HAPPINESS

Joy (Jane Adams), es una mujer de buen corazón que jamás es tomada en serio por su familia y cuya vida es un desastre. Su hermana mayor, Helen (Lara Flynn Boyle), es una escritora de éxito, bella mujer increíblemente narcisista que disfruta sabiéndose mejor que sus hermanas pero cuyo vacío la lleva a fantasear con las groserías que su vecino Allen (Philip Seymour Hoffman), un apocado pervertido, le brinda de forma anónima por teléfono. Este tipo a su vez asegura que desea beneficiarse a su maravillosa vecina, pero es incapaz de llevar la fantasía a la realidad. La tercera hermana, Trish (Cynthia Stevenson), es un ama de casa de aparente vida perfecta que en el fondo envidia profundamente a su hermana mayor, se resarce ridiculizando a la menor y totalmente incapaz de ver que su estupendo marido, Bill Maplewood (Dylan Baker), un psicoanalista de éxito, es un pederasta. El círculo se cierra con unos progenitores en la senectud de la vida a punto de divorciarse, ella odia a su marido con toda su alma pero no soporta la idea de que la abandone; él lo que anhela, es estar solo. 

Todas estas personalidades tan dispares entre si, que parecen un conjunto de locos muy diferentes a los miembros de una sociedad real, son en realidad la exacta representación de la sociedad misma, el lado oculto de la gente que se encuentra dentro de cada uno de nosotros, que normalmente mostramos lo mejor de nosotros para sentirnos aceptados y amados por los demás y ocultamos nuestros verdaderos deseos e instintos.

La película contiene una crítica tan ácida como explicita sobre la hipocresía social y la búsqueda de la felicidad a toda costa. Envuelta en un negro sentido del humor, va alternando las historias de sus personajes que llegan a entremezclarse.

El disimulo, las falsas apariencias y esa búsqueda del placer y la felicidad que solo lleva a sus protagonistas a asentirse, paradójicamente, cada vez más infelices.

Con un lenguaje explícito y en que las escenas más escabrosas no están mostradas, pero tan bien sugeridas que el fundido en negro de la imagen o el fuera de cámara en que se producen, llevan al espectador a poder imaginarse toda la angustia, el dolor, la frustración, la vergüenza, la compasión o la repulsa, según el caso, que producen. Hay una escena, sobre todo, la confesión del padre ante el hijo, de alto contenido dramático y realmente incómoda de contemplar por su dureza y por cómo logra transmitir la tensión y la miseria moral del personaje.

Calificada por algunos como pornografía moral, precisamente por que no enmascara los problemas que plantea, el film es revelador de todas esas situaciones consideradas como escandalosas y reprobables que se esconden en ocasiones bajo la apariencia de normalidad en las familias e individuos, toda esa pléyade de perversiones, manías, crímenes, fobias y filias ocultas, condenadas cuando se conocen, pero que transitan ocultas bajo una doble moral que se ha adueñado de ciertos sectores de nuestra sociedad.