jueves, 15 de mayo de 2014

JUSTICIA BIZANTINA

En el Imperio Bizantino, atentar contra el monarca, suponía contravenir la misma Ley Divina y los castigos eran proporcionales a tamaño sacrilegio. Cuando decimos proporcionales, como pueden suponer, nos referimos a crueldad y salvajismo sin tasa.
Tras las consiguientes e inevitables torturas, se procedía al paso siguiente, el castigo ejemplarizante para que los que viesen el "espectáculo" se lo pensaran dos veces antes de imaginar ponerle la mano (o lo que fuere) encima al emperador:
El acusado era conducido al Hipódromo, que desempeñaba un papel análogo al del circo en Roma, se le cortaban pies y manos, narices y orejas y, después, paseado en un jumento, lo que quedaba del pobre reo, era entregado a la multitud, que se ensañaba con él.
Siempre quedaba la posibilidad de alguna "innovación", dependiendo de la imaginación perversa del emperador de turno. Basilio I (867-886), por ejemplo, fue magnánimo y permitió que a un ofensor contra su persona sólo lo dejaran tuerto y manco, en vez de ciego y con dos muñones por brazos. Otros menos afortunados, que discurrieron atentar contra Miguel III el Borracho (842-867), luego de mutilados, debieron incensarse entre sí en una plaza pública... con el pequeño detalle de que en vez de quemar incienso, se quemaba azufre.
No pocas veces, como suplicio final, y para asegurarse de que no hubieran descendientes que pudieran vengarse, los castraban.
En el castigo iba incluido no solo el asesino mismo, sino también su esposa e hijas, que acababan generalmente encerrada en un convento, y sus hijos varones, que terminaban mutilados o muertos, con el fin de evitar venganzas familiares.
Las cosas, a veces, iban incluso más allá y ni siquiera era necesario atentar contra el emperador, una simple ofensa, incluso inconscientemente hecha, podía acarrear castigos terribles. Le sucedió a una criada que, en un acto perfectamente estúpido, escupió inadvertidamente por la ventana. Cayó sin querer sobre el ataúd de la Emperatriz Eudoxia y la infeliz sirvienta acabó condenada a muerte.
En algunos países que todos conocemos, lo cierto es que las cosas no han evolucionado tanto, por lo que se ve, en otros, que podemos considerarnos más afortunados, nuestros jefazos se han vuelto menos violentos y nos someten a torturas más refinadas, se conforman con robarnos lo que pueden y un poco más, reírse de nuestra docilidad y, si nos matan, es indirectamente y con las manos limpias.



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