En Warlock, una pequeña ciudad que se dedica a la ganadería, la población está atemorizada por una banda de salvajes vaqueros. Para restablecer la paz y el orden, un comité de ciudadanos decide contratar a Clay Blaisedell (Henry Fonda), un famoso pistolero que viene acompañado por su amigo Tom Morgan (Anthony Quinn).
Cansado de aterrorizar al pueblo y del nuevo orden, uno de los vaqueros, Johnny Gannon (Richard Widmark), asume el puesto de ayudante del sheriff, no solo tendrá que expulsar a la banda, sino también vérselas con los pistoleros que no dudan en liquidar a aquel se oponga a sus normas. Esto y otra serie de circunstancias, llevará a que el sheriff acabe enfrentado tanto con los revoltosos como con los pistoleros.
El guion adapta la novela del norteamericano Oakley Hall, Warlock, su obra más conocida por la que fue finalista del Premio Pulitzer de Ficción en 1958.
Una de las cosas llamativas de la historia es que no se trata del habitual enfrentamiento entre buenos y malos, pues aquí hay una especie de triángulo que complica un poco más el asunto y aunque es de esos films que intuyes cómo va a acabar, Edward Dmytryk consigue crear las suficientes dudas y dosificar la incertidumbre para saber de qué forma se van a ir resolviendo los conflictos, con algunos giros de guion muy conseguidos que ayudan a captar el interés del espectador.
El diseño de vestuario es de Edith Head y las interpretaciones de Quinn y Fonda resultan memorables. Además de la crítica a la hipocresía social, que hoy te encumbra y mañana te difama (recordemos que Dmytryk había estado en la lista negra), plantea algunos dilemas morales que hacen de la película un trabajo muy interesante que va más allá del típico cine de cowboys.
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