A Shinnosuke (Yûji Hori) le presentan a Shizu (Nobuko Otowa) como posible esposa, pero se enamora de su hermana viuda, Oyu (Kinuyo Tanaka). Sin embargo la costumbre prohíbe que Oyu se case porque su deber es educar a su hijo para que llegue a ser el jefe de la familia de su difunto marido. Oyu convence a Shinnosuke y a Shizu de casarse para poder seguir cerca de su hermana.
El guion adapta la novela El cortador de cañas, de Junichirô Tanizaki, considerado uno de los maestros de la literatura moderna japonesa, publicada en 1932.
La película de Kenji Mizoguchi elimina gran parte de esa especie de perversidad característica de una parte de la obra de Tanizaki, para centrarse en esa fascinación del director por la relación entre los asuntos del corazón y las costumbres sociales que los moldean y a veces los destruyen.
Quizá esta historia en manos de otro realizador hubiera resultado un culebrón con tintes de drama romántico, pero la forma de narrar del maestro japonés le da un nivel que va mucho más allá de la propia historia que, por momentos, contiene algunos malos entendidos, ya que no acabamos de tener claro si la protagonista principal acaba de estar enamorada del esposo de su hermana o no.
Mizoguchi nos lleva a un mundo de etiquetas y formas de comportarse muy particular entre estas personas de clase acomodada, relaciones en que la apariencia, desde la vestimenta, hasta el más mínimo gesto, está marcado por las convenciones. Lo hace a través de planos generales, composiciones que semejan cuadros vivientes, en las que todo está pensado de manera artística, con delicados movimientos de cámara que nos conducen por una historia conmovedora, cuya contemplación es una verdadera delicia para quien aprecie el arte de la narración visual.
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