viernes, 6 de diciembre de 2013

LA MISIÓN

Durante todo el siglo XVII, los misioneros jesuitas se encargan de llevar el Evangelio a la zona geográfica situada en derredor de dos de los más importantes ríos que conforman la cuenca del Plata, el río Paraná y el río Uruguay, en la selva tropical, en los actuales territorios de las repúblicas de Argentina, Paraguay y Brasil. Son las conocidas reducciones que los jesuítas ubicaron entre los guaraníes, guaycurúes y sus pueblos afines.
Los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, ordenaron que "hubiese escuelas de doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios". Este decreto real, al que se le prestó por lo general en América un acatamiento sólo nominal, fue cumplido con rigor por los misioneros jesuitas.
Además del cuidado de las almas y las enseñanzas del catecismo, en las misiones aprendían a leer y escribir y recibían clases de música, también se les preparaba para trabajos agrícolas y artesanos.
Sin embargo, el choque con los intereses de Portugal, en cuyos territorios, los llamados bandeirantes, se dedicaban a la caza de indios para venderlos como esclavos, llevará a que la labor de los misioneros se vea dificultada por la propia Iglesia que no desea conflictos con el poder civil.


Las leyes españolas de indias, consideraban a los nativos como dotados de alma y eran tenidos como hijos de Dios, al menos sobre el papel, algo que chocaba con las leyes portuguesas que no reconocían tal calidad en los indios que eran tratados como seres irracionales, sin derecho alguno. Las reducciones jesuíticas supusieron un avance de siglos, no sólo en cuanto al respeto por la población nativa, sino en el mundo laboral y social, algo evidentemente muy peligroso para el poder económico establecido. Entre la reformas borbónicas que supusieron, entre otras cosas, la expulsión de los jesuítas, y las presiones políticas y económicas, las misiones jesuíticas fueron desmanteladas, ni franciscanos, dominicos o mercedarios que tomaron a su cargo las misiones, tuvieron el éxito que habían tenido los jesuítas. Los pueblos guaraníes volvieron a la selva o emigraron a las ciudades donde sobrevivieron gracias a poner en práctica las habilidades artesanales adquiridas. El golpe de gracia se les dio cuando los países sudamericanos ya eran independientes, por ejemplo, el dictador paraguayo Carlos Antonio López, abolió y destruyó las comunidades quedándose con las tierras.


Una parte de esta historia que he resumido a grandes rasgos, es la que Roland Joffé traslada a la pantalla, a mi parecer con acierto, huyendo de excesivos sentimentalismos y planteando con crudeza, pero de manera bastante objetiva, los puntos de vista enfrentados, las distintas maneras de entender la relación con los indios.


Apoyado en una espectacular fotografía que saca partido de los bellísimos paisajes y en la sensacional banda sonora de Ennio Morricone, una de las más recordadas de la historia del cine, el film logra meternos en la selva, nos da la sensación de estar inmersos en ese paisaje exhuberante, salvaje y colorido.
Con unos diálogos brillantes por momentos y las impecables actuaciones de todo el elenco encabezado por Robert De Niro y Jeremy Irons, cuyos dos personajes encarnan las dos maneras de enfrentar el conflicto que les amenaza.


Muchos de los pasajes de la película resultan brillantes por una razón u otra. La ascensión a la catarata de De Niro, llevando a cuestas la simbólica carga se sus pecados, para algunos demasiado larga, para otros uno de los momentos culminantes del film; o algunas de las frases de un apesadumbrado monseñor Altamirano (Ray McAnally), consciente del cobarde abandono en el que la Iglesia ha dejado a sus ministros: Santidad, sus sacerdotes han muerto y yo he sobrevivido, pero en realidad, yo soy el que ha muerto y ellos los que sobreviven en el recuerdo de la gente.


Uno de los films más bellos que pueden verse, con ese mensaje eterno y triste de que al final, el poderoso pisotea al débil.
En nuestro recuerdo la ingenuidad y falta de malicia de los indios y el proyecto de unos soñadores que creyeron que podían cambiar el mundo. No lo hicieron, pero el ejemplo de su entrega, de su trabajo desinteresado, de su verdadero amor al prójimo, sigue dando fuerzas a tantos y tantos repartidos por el mundo que, a pesar de todas las contrariedades, siguen intentándolo, algo que refleja muy bien el postrer diálogo entre el representante del gobierno portugués, Hontar (Ronald Pickup) y el propio Altamirano, cuando aquel le quiere hacer ver que ha tomado la decisión que tenía que tomar, porque "Tenemos que trabajar en el mundo, su eminencia. El mundo es así".
Y Altamirano contesta: "No, señor Hontar. Así hemos hecho el mundo ... así lo he hecho".

 
 
 

6 comentarios:

  1. Qué buena. Me impresionó en su momento y ahora me enternece y me emociona cada vez que la revisiono. Un clásico.
    El espíritu jesuíta parece que quiere resucitar y volver a acercanos al más necesitado. Lo siento, me puede mi formación Ignaciana.

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  2. Estupenda película, merece la pena. Y un elenco de actores extraordinario.

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