El periodista alemán Philip Winter (Rüdiger Vogler) recorre los Estados Unidos buscando temas para escribir un libro, pero como ni siquiera consigue empezarlo, su editor cancela el contrato. Decide regresar a Alemania y, mientras intenta reservar un vuelo, se encuentra con una mujer alemana y su hija de nueve años, Alice (Yella Rottländer), que hacen lo mismo. Los tres se hacen amigos (casi por necesidad) y, aunque la madre le pide a Winter que cuide de Alice temporalmente, pronto se hace evidente que la niña estará a su cargo durante más tiempo del esperado. Tras regresar a Europa, la inocente amistad entre Winter y Alice se fortalece mientras viajan juntos por varias ciudades europeas en busca de la abuela de Alice.
Wim Wenders nos lleva de viaje que, al parecer, es lo que mejor se le da al realizador alemán. La pareja protagonista la conforman dos seres perdidos. Él no es capaz de expresar en palabras lo que ve, se dedica a capturar imágenes con su polaroid, pero las letras se le resisten y estas son su medio de vida. La niña, abandonada por su madre en manos de un extraño al que apenas conoce.
Wenders aprovecha para reflexionar sobre la alienación que sufrimos bajo esa capa de libertades; la televisión, en palabras de Philip, es un constante anuncio, nos venden programas de entretenimiento, de información, de divulgación pero, en el fondo, no son más que publicidad en manos de quienes quieren dirigirnos y se acaba convirtiendo en un medio para manejarnos, pero un medio que nos han metido en nuestra propia casa.
Wenders parece que busca la vida misma, el tiempo perdido, en ese vagabundeo por las ciudades que Philip recorre en compañía de la encantadora (y un poco quisquillosa) niña que acaba por conquistar nuestro corazón con su inocencia no exenta de cierto tono de pillería infantil.
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