el autor griego que "Los médicos no la conocían... Hicieron plegarias en los templos, consultaron oráculos y recurrieron a prácticas semejantes, pero todo fue inútil y acabaron por renunciar, vencidos por el daño"
Tras señalar los síntomas que, en ocasiones, variaban de una persona a otra, dice que  el cuerpo escocía tanto que "...los enfermos no podía soportar el contacto de los vestidos y sábanas más ligeras, ni estar de otro modo sino desnudos, y con gran anhelo se hubiesen sumergido en agua fría. Y así lo hicieron tirándose en los pozos, muchos que no estaban vigilados, acometidos por una sed inextinguible: pero era igual beber mucho que poco".
Hay otro detalle que le llama la atención sobre la naturaleza diferente a otros males de esta enfermedad: "Los pájaros y cuadrúpedos que se alimentan de carne humana, entonces cuando había muchos cuerpos sin enterrar, o no se acercaban, o si los probaban, morían. Y la prueba, la desaparición de estas aves de rapiña fue manifiesta, y no se les veía junto a los cadáveres, ni en ninguna parte. Los perros, que conviven más con el hombre, permitían mejor la observación de los efectos".
Sobre el caos que supuso que los atenienses que vivían en el campo, se vinieran a la ciudad, dice: "...como no había casas para ellos y vivían, en pleno verano, en barracas hacinadas, la mortandad se producía en medio de la confusión; mientras iban muriendo quedaban, ya cadáveres, unos sobre otros, y se arrastraban medio muertos por las calles y junto a todas las fuentes por anhelo de agua".
Por último, una consecuencia tangencial de la epidemia, fue que "La gente buscaba con especial osadía, placeres de que antes se ocultaba, porque veían tan bruscos los cambios en los ricos, que morían súbitamente, y de los que antes no tenían nada y de repente adquirían los bienes de los muertos. Y así, considerando igualmente efímeras la vida y la riqueza, creían que se habían de aprovechar rápidamente y con afán. Nadie tenía ánimo para perseverar en un noble propósito por la incertidumbre de si moría antes de poder alcanzarlo. El placer inmediato y todos los medios que a él conducen, se constituyó en lo bello y lo útil. Ni el temor a los dioses, ni la ley humana les retenía, porque al ver que todos morían indistintamente, creían que era igual honrar a los dioses que no hacerlo...".



lunes, 22 de octubre de 2018

BILL, QUÉ GRANDE ERES

William "Bill" Klugs (Dan Dailey), uno más de los ciudadanos de la plácida Punxatwney, en el Oeste de Virginia, será el primer voluntario de la localidad que se alistará, tras el bombardeo de Pearl Harbor. Sus paisanos le despiden como a un héroe y, al regresar de la instrucción, es recibido con una gran fiesta.
Sin embargo, lamentablemente para él, pasa la guerra como instructor de artillería, mientras otros parten hacia el frente.
El azar querrá que sus tareas las desarrolle en su propia localidad, lo que en principio supondrá un elemento de comodidad. Sin embargo, dicha circunstancia se convertirá de forma paulatina en un auténtico tormento, ya que esos mismos vecinos que habían visto en él un referente, poco a poco lo considerarán un haragán que ha huido del combate. Será una circunstancia que el propio protagonista vivirá con creciente incomodidad, intentando de manera reiterada ser enviado al frente solicitándolo a sus superiores, quienes con la misma reiteración irán denegándole la demanda, al tiempo que, en cada una de dichas citas, le recomienden para un ascenso y la enésima medalla por el buen comportamiento
Al fin se presenta su gran oportunidad, pero las autoridades militares, ordenan que los ocupantes del B-17 en que viaja Bill, abandonen el aparato. Pero él, que se había quedado dormido, salta en paracaídas bastante más tarde que el resto de sus compañeros, siendo capturado por partisanos franceses.
Tras asegurarse de sus auténticos orígenes, le encomendarán una crucial misión, que le devolverá su condición de héroe, aunque en realidad William, que no es consciente de ella, la viva como un auténtico y, por momentos, desternillante calvario físico.


La película fue el peaje que Ford hubo de pagar a la Fox por la cesión de Henry Fonda para El fugitivo. El propio realizador comentaba que era una de las películas más divertidas que se habían hecho. Aunque no fue un territorio muy visitado por Ford, él sabía hacer comedías y las hacía muy bien, ahí están El hombre tranquilo, La taberna del irlandés y algunas de las que hizo en la época anterior al sonoro a las que este film recuerda en algunos aspectos, con un presupuesto bajo, un montón de personajes, gags excéntricos y mucha inventiva.
He leído muchas reseñas de este film en las que se señala que es una crítica a la burocracia militar.
Bueno, es una opinión, tan respetable o más que la mía, pero yo pienso que el film es más bien un homenaje, en tono de humor, a toda esa gente que trabaja en la retaguardia durante los conflictos. El ejército vive de la disciplina y muchas veces se repite en las películas esa idea (que atiende a la realidad) de que el soldado está allí para obedecer y no para pensar. Puede parecer de cretinos, pero no hay tal, si en las contiendas se tomaran las decisiones por mayoría, la batalla tendría muchas papeletas para perderse, se necesita mando único y rapidez en la toma de decisiones.
Me disperso en las explicaciones, lo que quiero decir es que para que haya gente muriendo o matando en el frente, para que algunos alcancen la gloria en la batalla, hace falta que detrás haya gente trabajando en labores poco reconocidas, como Bill entrenando tiradores.
Hay algunas cosas más a comentar en esta película, como en casi todas las del maestro, que bajo la apariencia de sencillez, esconden mucho más de lo que parece. Me voy a quedar con un par de ellas. En primer lugar, el ritmo rápido del que está dotada la acción que hace que el argumento aparentemente anodino, cobre vigor y otra que es más bien una anécdota: En este film está el único número genuinamente musical que dirige Ford, cuando Kluggs hace una especie de imitación de Fred Astaire, mientras interpreta una canción y baila con Marge (Colleen Townsend), su novia. Me refiero, claro está, a música contemporánea, ya que en algunos films, el maestro incluye coreografías, sobre todo de bailes en grupo, ambientados en la época de la colonización del oeste norteamericano.
Una película sin grandes pretensiones y muy divertida.




viernes, 19 de octubre de 2018

LA LEGIÓN INVENCIBLE

Custer murió en Little Big Horn, las manadas de búfalos vienen hacia el norte y alguien está haciendo "gran medicina" entre las tribus indias extrañamente envalentonadas.
El capitán Nathan Brittles (John Wayne) es un oficial de carrera en la caballería de los Estados Unidos que vive los últimos días en activo antes de su retiro forzoso del servicio. A raíz de la masacre de Custer y del Séptimo de Caballería, los indios locales se están agitando y, lo que es peor, lo hacen confiados. Brittles está asignado para acompañar a dos mujeres,  Abby Allshard (Mildred Natwick), la esposa del oficial al mando del fuerte y a su sobrina, la encantadora señorita Olivia Dandridge (Joanne Dru), desde el fuerte hasta la parada de diligencias en Sudrow's Wells, pero los indios están en pie de guerra y ahora hay pocas posibilidades de evacuar a las mujeres de la zona.
Olivia ha llamado la atención de dos de los jóvenes oficiales de la caballería, el teniente Flint Cohill (John Agar) y el segundo teniente Ross Pennell (Harry Carey Jr.). La chica lleva una cinta amarilla en su pelo, señal de que tiene un novio en la caballería, aunque se niega a desvelar quien de los dos apuestos oficiales es el elegido.
El capitán, un hombre que ha entregado al Ejército toda su existencia, incluso sacrificando las vidas de su familia, por su servicio, ahora ve cómo su carrera termina con una nota de fracaso al llegar tarde al puesto de diligencias, cuando ya ha sido atacado y destruído por los indios, impidiendo con ello que las damas puedan hacer el viaje previsto a un lugar más seguro.
Sin embargo, la Compañía C del legendario Séptimo de Caballería, aún se embarcará en una peligrosa misión bajo el firme mando del capitán Nathan Brittles.


La segunda película de la llamada "Trilogía de caballería" de John Ford, que presenta a John Wayne en su mejor momento y cuenta con una increíble fotografía en Technicolor de Monument Valley, ganadora del Oscar. Por cierto, que el director de fotografía Winton C. Hoch, presentó una queja ante el sindicato de cineastas por las horas extras que se vieron obligados a realizar, para poder plasmar las tomas de rayos sobre las tropas. Al final resultó que fueron estas imágenes las que le dieron el premio de la Academia a la mejor fotografía en color.


Wayne ofrece una de las mejores actuaciones de su carrera aquí, en el primer papel serio que Ford le dio. (El mismo Wayne dijo más tarde que Ford nunca lo respetó como actor hasta que vio su actuación en Río Rojo). Al parecer, cuando se completó el rodaje, Ford le entregó a Wayne un pastel con el mensaje: "Ahora eres un actor".


Hemos hablado ya de las secuencias en que los rayos descargan sobre la tropa, bajo un cielo cargado de negras nubes, pero el film está plagado de bellas imágenes, hasta el punto de que, para más de uno, es la película en que Ford saca más y mejor partido del increíble decorado natural que ofrece Monument Valley.


Hay muchas de esas tomas casi de postal, cada una de aquellas en que el corneta del regimiento aparece en primer plano lo es, como lo son las secuencias en que aparece la larga hilera de soldados a caballo deambulando por el desierto o las visitas de Nathan Brittles al cementerio para hablar con su esposa allí enterrada.
El film tiene unas cuantas de esas cosas que son habituales en Ford, desde su troupe de actores y técnicos, hasta secuencias recurrentes como la pelea cómica en la cantina del fuerte, pasando por las cabalgadas del sargento Tyree (Ben Johnson) y qué bien rodaba Ford las galopadas por la pradera o el desierto.


Mi opinión es que para disfrutar de este film y no sentirse defraudado en las expectativas, como le ocurre a más gente de la que pudiera parecer, hay que verla sabiendo con qué ojos mirar. No es un western de acción, al menos no especialmente, ya que esta se reduce a momentos muy concretos y casi anecdóticos. Por encima de otras consideraciones, la película se centra en el personaje protagonista y el momento que vive. Un hombre entregado al ejército, que es toda su vida y del que se despide, sabiendo que va entrar en una etapa de su vida que va a estar vacía, porque el hueco que deja la vida militar, no lo va a llenar con nada, de ahí su melancolía y esa tristeza que esconde bajo la capa de su voz y sus gestos enérgicos.
Y, al tiempo que esto, Ford también nos muestra algo que ha hecho en otros films, la vida cotidiana en el fuerte, esa gran familia en la que, como en todas, hay sus más y sus menos, pero al final, por encima de desavenencias, impera el espíritu de camaradería, interesado, si se quiere, porque cada cual sabe que su vida depende de quienes están con él. La virtud de Ford es que todo esto lo cuenta con sencillez y como si tal cosa, como si fuera fácil hacerlo y, créanme, es muy difícil, al menos hacerlo bien.




jueves, 18 de octubre de 2018

SING STREET

En el Dublín de 1985, la recesión económica hace que Conor Lalor (Ferdia Walsh-Peelo), un adolescente de quince años, cuyos padres atraviesan una crisis matrimonial, se vea obligado por estos, para tratar de aliviar la maltrecha situación financiera de la familia, a cambiar la comodidad de la escuela privada en la que estudiaba por un centro público regido por los Hermanos Cristianos, donde el clima es más tenso y en el que el exigente y rudo sacerdote que lo dirige, parece haberla tomado con él desde el principio. Por si esto fuera poco, el matón del colegio, se dedica a intimidarlo.
Su hermano mayor Brendan (Jack Reynor) es su apoyo, mentor y consejero, al tiempo que una especie de enciclopedia musical. Juntos ven los videoclips de Duran Duran, y escuchan a The Cure. Brendan se encuentra atrapado en una Irlanda que no ofrece demasiadas oportunidades a los jóvenes, sin embargo impulsa a su hermano pequeño a perseguir sus sueños y le ayuda a reforzar su identidad, a crear y a creer en sí mismo.
El panorama personal de Conor, parece cambiar cuando conoce a Raphina (Lucy Boynton), una bella chica un año mayor que él, que usualmente se sienta frente al colegio y aspira a ser modelo. Conor se ve deslumbrado por ella y para impresionarla, le propone protagonizar el próximo vídeo musical de su banda, y ella, no sin cierta duda, acepta. El chico está feliz, aunque existe un pequeño inconveniente, Conor no tiene banda, por lo que tendrá que formarla a toda velocidad.
Su amigo Darren (Ben Carolan), le lleva a conocer a Eamon (Mark McKenna), un muchacho que es capaz de tocar cualquier instrumento, pero se conforma con tocar el bajo. Luego reclutan a Ngig (Percy Chamburuka) para tocar el teclado, además de contar con Larry (Conor Hamilton) y Garry (Karl Rice), para completar la banda. Deciden llamarse "Sing Street" y comienzan tocando una versión de "Rio", de Duran Duran, pero Brendan, alienta a Conor a escribir sus propias canciones hasta alcanzar su propio estilo.


Con la música como hilo conductor, es la película más reciente del irlandés John Carney. Un film en el que demuestra, una vez más, su amor por la música y lo bien que sabe llevar a la pantalla estas historias personales y las sutiles historias de amor que encierran, lo cierto es que su buen hacer le ha situado como uno de los directores indie del momento.
La película narra las peripecias de un grupo de adolescentes que durante los años 80 decide montar un grupo de música. Es un repaso a la música de la época, un grito de rebeldía y una dulce historia de amor. Parece un asunto propicio para que la película nos suene a más de lo mismo, sin embargo, como he leído en alguna crítica, el director sabe lo que quiere contar y, lo más complicado, sabe cómo hacerlo para que la película tenga frescura.
Resulta muy interesante la historia de amor fraternal entre el protagonista y su hermano mayor, un papel en el que Jack Reynor, consigue una portentosa actuación como secundario.
La banda sonora, tan importante en el film, incluye canciones creadas para la misma por el propio realizador, dentro del estilo pop rock alternativo, con letras pegadizas y bien interpretadas por los jóvenes actores y, junto a ellas, escucharemos fragmentos de algunos temas de grupos tan conocidos como The Cure, Duran Duran, The Clash o Motörhead, o de cantantes como Adam Levine, que colabora de nuevo con Carney.


Un film que se ve con mucho agrado, con algunos momentos divertidos, en el que no se ahonda demasiado en los problemas que plantea, aunque queden claramente apuntados y con un mensaje positivo y optimista, tan típico como el de luchar por conseguir los sueños y un final que, a pesar de que a muchos les resulta excesivamente edulcorado, el director explica que, simplemente ha querido reflejar en él, el final de un capítulo de la vida de los protagonistas, lo que no quiere decir que vayan a seguir juntos para siempre, de hecho, para quienes la vean, que juzguen si dan un duro por la continuidad de la pareja más allá del tiempo en que les dure el despertar al amor, sobre todo del joven Conor.




miércoles, 17 de octubre de 2018

TRES PADRINOS

Tres forajidos, Robert Hightower (John Wayne), Pedro Roca Fuerte (Pedro Armendáriz) y William "El niño de Abilene" (Harry Carey jr.), se preparan para robar un banco. Llenan sus cantimploras y una bolsa de agua en un manantial y entran en una ciudad de Arizona llamada Welcome. Se detienen en la casa de un hombre llamado Perly "Buck" Sweet (Ward Bond) donde su esposa (Mae Marsh) les prepara un poco de café La mujer les pregunta si han visto un carro en el que viajan su sobrina y su marido, desde Nueva Jerusalén, a lo que responden que no los han visto. Mientras Buck se pone el chaleco, ven que lleva una insignia de sheriff y abandonan la casa cautelosamente para seguir con sus planes de asaltar el banco. Consumado el atraco, se escapan con el dinero, pero cuando están a punto de irse de la ciudad, los oficiales del sheriff salen corriendo de la oficina y les disparan. Aunque consiguen escapar, William resulta herido en un hombro, su caballo muerto y la bolsa de agua agujereada por una bala. Jack y sus hombres los persiguen por el desierto. Con solo el agua de sus cantimploras, vagan en busca de una de las torres de agua que el ferrocarril tiene por el desierto de Mojave, pero Buck ha ideado un plan. Toma el tren con sus hombres y deja a algunos de sus oficiales en cada torre de la zona para intentar capturarlos.
Nueva versión de la película muda The Three Godfathers (1916), protagonizada por Harry Carey, el viejo amigo de Ford. Cuando Carey murió en 1947, Ford decidió rehacer la historia en Technicolor y dedicar la película a su memoria. El hijo de Carey, Harry Carey Jr., interpreta a uno de los tres protagonistas.


Un tema que era muy querido para Ford, el de estos forajidos que se autoredimen mediante una buena acción y que, con otras connotaciones, ya había tratado en Tres hombres malos.
Estamos ante un argumento que si te lo cuentan te puede hacer sentir vergüenza ajena, algo como una versión antigua de "Tres solteros y un biberón".
Pero mira tú por donde, esta especie de sandez, cae en manos de un maestro y Jhon Ford se saca de la chistera la historia de los tres Reyes Magos, en plan western y, hombre, no voy a decir que nos regale una obra de arte, pero casi.
Tras un comienzo típico de película del oeste y cuando uno piensa que va a ver una película con una persecución interminable a través del desierto, el argumento da un giro y se nos presenta una comedia con algunos momentos divertidos e ingeniosos, en el que nos damos cuenta además de que los tres hombres duros, son unos panolis a los que todo les sale mal.
Apoyado en unas buenas interpretaciones de Wayne, al que Ford había "descubierto" como actor que sabe interpretar en Río Rojo y un Pedro Armendáriz que está a la altura de cualquiera de las grandes estrellas del momento, la película nos ofrece algunos momentos realmente brillantes. Recuerdo, por ejemplo, la tormenta de arena, que ríanse ustedes de momentos épicos, aquí te parece que te está entrando la arena en los pulmones y acabas agotado después de ver la larga secuencia. O el momento divertidísimo en que están leyendo el manual para el cuidado del niño y ven que en caso de no tener aceite corporal a mano, se le puede dar grasa y Wayne unta al bebé de arriba a abajo con grasa de engrasar los ejes del carromato.
Una película curiosa, divertida y buena muestra del ingenio de Ford para sacar partido a cualquier argumento por simple o absurdo que parezca.




martes, 16 de octubre de 2018

LA BATALLA

De todas las grandes batallas napoleónicas, la de Essling no es la más conocida. Sin embargo, no fue la menos mortífera: Más de cuarenta mil muertos (veintisiete mil austríacos y dieciséis mil franceses), a orillas del Danubio en dos días del mes de mayo de 1809 que supuso, por primera vez, que Napoleón sufriera un fracaso militar personal, que perjudicó su prestigio y estimuló a sus enemigos. Después de Essling, los nacionalismos se desarrollan en toda Europa.
Patrick Rambaud, que ganó el Goncourt en 1997 con este libro, no solo cuenta en él una historia, nos introduce en la batalla y por medio de todos los detalles que nos ofrece, como si estuviéramos ante un cuadro o una imagen, más que frente a un relato, consigue que lleguemos a sentirnos personajes del texto.
Novela mas bien corta, pero muy densa, es un relato ficticio apoyado en un entorno histórico, en el que junto a los personajes de a pie, inventados por el autor, soldados y oficiales de bajo rango, aparecen algunas de las grandes figuras de la epopeya napoleónica (Lannes, Bessières, Masséna, Davout...), así como una panorámica de los accidentes del terreno o datos de la meteorología (tan importantes ambos en el devenir de la batalla), que nos hace tener una idea bastante próxima de los acontecimientos, casi como si de un reportaje periodístico se tratara.
El libro, sin detenerse en ello más de lo imprescindible para no resultar prolijo, abunda en pequeños detalles: La escasez de cartuchos en determinados momentos; los soldados encargados de despojar a los coraceros muertos de sus corazas para reutilizarlas; los cirujanos y sus ayudantes amputando miembros a mansalva con sierras de carpintero; detalles de los uniformes en los que abundaban prendas que no formaban parte de los mismos pero que los soldados habían ido rapiñando para sustituír unas botas maltrechas o un capote perdido; la muerte y posterior violación de una mujer; el daño causado por los disparos de la artillería; el caldo de carne de caballo sazonado con pólvora de cañón que se servía a la tropa ...
Muy bien escrita, amena, entretenida, cual si viéramos no una película, sino un documental, porque aquí todo suena auténtico, dejando de lado una gloria engañosa, a veces debida a plumas aduladoras, para sustituírlo por un relato que se nos antoja más próximo al desastre, el dolor o la desesperanza que debieron sentir realmente quienes lo sufrieron.
En su momento, Honoré de Balzac se propuso narrar esta batalla entre los dos ejércitos más poderosos de la época, proyecto que nunca llegó a emprender, pues la marquesa de Castries, de la que se había prendado, le ocupa demasiado. Así habla de la novela tal como la imagina en una carta dirigida a la señora Hanska:
Ahí trato de iniciaros en todos los horrores, todas las bellezas de un campo de batalla. Mi batalla es la de Essling. Essling, con todas sus consecuencias. Es preciso que, en su sillón, un hombre frío vea el campo, los accidentes del terreno, las masas de hombres, los acontecimientos estratégicos, el Danubio, los puentes, que admire los detalles y el conjunto de esa lucha, oiga a la artillería, se interese por las jugadas sobre el damero, lo vea todo, sienta, en cada articulación de ese gran cuerpo, a Napoleón, a quien no mostraré, o que dejaré ver por la noche, cruzando el Danubio en una barca. Ni una sola cabeza de mujer, cañones, caballos, dos ejércitos, uniformes. En la primera página, el cañón ruge, y en la última se calla. Leeréis a través de la humareda y, una vez cerrado el libro, deberéis haberlo visto todo intuitivamente y acordaros de la batalla como si hubierais participado en ella.
Lejos de mi ánimo comparar a Rambaud con Balzac, pero sí puedo opinar que la novela de Rambaud es, a grandes rasgos como la trazó Balzac y el resultado es una crónica deslumbrante.
Javier García Sánchez, dice en su prólogo a la edición española, que en la novela de Rambaud "...no vamos a encontrar nuevos motivos para amar al audaz tirano, al astuto hombre mediocre elevado a la categoría de deidad, al combatiente individual, henchido mas nunca ahíto, de egolatría, que resume lo peor y más sórdido de la condición humana, ni tampoco —o apenas nada— del héroe que lidia en soledad contra el mundo y las circunstancias, que suele ser lo que nos conmueve de él, sino, ya era hora, algo muy diferente: el lector tiene entre sus manos una historia narrada en tono absolutamente frío, a menudo incluso glacial, en cualquier caso neutro y convincente, en la que lo de menos resulta casi la presencia del emperador —que no obstante sobrevuela toda la obra como una obsesión terrible y alada—, y lo más importante acaba por ser, precisamente, la batalla que se nos describe escrupulosamente y da pie al relato".
Y es que otra de las características del texto es la desmitificación de ciertos personajes, comenzando por la figura de Napoleón.
La meticulosidad de la reconstrucción y el aliento épico que anima estas páginas la convierten en una novela muy singular y agradable de leer.



lunes, 15 de octubre de 2018

RÍO ROJO

En 1851, Tom Dunson (John Wayne) y su viejo amigo Nadine Groot (Walter Brennan) se dirigen a California para convertirse en colonos y criar ganado. Aunque viajan con una caravana, antes de cruzar el río Rojo, que corre a lo largo de la frontera con Texas, se separan de la misma, pues Tom ha venido observando el terreno texano y considera que aquellas son buenas tierras y que hay excelentes pastos para el ganado. Cuando se han separado varias millas de sus antiguos compañeros de viaje, observan una lejana humareda, que les hace pensar que la caravana ha sido atacada por los indios. Aparece un niño huérfano, llamado Matt Garth (Mickey Kuhn y Montgomery Clift de adulto), conduciendo una vaca. Matt ha perdido a sus padres en el ataque y Tom lo adopta y cuidará de él.
14 años después, Tom tiene una manada de 10.000 cabezas, y Matt es un hombre joven, entrenado por Tom para convertirse en todo un experto, que sabe manejar las armas y desenvolverse con el ganado. La Guerra Civil ha dejado sin dinero al Sur y ha hecho caer los precios del ganado, por lo que Tom no puede vender carne en Texas. En su situación desesperada, decide atravesar con su rebaño las 1.000 millas que le separan de Missouri, una tarea casi imposible. Después de 60 días a través de un país desértico, pocas horas de sueño y con la comida empezando a escasear, sus hombres se ha vuelto hoscos y malhumorados. Cuando tres de ellos intentan desertar, Tom envía en su busca. Después de que la manada haya cruzado el río Rojo, los vaqueros de Tom intentan convencerlo de que conduzca las reses a Kansas al considerar que es un camino más seguro, pero Tom es terco y se niega. Cuando va a colgar a dos de los trabajadores que huyeron y han sido capturados, Matt lo detiene, asume el liderazgo y gira la manada hacia Abilene en Kansas, pues han oído que el ferrocarril ya ha llegado a esta ciudad y allí podrán embarcar el ganado. Tom dice que los acechará y matará a Matt.


El guión se basa en un relato de Borden Chase titulado "The Chisholm Trail". Chase llegó a admitir en alguna ocasión que la trama era una especie de Motín de la Bounty con monturas y estribos.
Hay algunas curiosidades alrededor de este film que han pasado a la pequeña historia del cine, esa que tiene más de chascarrillo que de otra cosa, como el diálogo entre Cherry Valance (John Ireland) y Matt intercambiado sus armas y en el que algunos ven un contenido homosexual encubierto. O la famosa frase de John Ford, cuando veía imágenes de la película y exclamó, algo así como: "No sabía que ese hijo de puta fuera capaz de actuar", refiriéndose a John Wayne. Por cierto, me he permido poner la etiqueta "John Ford" a la entrada, no porque esta película sea de él, que es cien por cien de Howard Hawks, pero Ford hizo numerosas sugerencias de montaje, incluído el uso de un narrador.


La película es una especie de odisea, un peligroso viaje que muchos califican de imposible y condenado al fracaso, con ese grupo de vaqueros conduciendo miles de cabezas de ganado en penosas condiciones y sometidos a todos los peligros imaginables, incluídos los ataques de los indios o los cuatreros.
Durante el viaje, se dan todo tipo de situaciones entre los integrantes del grupo, desde la camaradería, hasta las envidias, componiendo un fresco de personajes magníficamente caracterizados.
Por otro lado, asistimos al enfrentamiento entre padre e hijo, un tema que también nos viene desde los clásicos y que aquí cobra dimensiones de epopeya.


Estamos ante un western clásico, con todos sus aditamentos, incluídas las llamativas secuencias de la estampida, una de las películas calificadas como cumbre del género y sin duda de las mejores del maestro Haws, para algunos el mejor de los westerns que filmó, que ya es decir.