Cuando descubre el cuerpo sin vida del amante de su hija, Lucia Harper (Joan Bennett) decide deshacerse del cadáver porque sospecha que la autora del crimen es su propia hija. Cuando la policía encuentra el cuerpo, un extraño, Martin Donnelly (James Mason), visita a Lucia para chantajearla en nombre de su socio, quien tiene varias cartas que la joven había escrito al fallecido. Martin cautivado por Lucia, añorando una familia que nunca ha tenido, intentará ayudarla.
El guion adapta la novela The Blank Wall, de la estadounidense Elisabeth Sanxay Holding, publicada en 1947, un libro muy popular en su momento.
Max Ophüls dirige su última película en su periplo americano, un drama con tintes de cine negro centrado en el personaje de Joan Bennett, que interpreta a una mujer prisionera de su familia que, en cierto modo, la agobia con asuntos insustanciales, pero también con un absoluto control sobre su vida, la escena del principio en que regresa de Los Angeles, la metrópoli cercana a su domicilio en Balboa, es paradigmática, todos, su suegro, su hijo, la cocinera, quieren saber por qué ha ido a la ciudad y por qué no se lo ha dicho. Ella es la que debe afrontar el gobierno de la familia ante la ausencia de un marido que, por lo que sabemos, está constantemente de viaje por su trabajo.
El realizador germano aborda la historia con elegancia en la realización y algunos travellings y otros planos, realmente sugestivos y sugerentes que sirven, aparte su calidad artística, para un retrato perfecto de los personajes, escenas cargadas de significado que ahondan en la psicología de los sujetos.
En menos de hora y media, gracias a la concisión y la soltura narrativa de Ophüls tenemos ante nuestros ojos una historia que, gracias a su buen hacer y a unas interpretaciones convincentes, consigue atraparnos, sobre todo por la forma en que está contada.
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