Louise (Dorothy Gish) nació de la unión de una aristócrata con un plebeyo, y fue abandonada a las puertas de la catedral de Notre Dame de París. Allí la recogió el padre de Henriette (Lillian Gish), un buen hombre de condición humilde, que la crio como si fuera su propia hija. Pasado el tiempo, Louise y Henriette son unas lindas señoritas que se quieren como hermanas, con los padres de la segunda ya fallecidos. Ante la ceguera que padece Louise, ambas hermanas viajan a París, con la esperanza de que un doctor pueda curarla. Allí las desgracias se suceden. Un aristócrata pervertido rapta a Henriette, mientras que una mezquina anciana quiere aprovecharse de Louise para pedir limosna. Solo el caballero De Vaudrey (Joseph Schildkraut) es amable con Henriette, y se enamoran. La Revolución Francesa reemplaza a la corrupta aristocracia con el malvado Robespierre (Sidney Herbert) a la cabeza. De Vaudrey, quien siempre ha sido bueno con los campesinos, es condenado a muerte por ser aristócrata, y Henriette por albergarlo.
El guion adapta la obra teatral Les Deux Orphelines de Adolphe d'Ennery y Eugène Cormon y a pesar del prestigio de D.W. Griffith, no tuvo un buen resultado financiero.
Fastuosa puesta en escena y secuencias en que intervienen masas de figurantes. Magistralmente dirigida por el gran precursor del cine norteamericano, en esta película que comienza de forma panfletaria con uno de aquellos sermones que escribía el propio Griffith, en esta ocasión advirtiendo de los peligros del naciente bolchevismo, bien es cierto que lo hace abiertamente y no a través de sugerencias.
El realizador norteamericano sabe desprenderse del aire teatral que en algunos momentos desprende el film y maneja la cámara con la suficiente habilidad para dotar a la historia, que podría ser un tremendo folletón, de un carácter vibrante, momentos de cierto suspense y un tramo final dinámico y lleno de tensión dramática, para conseguir que una película de dos horas y media no resulte pesada ni cargante.
Un film en el que Griffith demuestra que ha depurado su técnica con imágenes e interpretaciones más contenidas de lo que acostumbraba a ofrecernos el cine mudo norteamericano, consiguiendo sacar el máximo partido de la historia que tenía entre manos.
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