jueves, 18 de febrero de 2021

EL HUEVO DEL DINOSAURIO (ÖNDÖG)

 


El cadáver de una mujer asesinada, aparece en medio de la estepa de Mongolia. Durante una noche, un policía joven e inexperto tiene que custodiar la escena del crimen. Dado que desconoce los peligros del lugar y a que está desarmado, le envían a una pastora lugareña para protegerle a él y al cadáver. Se trata de una resuelta mujer, de unos treinta y tantos años, que sabe cómo manejar un rifle y ahuyentar a los lobos. Ella se encarga de encender una hoguera para combatir el frío. El alcohol también ayuda a este propósito, así como la cercanía de los cuerpos que la mujer propicia.


Cuenta el realizador chino Wang Quan'an, director y guionista de esta película, que cuando viajó a Mongolia, la tierra de su madre, para rodarla, no tenía guión. Esto me hace pensar unas cuantas cosas, entre ellas, en primer lugar, que seguramente es cierto lo que dice y en segundo, que quizá tenía pensado el arranque y ante la magnitud de las sensaciones que, conforme él dice, poco menos que le abrumaron al verse en aquella tierra, entre aquellas gentes, en aquel paisaje y aquel modo de vida, la película fue tomando su propio camino, como un lienzo en blanco ante el que el artista deja fluír la mano libremente para encontrarse después con algo que parece que se ha pintado solo.


Lo digo, porque la película parece que cambia el enfoque narrativo en cierto momento. Comienza como una película de crímenes de esas que tan de moda se han puesto en el cine chino y coreano, al estilo de Memories of murder, de Bong Joon-ho, pero el asunto este del cadáver en medio de la nada, pronto vemos que no va a ninguna parte y el film se torna en una especie de película etnográfica sobre la estepa de Mongolia, sus habitantes y su modo de vida, con un personaje central, el de la pastora, una mujer fuerte y aún joven, independiente y libre. 
Interpretada por actores no profesionales, el espectador siente una especie de cercanía por la historia que se nos antoja real en todo momento y está salpicada de algunos momentos que destilan cierto sentido del humor que se desprende de lo paradójico de algunas situaciones, sobre todo a ojos de un occidental. 
Tiene una espléndida fotografía, de Aymerick Pilarski, que sabe realzar la belleza del monótono paisaje estepario jugando mucho con la presencia del cielo cambiante que, en muchos momentos de la película, ocupa las tres cuartas partes superiores de la pantalla. Al principio, el film recurre a planos lejanísimos, para irse acercando a los personajes cuando se vuelve más intimista. Está rodada con bastante parsimonia y hay que tratar de verla con la calma que requiere y disfrutando de la sencilla historia que nos cuenta y del acercamiento que nos procura hacia una cultura para nosotros ya desaparecida de convivencia con la naturaleza, sufriendo de su dureza, pero disfrutando de su libertad.
En la Seminci de 2019, obtuvo la Espiga de Oro, pero alguna gente se salió de la sala y es que como dice el amigo Juan, no hay películas lentas, sino público impaciente (bueno, él dice espectadores acelerados).




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