sábado, 28 de diciembre de 2013

EL AGENTE SECRETO

Peculiar novela de Joseph Conrad en la que el autor anglo polaco desarrolla un original ejercicio de estilo.
El libro podría haber sido perfectamente un relato de suspense, de espionaje o una novela negra, pero Conrad lo convierte en una narración sobre lo cotidiano, sobre este grupúsculo de anarquistas de salón que se reunen en la vivienda de uno de ellos, Mr. Verloc, para hablar de las miserias del mundo y de cómo cambiarlo en aquella época en la que los anarquistas pasaban a la acción a bombazo limpio.
Mr. Verloc, uno de los personajes centrales de la historia, regenta un negocio en el que vende artículos raros, revistas prohibidas, publicaciones subidas de tono, cuya clientela entra a hurtadillas en el local que ocupa la parte baja de la vivienda y que, al tiempo, es paso obligado para acceder a ella. La policía sabe de las actividades de Verloc, pero tiene órdenes de no inmiscuirse en los negocios del sujeto que es, también, agente secreto al servicio de un país extanjero.
Su Excelencia el Barón Stott-Wartenheim, era el embajador de ese país en Londres y el hombre que había reclutado a Verloc, pero ha sido sustituído y el primer secretario de la embajada ha mandado llamar a Verloc, a una hora que al agente le parece totalmente inapropiada, las once de la mañana, cuando cualquiera le puede ver entrar en la embajada y dar al traste con su oculta ocupación. Este hombre, Mr. Vladimir, no está en absoluto contento con Verloc, considera que no se gana la asignación que recibe y le pide que haga algo para demostrar su valía, pero algo que se salga de los habituales atentados contra políticos, religiosos o edificios administrativos, a los que la opinión pública ya está penosamente acostumbrada, la demencial propuesta del primer secretario a su agente secreto es volar el Observatoria de Greenwich.
La ridícula voladura se producirá, pero lo que vuela no es el meridiano, sino una persona que queda totalmente hecha pedacitos cerca del Observatorio y que era quien transportaba la bomba.
La novela es una especie de puzzle, a medida que avanza el relato, el lector va encajando las piezas que Conrad ha desordenado hábilmente y cuya lectura no producirá ni una sola sonrisa, pero la forma de presentar los hechos penetra en el lector a través de un recurso muy efectivo: la ironía, de la que está impregnado todo el relato que es, más que otra cosa, una novela de costumbres, eso sí de extrañas costumbres.
 
 
 

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