A veces, cuando contemplamos en Europa o Asia, no digamos ya en nuestra España del alma, esos despojos que nos ha dejado la Historia, ruinas abandonadas de pasadas épocas gloriosas, algunas veces ni eso, sino sólo memoria de que allí hubo algo que nuestros antepasados cercanos demolieron sin contemplaciones porque era viejo y estorbaba, nos llevamos las manos a la cabeza ante la incomprensible barbarie de personas que, en ocasiones, se llamaban cultas, al menos instruídas para la época. También a veces, he oído (supongo que alguien más lo habrá escuchado) aquello de que si lo hubieran pillado los americanos (los del norte, claro), hubieran creado allí un lugar turístico aunque hubiera estado en el culo del mundo (con perdón).
Bueno, pues no siempre ha sido así, al parecer y en esto, como en tantas cosas, hay más de papanatismo que de realidad.
En un lugar situado cerca de Collinsville (Illinois), en la llanura del río Misisipi en el suroeste de dicho estado, cerca de la ciudad de San Luis (Misuri), está el Sitio Histórico Estatal de los Túmulos de Cahokia, declarado en 1982, nada menos que Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y está considerado como el mayor yacimiento relacionado con la cultura Misisipiana, que desarrolló una avanzada sociedad en el este de América del Norte antes de la llegada de los europeos.
Pero no siempre ha sido así, los túmulos son conocidos para la arqueología desde 1811, con las exploraciones de Henry Brackenridge, que quedó impresionado por la cantidad de túmulos que halló y escribió al presidente Thomas Jefferson informándole de lo que había visto, pero por lo que fuera, seguramente para no reconocer que aquellos salvajes a los que se estaba desposeyendo de sus tierras habían sido capaces de crear una cultura avanzada y seguir manteniendo la idea de la superioridad cultural de los blancos, aquello quedó en el olvido. Fieles a esta doctrina las universidades y otros templos del saber, enviaron a sus arqueólogos e investigadores a Europa y Asia, o sea al antiguo mundo grecorromano, de donde de verdad procedían los norteamericanos, herederos y perfeccionadores de aquella cultura y su democracia, como todo el mundo sabe y ellos procuran pregonar, dejando de lado, precisamente, lo que tenían la lado (valga la redundancia).
Para los habitantes de Saint Louis, a pocos kilómetros de Cahokia, los montículos eran poco más que depósitos de tierra de fácil acceso. Tardaron años en nivelar Big Mound (el Gran Túmulo), de unos 9 metros de alto y 91 de largo. Ajenos a su valor histórico, en 1869 retiraron los últimos restos de tierra para asentar la base de una vía férrea. En 1931, los agricultores de rúcula se llevaron otro para obtener material de relleno.
Hubo que esperar hasta hace relativamente bien poco, la década de los 50 del pasado siglo, cuando el Presidente Dwight Eisenhower llevó a cabo su gigantesco proyecto para llenar Estados Unidos de autopistas interestatales. Dicho programa contemplaba además una serie de disposiciones que favorecían la actividad arqueológica, allí donde se descubrieran restos. Y como dos de las autopistas cruzan justo donde hace cientos de años estuvo la plaza de Cahokia, hubo que investigar. Terminó entonces la masacre de túmulos, sobreviviendo sólo uno completamente intacto: el Túmulo 72, en donde se hicieron importantísimos hallazgos funerarios.
Ahora sí, el lugar donde cuatro siglos antes de la llegada de Colón a América, los indios de Illinois crearon una ciudad que llegó a sostener una población de 15.000 habitantes, con más de cien montículos de tierra y un vasto radio de influencia, se encuentra por fin en un espacio protegido, en el que los arqueólogos han hallado multitud de restos que nos hablan de una civilización compleja y avanzada.