Jugoso libro el que nos presenta aquí el prestigioso historiador Fernando García de Cortázar en el que nos acerca a una serie de personajes representativos de distintas épocas a los que une el nexo común de haberse alineado o encontrado en el bando de los perdedores, a veces por simple equivocación y otras víctimas de circunstancias que no pudieron eludir.
Desde la antigua Roma hasta nuestros días, se repasan los avatares de 23 personajes fascinantes que nos ayudan a comprender nuestro pasado y también el presente.
Dos personajes de la antigüedad: Quinto Sertorio (el general romano enfrentado a Pompeyo con apoyo de gentes de la Península Ibérica y asesinado por sus lugartenientes en el año 72 a.C.) y el obispo de Ávila, Prisciliano (condenado por hereje y ejecutado en Tréveris a finales del siglo IV).
De la España visigoda, el príncipe Hermenegildo, que abandonó el arrianismo y encontró la muerte por su conversión a la fe católica.
La Edad Media está representada por tragedias colectivas, como la de los mozárabes (cristianos en tierras del islam durante siglos, que seguían siendo extraños cuando los territorios en que vivían eran reconquistados, por su arabización); o los judíos, perseguidos hasta su definitiva expulsión en 1492, representados por varias figuras que vivieron entre los siglos XI a XIV. También hay lugar para personajes individuales, como Abd Allah, último monarca del reino taifa de Granada (no confundir con Boabdil, el último monarca del reino, que no taifa, de Granada); o don Álvaro de Luna, valido del rey Juan II, que subió al patíbulo en 1453.
La época de los Austrias está presente a través de los musulmanes granadinos (moriscos tras su obligada conversión en 1502), representados por la figura de Francisco Núñez Muley; el joven e inexperto justicia de Aragón Juan de Lanuza, quien pagaría con su vida su enfrentamiento con Felipe II; el jesuita Juan Alfonso de Polanco, al que muchos daban como el siguiente prepósito general de la Compañía, pero que vio truncada su carrera por su origen converso, tras haber sido secretario de los tres primeros generales de la orden; o el conde de Oropesa, dos veces alejado del poder por las luchas cortesanas durante el reinado de Carlos II.
Los capítulos correspondientes al XVIII, se dedican a Gregorio Mayans y Pablo de Olavide, ilustrados con distintas trayectorias, así como la última etapa de Jovellanos; también el pintor Luis Paret Alcázar, alejado de la corte y desterrado a Puerto Rico por culpa de un escándalo protagonizado por su protector el infante don Luis; cerrando la época las referencias a la suerte final del marino Alessandro Malaspina, cuya brillante trayectoria no impidió su prisión y destierro por oponerse al favorito Godoy.
En el siglo XIX, José Bonaparte, el rey odiado por el pueblo español; el escritor sevillano José María Blanco White; los carlistas, eternos perdedores de una causa anclada en el pasado; o el empresario andaluz Manuel Agustín Heredia.
Ya en el siglo XX se estudian personajes como el anarquista barcelonés Juan Peiró, ministro de la república, fusilado tras ser capturado por los nazis en su exilio francés y entregado al gobierno de Franco; el fundador de las JONS, Ramiro Ledesmo Ramos, enfrentado a José Antonio y alejado de la Falange antes de la guerra, que le pilló en Madrid donde sería fusilado sin juicio, frente a las tapias del cementerio de Aravaca; el falangista Ernesto Giménez Caballero, calificado por Paco Umbral como el Groucho Marx del fascismo español; los republicanos exiliados en Rusia que, tras luchar contra Franco, se vieron atrapados por el infierno soviético; por último, figuras como Jiménez Fernández o Luis Lucia, éste último, tras condenar el levantamiento militar, fue prisionero de la República por su militancia en la Derecha Regional Valenciana y, tras la liberación de Valencia, condenado por los franquistas, muriendo confinado en Mallorca.
Advierte García de Cortázar en el prólogo del peligro de identificar perdedores con buenos y que no siempre resulta claro que, de haber ganado, las cosas hubieran ido mejor, tal vez todo lo contrario. "Hay perdedores -dice- que no merecen el reconocimiento sentimental ni el limbo de una feliz vindicación, que son pusilánimes y corruptos, como el rey Abd Allah, anacrónicos y reaccionarios, como los pretendientes carlistas, o antipáticos e implacables, como los comunistas españoles de la era republicana.
El libro trasluce un notable pesimismo, tanto sobre la fugacidad de la vida, como sobre España misma. El autor, sin traicionar los datos históricos, se deja llevar por la recreación literaria de personajes y situaciones que, lejos de molestar, contribuye, gracias a su estilo depurado, al atractivo del libro y facilita su lectura.
El libro se cierra con un epílogo en el que se recuerdan personajes y colectivos que no han tenido cabida en él (mujeres, homosexuales, campesinos, indígenas, esclavos...) entre ellos las víctimas del terrorismo etarra, como el periodista y luchador antifranquista José Luis López de Lacalle, asesinado por la espalda en mayo de 2002 y es que quienes piensan, siempre han molestado, ya lo escribió Leandro Fernández Moratín: “No escribas, no imprimas, no hables, no bullas, no pienses, no te muevas, y aún quiera Dios que con todo y con eso te dejen en paz”.
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