Verano de 1998. Kabul es una ciudad en ruinas ocupada por los Talibanes y esta es la historia de dos parejas, una de jóvenes, muy enamorados, que deducimos trabajaban como profesores en la clausurada Universidad de Kabul. Mohsen y Zunaira, echan de menos los tiempos en que podían ir al cine, ahora prohibido e ir de la mano y besarse en la calle, ahora solo pueden vivir en relativa libertad dentro de su mísera vivienda. La otra, una pareja madura, Atiq y Mussarat, él antiguo combatiente en la guerra contra los soviéticos, herido en una pierna que le ha dejado una cojera permanente y que trabaja como vigilante en una cárcel de mujeres y ella antigua enfermera en ese conflicto, que salvó la vida al que hoy es su esposo y que padece un cáncer terminal, a pesar de lo cual, está más preocupada por no poder cumplir sus deberes conyugales que por su propia enfermedad.
El guión se basa en la novela del mismo título de Yasmina Khadra, pseudónimo femenino del escritor argelino en lengua francesa, Mohammed Moulessehoul.
Pensada en un principio para ser interpretada por actores reales, las realizadoras francesas Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, ante las dificultades de recrear el ambiente del momento, se decidieron por una película de animación, con dibujos en dos dimensiones, que yo pienso que le ha venido muy bien al film, pues les ha dado mayor libertad y mejores posibilidades para trasladarnos la situación, los lugares, el entorno y la situación en que se desarrolla la acción. Lejos de perder verismo, logran trasladarnos el terror en que vive la población y la angustia y el desamparo en especial de las mujeres. En las secuencias en que vemos lo que nos rodea como si estuviéramos dentro del burka con el que se ven obligadas a salir a la calle, la sensación del espectador es de agobio e indefensión.
La película recrea la barbarie del momento en Afganistán, un mundo de intolerancia, gobernado por unos matones que se han puesto de espaldas al viento que sopla y que se dejan llevar por una situación que les permite vivir como vagos indolentes, con un fusil en las manos y dispuestos a apretar el gatillo sin que haga falta motivo, se lo pueden inventar perfectamente. A sus pies, una población aterrorizada y unas mujeres sometidas, vejadas y humilladas hasta extremos imposibles de soportar, algunas de las cuales, a pesar de que las están maltratando, como se dice en uno de los diálogos, son las más furibundas defensoras de la nueva situación.
El film nos lleva por una senda de prisiones y sueños de libertad. Una prisión es el país entero para sus habitantes, igual que lo es el lugar de trabajo de Atiq, carcelero en una prisión para mujeres sentenciadas que esperan su ejecución y una cárcel es el burka que ellas llevan y desde el que ven un mundo entre rejas.
La desesperanza, la brutalidad, el miedo y la pobreza lo dominan todo y en medio de ello, entre lapidaciones, degollamientos, torturas, disparos, pobreza y ruina, un afán por recuperar la libertad perdida y volverse a sentirse personas, seres humanos con ilusión por vivir y una esperanza de futuro.
El final de la película, un tanto forzado, difiere de la novela y, aunque no está demasiado logrado y, en cierto modo es un poco decepcionante, quizá porque está mal desarrollado, la película transmite de sobra su mensaje, aunque es una lástima que el colofón resulte un tanto fallido.
Vaya... Una de las últimas pelis que recuerdo haber visto en pantalla grande, allá por el mes de febrero, antes del estallido de la pandemia.
ResponderEliminarSí, fue de las últimas en estrenarse en cines.
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