Irvin D. Yalom, doctor en medicina, psicólogo, profesor de psiquiatría en la prestigiosa universidad de Stanford y escritor de éxito, acariciaba desde hace años el deseo de escribir una novela sobre el filósofo holandés de origen sefardí-portugués, Baruch Spinoza.
El problema más grave que se le planteaba es que Spinoza había llevado una vida casi contemplativa y había sido extremadamente reservado, casi invisible. No contaba, pues, con el material que suele servir para construir este tipo de narraciones, no había dramas familiares, ni relaciones amorosas, anécdotas curiosas, reuniones sociales…
Sin embargo, durante su estancia en Holanda hace pocos años, para dar clases, visitó la casa museo de Spinoza en Rijnsburg, y se enteró de que en 1941, soldados del Einsatzesitab Reichsleiter Rosenberg, un comando dirigido por Alfred Rosenberg, el principal ideólogo antisemita nazi, saquearon la biblioteca de Spinoza, incautándose de todos los volúmenes allí depositados. Aquello, como confiesa el autor de la novela, fue una epifanía, la inspiración que estaba buscando para construir su novela sobre el filósofo judío.
¿Qué interés tenía Rosenberg en la figura y la obra de Spinoza? Este alemán de origen báltico, que ingresó en el Partido de los Trabajadores Alemanes poco después de que lo hiciera Hitler, que proporcionó a los nazis con sus ideas y sus escritos, la justificación para aniquilar a los judíos.
La novela alterna capítulos sobre Spinoza, con los dedicados a Rosenberg y a lo largo de ellos, nos aproxima a la controvertida personalidad del ideólogo nazi, uno de los sentenciados a muerte en el proceso de Nuremberg y a lo que pudo ser el devenir vital de Spinoza, el judío contra el que la comunidad de Amsterdam dictó un hérem (el equivalente de la excomunión), tremendamente duro: “Ordenamos que nadie se acerque a Baruch Spinoza, ni de palabra ni por escrito ni le haga ningún favor ni esté con él bajo el mismo techo ni a menos de cuatro codos de él, ni lea ningún tratado compuesto o escrito por él”. No había en el hérem mención alguna a arrepentimiento o rehabilitación, aquel hérem era para siempre y obligaba a todos los judíos, incluida la propia familia del expulsado, que lo cumplió.
Spinoza, llamado a ser uno de los miembros destacados de la comunidad sefardí de Amsterdam, se convirtió en un personaje molesto para los rabinos, su mayor pecado era que hacía preguntas, que ponía en tela de juicio, a través de la razón, el contenido de la Torá. Él prefirió seguir fiel a su idea de libertad de pensamiento a cambio de verse expulsado de su comunidad, pero sus libros también estaban en el Índice, pues sus ideas eran igualmente molestas para los jerarcas de las diversas confesiones cristianas, así que sobrevivió puliendo cristales para lentes y siguió dedicándose a lo que más le interesaba: Desarrollar su pensamiento, leer y escribir. Un personaje valiente, que consideraba la Biblia como una especie de cuento, lleno de contradicciones, y lo hacía sólo dos generaciones después de que Giordano Bruno fuera quemado por herejía y cuando sólo una generación antes había tenido lugar en el Vaticano el juicio a Galileo. El hombre que vivió en la Holanda de Rembrandt o de Johannes Vermeer, admirado por Goethe o Einstein.
El autor dice que deseaba escribir una novela de ideas y en ella despliega los recursos del análisis psicológico y de la intriga para hablar de la fe, del miedo y de la conquista de la libertad individual. Rosenberg y su peripecia alrededor del filósofo neerlandés, son una excusa, un recurso para darle cierto aire de misterio a la novela, cuyo principal valor es, sin duda ninguna, la relevante figura de Spinoza. Yalom novela muy bien lo que pudo haber sido su vida, consiguiendo un relato fluido y atractivo.
Esta reseña fue publicada, en su día, en HISLIBRIS
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