jueves, 12 de marzo de 2020

EL HIJO DE SAÚL

Saúl Ausländer (Géza Röhrig) forma parte de una brigada de judíos que ha sido seleccionada por sus carceleros para hacer el trabajo sucio del campo, los llamados Sonderkommando. Su tarea consiste en conducir a los prisioneros a las cámaras de gas y a las fosas comunes, hacer que se desnuden, recoger sus pertenencias y ayudar a clasificarlas, sacar los cuerpos y llevarlos a las cámaras de incineración, operar los hornos y limpiarlos de cenizas. A cambio de este triste trabajo, a la brigada se le concede una incierta prolongación de la vida para sus integrantes y unas limitadas posibilidades comunitarias.
Haciendo su trabajo, se encuentra Saúl con un joven prisionero que, desmayado y sin sentido, ha salido todavía con vida, luego de pasar por una cámara de gasificación. No dura mucho el joven, de ello se encargan sus carceleros. Pero para Saúl, en un momento de quiebra moral, decide hacer todo lo que sea necesario para darle un entierro digno, celebrando el rito tradicional que estipula la religión, lo que incluye la presencia de un rabino.
Para cumplir la misión que se ha autoimpuesto, necesitará la ayuda de muchos de sus compañeros de prisión, lo que significa decirles qué está haciendo. Es entonces cuando Saúl se entera de que algunos de los otros trabajadores prisioneros están tratando de sacar información para mostrar al mundo las atrocidades del campo, mientras que pasan de contrabando elementos que ayudarán en un levantamiento contra sus captores.


¿Cómo retratar el horror? El realizador húngaro László Nemes tuvo claro desde el principio que no podía hacerlo, ni siquiera lo iba a intentar, así que en vez de retratar la barbarie de los campos de exterminio, iba a acercarse a la vida de un personaje, uno muy particular, aquel que en medio de la muerte seguía con vida formando parte de un colectivo doblemente despreciado: Los Sonderkommando, humillados por los nazis, igual que el resto de internos del campo y odiados por sus compañeros de infortunio, por la labor que ejercían y el modo cruel en que la llevaban a cabo.
Un par de cosas técnicamente llamativas ejercen gran influencia en el desarrollo de la historia. Por un lado la estrechez del campo visual, rodada con una lente de 40 mm., sólo vemos lo que ve Saúl, incluso a veces, esto mismo, está deliberadamente desenfocado, lo que crea una sensación de desasosiego en el espectador por la falta de información visual de lo que está ocurriendo, aunque sabemos lo que es. Nemes reproduce de esta forma tan peculiar el arma defensiva de Saúl: Se abstrae, no quiere ver lo que ocurre, cumple su trabajo como un autómata sin detenerse en detalles y sirve, al tiempo, al realizador para subrayar situaciones cuando le interesa transmitir claramente al público determinadas circunstancias, como ocurre en la escena en que el protagonista ve como asesinan al niño que ha sobrevivido al gas letal o, al final de la película, cuando Saúl ve al niño polaco que les observa, a él y a sus compañeros de fuga y sonríe. Aquí no hay desenfoque y la impresión que tiene el espectador es que el campo de visión se abre ligeramente.
El otro aspecto es el sonido. Si apenas vemos más que lo que ve Saúl y, a veces, ni siquiera se nos muestra con claridad, no ocurre así con el sonido que nos penetra durante toda la película. Los gritos, los lamentos, el ruido de los hornos, las paletadas de carbón, el ladrido de los perros, el trajín incesante del campo de la muerte... Todo, absolutamente todo se oye. No en vano, si el film tardó 28 días en rodarse, el diseño de sonido, que incluye voces humanas en ocho idiomas, les llevó cinco meses. Es el contrapunto a la falta de información visual.


La película tiene más connotaciones, es un film húngaro, como lo es su realizador y en Hungría, una gran parte de la población, niega la colaboración con los nazis, cuando entre el 15 de mayo y el 9 de julio de 1.944, aproximadamente 437.000 ciudadanos húngaros de etnia judía fueron deportados en 147 trenes, principalmente al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, la mayoría de ellos no aptos para el trabajo: personas mayores y discapacitadas, mujeres y más de 100.000 niños que por ese motivo de no poder ser utilizados como esclavos, eran asesinados en cámaras de gas inmediatamente después de llegar, mientras que sus posesiones (incluidos los dientes de oro) fueron robadas por los alemanes. Muchos más murieron en el campo en los meses siguientes. La deportación fue principalmente organizada y ejecutada por las propias autoridades húngaras. Hungría estableció un triste record al deportar la citada cantidad de personas y enviarlas a una muerte segura en solo ocho semanas. La devoción de los gendarmes húngaros por esta causa sorprendió incluso al organizador nazi de las deportaciones Adolf Eichmann, quien solo necesitaba supervisar la operación con 20 oficiales y un personal de 100 hombres, incluidos conductores y cocineros.
Quizá la mayor virtud, al menos lo más llamativo de la película, sea al tiempo su mayor handicap para muchos de quienes la vean, esa forma de rodaje exige una constante atención del espectador, ya que ciertas situaciones ocurren fuera de campo y no todo el mundo está dispuesto a afrontar el esfuerzo que esto supone.
Cuando parecía que nada de los que nos contaran sobre el Holocausto podía sorprender, más allá de que nos siga horrorizando, Nemes consigue llevarnos a ese infierno a través de la desesperanzada visión de un hombre que vive inmerso en él.




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