Un granjero vive felizmente en el campo con su esposa y su hijo pequeño. Pero la aparición de una seductora mujer de la ciudad hace que comience a enamorarse de ésta, y a pensar que su mujer es un estorbo que se interpone en la felicidad entre él y su nueva y sofisticada amante que le incita a deshacerse de su esposa.
Invitado a Hollywood por William Fox y con total libertad artística para cualquier proyecto, el relato de Murnau sobre el idílico matrimonio de una pareja de campesinos (George O'Brien y Janet Gaynor), amenazado por una maquiavélica seductora llegada de la ciudad (Margaret Livingston), marcó un hito en el expresionismo cinematográfico y supuso el desembarco, por todo lo alto del realizador alemán con un film que se llevó tres Oscar: Mejor película por calidad artística (la única vez que se entregó), actriz (Janet Gaynor) y fotografía.
Argumento sencillo, incluso pueril si se quiere, de un romanticismo casi llevado al extremo y que nos conduce, como ya adivina prontamente el espectador, a un final altamente moralizante.
Cosa bien distinta es el aspecto artístico y visual, Murnau saca el muestrario de todos los recursos que el cine de la época ofrecía y si no los había, los inventaba. Ya nos cautiva desde las primeras escenas, con superposiciones de imagen sublimes y muy llamativas. Al realizador alemán casi le molestaban los intertítulos que, a medida que avanza la narración, se van espaciando para casi desaparecer al final, no son necesarios para que nos llegue el mensaje transmitido a base de la expresividad de los intérpretes y de las imágenes y composiciones que el maestro germano nos regala.
La interpretación de Janet Gaynor es sencillamente deliciosa, casi naif, dulce, delicada, transparente, desbordando amor y ternura.
Estrenada inmediatamente antes de la llegada del cine sonoro (apenas unas pocas semanas), estamos ante la obra de un gran creador, todo un compendio de lo que fue lo que se conoce como expresionismo alemán, en esta ocasión traspasado a Hollywood.
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