El marchante americano Tom Ripley (Dennis Hopper) intenta poner a prueba la integridad de Jonatham Zimmermann (Bruno Ganz), un humilde fabricante de marcos para cuadros, que padece una enfermedad terminal. Ripley le presenta a un gánster que le ofrece mucho dinero a cambio de que trabaje para él como asesino a sueldo. En un principio rechaza la oferta, pero, al pensar en el precario futuro que espera a su mujer y a su hijo después de su muerte, acaba aceptando el trato.
No era la primera opción de Wim Wenders que antes intentó llevar a la pantalla otros dos títulos de la novelista norteamericana, pero sus derechos habían sido vendidos. Cuando Highsmith se enteró de que el realizador germano quería llevar al cine una obra suya, le ofreció el manuscrito inédito de esta novela.
Wenders muestra su particular versión de lo que podría haber sido una clásica película de cine negro, experimentando con las formas y ofreciéndonos algunas secuencias impagables llenas de ingenio y de arte cinematográfico. Los dos asesinatos que se producen, resultan realmente dignos de ver por cómo los narra y cómo los soluciona, haciendo un gran alarde en el montaje de las secuencias.
Ripley, el solitario que viaja a través de tierras extrañas en busca de sí mismo, de la amistad, de algún significado para la vida, se convierte en una especie de héroe (o antihéroe) ideal para el cine de Wenders.
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