miércoles, 31 de octubre de 2018

EL SOL SIEMPRE BRILLA EN KENTUCKY

El juez William Pittman Priest (Charles Winninger), es un pícaro que ha llegado a magistrado que, en lugar de dejarse llevar por las formalidades legales y por la etiqueta jurisprudencial, se guía por su espíritu ético y humanista.
Ambientada en 1905, narra la sentimental historia de este afable y popular juez de Kentucky que se presenta a la reelección contra un fiscal yankee.
Está dispuesto a aprovechar cualquier ocasión para lograr votos y revalidar su mandato, pero sus ansias de continuar en el cargo no transigen con los atropellos e injusticias. Cuando el ayudante del sheriff abandona a su suerte a un joven negro acusado falsamente de ser el violador de una adolescente blanca, «Billy» Priest se enfrenta a la turba que pretende lincharlo, empleando su elocuencia, pero también un revólver. Sabe que ese gesto le hará perder votos, pero nada le parece más importante que salvar a un inocente.
Aficionado al buen whisky, su criado Jeff (Stepin Fetchit) siempre tiene preparada una garrafa para saciar su sed. El juez nunca menciona el alcohol. Cuando se levanta de la cama con su camisón y su gorro de dormir, se asoma a la ventana y hace sonar su trompeta para pedir su «medicina». Es su forma de empezar el día. El alcohol le infunde ánimos y actúa como un poderoso purgante, obligándole a correr hacia el baño entre retortijones. Su afición a la bebida choca con la estricta liga de mujeres que lucha contra el vicio. Dirigidas por Mrs. Aurora Ratchitt (Jane Darwell), consideran que la bebida es obra del diablo. «Billy» Priest intenta ganarse su simpatía, prodigándoles halagos y bebiendo limonada en la fiesta anual que organizan para promover las buenas costumbres, pero jamás secunda su intransigencia, que exige la marginación de las personas con una conducta ligera o poco convencional.


La película combina tres historias de Irvin S. Cobb: "The Sun shines Bright" ("El Sol brilla resplandeciente"), que da título al original, "The mob from Massac" ("La turba de Massac") y "The Lord provides" ("El Señor proveerá").
Casi veinte años después de haber estrenado El juez Priest, Ford nos trae nuevos episodios de la vida de este simpático personaje, engarzando, y muy bien, por cierto, tres historias que, en su momento, se publicaron de forma separada.


De nuevo los detractores de Ford cargan contra él acusándole de racista y misógino por este film. La verdad es que la mayoría de las veces, se emplean argumentos simplistas para defender esos postulados sobre la manera de ser del maestro, pues, en primer lugar, ver las cosas de hace más de medio siglo con ojos de hoy, me parece, cuanto menos, ventajista y, posiblemente, equivocado.
Ford comienza su película con un negro, Jeff, el criado del juez y la acaba con estos cantando góspel en honor del protagonista. Es cierto que los personajes de color son presentados como seres inferiores que ejercen de criados o empleados de los blancos y a los que estos no tienen demasiado aprecio e incluso hay alguna escena un poco sangrante, como aquella en que el joven U.S. Grant (Elzie Emanuel), toca al banjo Dixie en el juzgado, en que más parece un payaso que otra cosa. Pero creo que así era como se veía a los negros a principios del siglo pasado en cualquier estado del sur de los EE.UU. Así que Ford no hace otra cosa que representar la realidad en tono de comedia. Además, el Juez, en alguna ocasión declara literalmente que no va ha hacer distingos en su juzgado por cuestiones de raza. Los negros no votan en la elección de juez, no tenían derecho a ello, como tantos otros derechos civiles de los que estaban privados, pero nadie critica que Ford refleje eso en la película porque lo contrario sería tergiversar la historia. Pues con el resto, lo mismo. Por cierto, las mujeres tampoco votaban, pero no era culpa de Ford que así fuera.
Mucho se ha escrito sobre este film, entre otras cosas porque, al parecer, en alguna ocasión Ford declaró que era su preferido y muchas de sus escenas han sido estudiadas de forma pormenorizada, sobre todo la de la comitiva fúnebre, son sus cambios de eje en las tomas y todo eso, pero me van a permitir que yo me detengan en dos escenas que me llamaron poderosamente la atención, entre las muchas de las que podría hablar de esta película.
Una se produce en el minuto 9 (estoy hablando de la versión de 100 minutos, no de la de hora y media), cuando Ashby Corwin (John Russell), el galán de la película, acompaña a la señorita Lucy Lee Lake (Arleen Whelan) a la escuela en la que ésta da clase. Se produce un inocente coqueteo, cuando Ashby se ofrece a llevarle los libros, a continuación, los niños (todos negros), salen en tropel de la iglesia, que hace también las veces de escuela, para recibir con alborozo a la señorita Lucy; cuando vuelven a entrar, ella ya ha recuperado sus libros y se ha dirigido sola a la entrada de la escuela tras despedirse de Ashby y darle las gracias por su caballeroso gesto. En ese momento, asistimos a un clásico montaje de plano/contraplano, ante la puerta de la escuela, Lucy se da la vuelta y se queda mirando a Ashby en la lejanía, que también la mira a ella, se quita el alfiler que sujeta su sombrero y, con elegancia, se desprende de este, sin dejar de mirar a Ashby, pero con el rostro serio y cierta altivez. Ashby, en un gesto mecánico, se quita también su sombrero a modo de saludo, pero está boquiabierto mirando a la chica y algo perplejo por su gesto. Riánse Vds. de escenas románticas, de sexo explícito, de frases y gestos de alto contenido erótico, esta simple escena, toda una declaración de Lucy de que está dispuesta a recibir los galanteos de Ashby, se produce sin palabras, sin cercanía siquiera entre ambos, sin gestos de doble sentido, pero tiene más tensión erótica que muchas escenas explícitas. Un retrato de lo difícil que es hacer las cosas sencillas.
La otra escena se produce al final del film, cuando el Juez, tras recibir el homenaje de todo el pueblo, con lágrimas en los ojos, pide a Jeff que le traiga su "medicina", "para poner en marcha el corazón". Priest se interna en la casa, cuando atraviesa el recibidor, queda totalmente a oscuras, abre una puerta interior y su figura, de espaldas a la cámara, se ilumina como si un aura surgiese del personaje, casi de forma mágica. Ford y sus puertas.
Es una magnífica película, muy divertida y muy emotiva, con unas cuantas lecciones morales, de las que una de ellas, aquella en la que habla con su antiguo enemigo en el campo de batalla, de que ahora marchan bajo la misma bandera, produce mucha envidia vista desde aquí donde todavía asistimos a la eterna pelea de banderías que parece no tener fin y donde el sentido de nación, parece que ha perdido su significado.




2 comentarios:

  1. Una magnífica película que has comentado de forma brillante. La escena romántica es marca de la casa, como la de la primera vez que se ven Maureen y Wayne en "El hombre tranquilo" o las miradas de la misma pareja en "Río Grande", y, en fin, muchas tan elegantes como esas.
    Nos gusta el cine de Ford.

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