Bruno (Rüdiger Vogler), un reparador de equipos de proyección y Robert (Hanns Zischler), un hombre deprimido tras separarse de su esposa, acaban juntos recorriendo la campiña germana a lo largo de la frontera que separa ambas Alemanias, viajando de pueblo en pueblo visitando destartalados cines para su mantenimiento.
El film no tiene un principio ni un final convencionales. Wim Wenders, en cambio, se interesa por la cambiante relación entre dos hombres que recorren las carreteras de la frontera entre Alemania Oriental y Occidental y los crecientes vínculos que entre ellos se van creando.
Además de un sentido homenaje a esos cines de poblaciones pequeñas que malvivían con pocos espectadores y hoy no existen, el film está impregnado de signos de la invasión cultural de Europa por parte de Estados Unidos: carteles, anuncios y, sobre todo, el rock and roll, una obsesión personal del director, y se desarrolla con una increíble y a menudo inspiradora sensación de libertad. Todo ello complementado con una magnífica banda sonora, con piezas clásicas de J.S. Bach y Ludwig van Beethoven, además de cortes de U2, Talking Heads o Patti Smith.
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