sábado, 3 de julio de 2021

LA HORA DE LOS VALIENTES

 


En plena Guerra Civil Española, los bombardeos amenazan con destruír el Museo del Prado, por lo que las autoridades ordenan la evacuación y el traslado de las obras de arte a Valencia. Uno de los celadores del museo, Manuel (Gabino Diego), un joven de 28 años, encuentra abandonado en la pinacoteca un autorretrato de Goya. Ante la amenaza de las bombas, que ya empiezan a caer, Manuel escapa con la pintura bajo su ropa con la intención de resguardarla de los posibles daños que pudiera sufrir. A partir de ese momento, ayudado por Carmen (Leonor Watling), una joven a la que conoce en el metro durante el bombardeo, y el abuelo Melquíades (Luis Cuenca), el joven lucha por mantener intacto en toda su belleza el cuadro de Francisco de Goya en medio del horror, la sangre y la violencia, incluso poniendo en peligro su propia vida y la de su familia.


Entre los idealistas o los que sencillamente son gente normal, por un lado y los egoístas o los "espabilados", por otro, existe la gran diferencia de que los primeros, casi siempre son los que salen perdiendo y los segundos, los que sacan tajada, sobre todo de las situaciones desesperadas. 
En los conflictos bélicos, la retaguardia es muchas veces, más peligrosa y traicionera que los frentes de combate, porque en ella, el enemigo está oculto o disimula su condición y porque entre los emboscados, esa gente que se queda para atrás sacando de dentro lo peor del ser humano, se ha perdido toda referencia a esa especie de código de honor que existe entre los combatientes que, en el fondo, se sienten como parte de un todo, como las ovejas en el matadero a quienes una línea invisible ha colocado en un bando u otro, pero hermanados por parecidos valores, si es que en una guerra los hubiere. Antonio Mercero y su coguionista, Horacio Varcárcel, plasman en el film ese panorama en el que Mercero trata de ser ecuánime, repartiendo a diestro y siniestro (nunca mejor dicho). Unos rojos que matan por el simple hecho de ser de derechas; que queman obras de arte (Sorolla incluído) porque estaban en una casa donde había un cura refugiado; que tratan de manera inmisericorde, cruel y humillante a quienes, llevados por el hambre y la desesperanza, tratan de engañar a los que reparten la mísera ración de comida; que se alían con el diablo para sacar provecho de las pocas pertenencias que pueden rapiñar a quienes están en situación de desamparo... Y unos fascistas que se nos presentan como la otra cara de la misma moneda, repitiendo las mismas barbaridades, dirigidas (¡qué casualidad!) contra los mismos: los desamparados o aquellos que no han chaqueteado en sus ideales. Todas estas barbaridades reunidas en un ruín personaje, el de Lucas (Héctor Colomé), bien avenido con los republicanos, que le protegen y colaboran en sus rapiñas y que, cuando entra el ejército nacional en Madrid, aparece con su uniforme de jefecillo de falange al frente de una de las escuadras de la muerte.


Mercero es un realizador fundamental, más en nuestra televisión que en nuestro cine, eso es cierto y aquí nos trae una historia salpicada con muchas notas de humor, pero no por ello menos dura y cruel. Es una lástima que en algunos momentos (más de la cuenta), se deje llevar por una sensiblería que se me antoja innecesaria y que el personaje protagonista, el de Gabino Diego, esté mal perfilado y, más que un idealista, parezca tonto. Todo lo contrario que la mayoría de los secundarios, que realizan actuaciones meritorias y más que dignas. Un film entretenido y del que uno acaba con la sensación de que, a pesar de que el resultado no está mal en su conjunto, podría haber dado más de sí.




4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Cierto, pero creo que en ocasiones se deja llevar por ella.

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  2. Me encanta cuando Luis Cuenca, para salir del paso, comenta, refiriéndose al autorretrato de Goya que tiene colgado en la pared: "Éste es mi tío Paco de Zaragoza".

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