Al noroeste de Escocia, en pleno Atlántico, el encantador archipiélago de la Hébridas, con sus incontables islotes rocosos, emerge del Océano. Al oeste no hay nada más, salvo América.
Sus habitantes viven frugalmente de los productos del mar, unas pocas hierbas y yacimientos de turba. ¡Pueblo dichoso con placeres simples! La pequeña isla de Todday se encuentra aislada a cien millas de tierra firme, sin cine ni sala de baile. Pero sus habitantes saben distraerse.
Pero en 1943, un desastre se abatió sobre la isla. No fue el hambre, ni la peste, ni las bombas, ni la invasión. Sino un cataclismo mucho, mucho peor: Se habían agotado las existencias de whisky. "Agua de la vida", en gaélico, sin ella, la vida no merecía la pena ser vivida. Todo el mundo lloró, ya que se habían pasado del agua de la vida a la agonía.
Por una extraña coincidencia, el S.S. Cabinet Minister encalló a la altura de la isla de Todday, dos años después de que el S.S. Politician, que llevaba el mismo cargamento, encallara a la altura de la isla de Eriskay. Pero ahí acaba la coincidencia.
En esta ocasión, los isleños tras haber pasado un largo periodo sin haber podido catar una sola gota del preciado licor, comienzan a idear toda clase de estratagemas para hacerse con todo lo que puedan del ansiado cargamento burlando a las autoridades, cuya idea de lo que debe hacerse con la carga del barco, difiere bastante de lo que piensan los lugareños.
Desafortunadamente para ellos, un capitán de la guardia territorial, para más inri inglés, se interpone entre ellos y las botellas.
Se basa en la novela Whisky Galore, de Compton Mackenzie que también participó en la elaboración del guión. El libro, a su vez, se inspira en un hecho real, el naufragio del S.S. Politician, junto a la isla de Eriskay, en las Hébridas Occidentales, ocurrido el 5 de febrero de 1941, dos días después de haber salido de Liverpool rumbo a Jamaica, con 250.000 botellas de whisky en sus bodegas.
Lo que no cuenta la película y creo que tampoco la novela, es que el barco llevaba también una cantidad considerable de dinero en efectivo, el equivalente a varios millones de libras actuales, del que no se recuperó la totalidad.
Al parecer, aún hoy o, al menos, hasta hace poco, aparecían a lo largo del año algunas botellas procedentes del naufragio en la arena de las playas cercanas. En 1987, un tal Donald MacPhee, encontró ocho de estas botellas cuando exploró el área del naufragio y las vendió en una subasta en Christie's por un total de 4.000 libras esterlinas.
Además del tema central, el del whisky y lo que su carencia supone para la gente de este pequeño pueblo, la película aborda de manera tangencial otros asuntos como las relaciones familiares (la madre dominante que controla al apocado hijo o el padre que muestra se descontento con sus jóvenes hijas por lo que él considera un uso desmedido del carmín de labios o por el hecho de que fumen); el enfrentamiento con las autoridades, a quienes solo preocupa que se recauden las tasas correspondientes por el alcohol; o las tradiciones populares.
Todo ello en tono de comedia con un humor sencillo, de ese que se ha perdido y que recuperamos con estas viejas películas que no provoca carcajadas, pero que te mantiene con la sonrisa en el rostro durante todo el film.
Personajes sencillos y cercanos que transitan por la frontera del histrionismo sin llegar a caer en él.
Una película divertida con un mensaje moralizante al final que quizá sobraba, tal vez una concesión al mercado norteamericano, aún con el recuerdo relativamente reciente de la llamada Ley Seca y que también obligó a cambiar el título original porque en él no se podía mencionar expresamente una bebida alcohólica.
Fue la primera película que dirigió Alexander MacKendrick, que luego llevaría a la pantalla títulos tan notorios como El hombre del traje blanco, El quinteto de la muerte, Mandy o La bella Maggie, entre otros y también fue el primer gran éxito de Ealing Studios en las salas norteamericanas.
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