Sergius Karamzin (Erich von Stroheim), un ruso que se hace pasar por conde, es en realidad un Don Juan que vive de las mujeres que caen rendidas a sus encantos. Mientras pasa una temporada en Montecarlo, pone sus ojos en una distinguida dama norteamericana casada con un destacado diplomático, a la que intentará seducir.
Con una inversión superior al millón de dólares (algo desmesurado para la época), Erich von Stroheim, realizador, guionista y protagonista del film, llenó éste de excesos que a punto estuvieron de arruinar a la productora, entre otros, la recreación de la plaza del casino de Montecarlo y de un lago artificial.
La desmesura no paró ahí, ya que el film tenía ocho horas de duración que fueron recortadas a cinco, luego a tres, hasta quedar en las poco menos de dos horas y media de la versión que se conserva.
La verdad es que no da para mucho más esta historia en la que se enfrentan el mundo de una parte de la sociedad europea de entreguerras, decadente y lleno de falsas apariencias, con el mundo nuevo, pujante, sin dobleces y transparente representado en el matrimonio norteamericano.
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