miércoles, 9 de junio de 2021

VIVIR Y MORIR EN LOS ÁNGELES


Richard Chance (William Petersen) y Jimmy Hart (Michael Greene) son dos agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos que trabajan para el Departamento del Tesoro como investigadores de fraudes en una oficina en Los Ángeles. En el departamento, Chance es conocido por su comportamiento imprudente, mientras que su compañero Hart está a tres días de retirarse. Hart está harto, pero acepta una última misión: capturar al experto falsificador Rick Masters (Willem Dafoe).


El film adapta la novela homónima escrita por el ex-agente del Servicio Secreto Gerald Petievich quien además co-escribe el guion junto a su realizador William Friedkin.


Creo que la película pretende ofrecer una visión diferente a la clásica del cine de policías y delincuentes. Se puede decir que aquí los buenos no existen, si el delincuente principal, el falsificador de billetes de 20 dólares (ya saben que, como ocurre aquí ahora, hay establecimientos que no aceptan billetes de 50 o más, precisamente para evitar falsificaciones) es un tipo sin demasiados escrúpulos, el policía protagonista es una verdadera joya que no se le queda atrás. Un niñato, chulo, creído, ególatra en cierto sentido, pagado de sí mismo, con ese caminar de piernas arqueadas que parece un cowboy y unos gestos y formas de actuar que logra muy bien William Petersen (actor que, años después alcanzaría la fama interpretando a Grissom en CSI), que no halla reparo alguno en utilizar a su antojo a una ex-convicta para llevársela a la cama cuando le apetece o ponerla a trabajar como confidente, aprovechándose de su situación de superioridad. El tipo, con sus actuaciones fuera de control, no hace sino meter en problemas a su compañero, pero problemas peliagudos y, encima, si el otro pone reparo a actuar fuera de las normas, le llama gallina y todas esas agresiones verbales que tan bien se les dan a este tipo de personas para someter a quienes les rodean al más vil chantaje psicológico. 
Descuella entre todas las secuencias la persecución en automóvil, aquí con el toque original de que son los policías los perseguidos. Secuencias por otra parte que tan bien se le dan al realizador William Friedkin, ¿quién no recuerda la maravillosa y mítica persecución de "Popeye" (Gene Hackman) al narcotraficante Alain Charnier (Fernando Rey) en The French Connection?  Para acabar, Friedkin busca un final también diferente, al que, parece ser, dieron muchas vueltas, que, en cierto modo, logra sorprender al espectador.
No es la mejor película del mundo, pero resulta bastante entretenida y tiene sus momentos.


 


4 comentarios:

  1. A mí también me gusto. Efectivamente, no es la mejor película del mundo; pero tiene un no sé qué.

    Por ciertos detalles, pensé que trataba sobre los remordimientos, sobre la conciencia, que es ese algo que siempre mira lo que hacemos; pero ese final parece indicar que Friedkin hablaba de castigo eterno en un tono como religioso...

    Saludos,
    Marcos M.

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  2. Ya solo por una escena con policías perseguidos debe merecer la pena. Parece que trata de cambiar varios tópicos del género.

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