Rahim (Amir Jadidi) está en la cárcel por una deuda que no ha podido devolver. Durante un permiso de dos días, trata de convencer a su acreedor para que retire su reclamación de desembolso de una parte del pago. Pero las cosas no irán como tenía previsto.
El iraní Asghar Farhadi vuelve a platearnos uno (o varios) de esos dilemas morales que tanto abundan en su cine. Una historia en la que los buenos no son tan buenos y los malos no lo son tantos. Eso suponiendo que los haya, porque realmente, los personajes tienen algo de todo, de positivo y de negativo a la vez y eso es lo que los convierte en reales, pues ciertamente todos, o casi todos, somos así, con nuestras luces y nuestras sombras.
Ambientada en un entorno cotidiano, aprovecha para meter el dedo en el ojo del régimen de su país, una nación en la que Farhadi todavía confía, en la esperanza de que pueda salir adelante a pesar de tanta hipocresía y tanta moralidad pseudoreligiosa.
Además de la forma de narrarla, en que el realizador hace las preguntas oportunas sin subrayados ni sobre explicaciones, quizá la mayor virtud de la película está en que no vende moralina, ni trata de llevarnos a terreno alguno, dejando que sea el espectador, al que considera suficientemente inteligente, el que reflexione sobre las situaciones que plantea.
Al tiempo, nos acerca un tema de tremenda actualidad: el de las redes sociales, capaces de convertir en héroe a cualquier ciudadano anónimo y, al minuto siguiente, pintarlo como un villano aprovechado.
Una fábula moral sin moralejas o quizá con las que el espectador vaya extrayendo por su cuenta.