Norman Moonbloom trabaja para su hermano Irwin, propietario de varios edificios medio ruinosos. Norman pasa sus días intentando cobrar los alquileres de los vecinos de estos apartamentos mientras soporta como buenamente puede sus quejas y escucha pacientemente sus desventurados dramas domésticos.
Norman, que fue estudiante hasta los treinta y dos años, virgen no solo físicamente hablando, sino prácticamente en su relación con el mundo que ahora le toca vivir en una barriada marginal de Nueva York, es definido por uno de los inquilinos como el cobrador de alquileres con mejor educación de la ciudad. Su vida personal resulta tan lamentable como su trabajo diario. Solitario y sin dinero, las noches de Norman giran en torno a comida enlatada y lectura en la cama mientras los cláxones rugen en las calles de abajo.
El viernes es el día de cobro del alquiler y nuestra oportunidad de conocer a los inquilinos. Edward Lewis Wallant, autor de esta novela, es brillante en su irónica descripción de un grupo dispar, generalmente unido por quejas sobre sus apartamentos destartalados. En un par de horas, Norman ha esquivado las preocupaciones sobre un ascensor que es una trampa mortal y no ha pasado la última inspección, grifos que gotean o fregaderos y retretes que no tragan; ha rechazado una solicitud de aire acondicionado con el argumento de que incluso el uso de una tostadora sobrecarga el viejo cableado del edificio y ha reprendido amablemente a un par de músicos libertinos, cuya habitación "como de costumbre, mostraba signos de una orgía reciente".
Más tarde, nos presentan al señor Basellecci, un caballero italiano que lleva mucho tiempo quejándose de la pared de su retrete, alarmantemente hinchada y húmeda. Le dice a Norman que le da miedo usarlo. En otro apartamento, Sheryl Beeler tiene una forma muy provocativa de aumentar la agitación de Norman; su seductora manera de recibirlo, ataviada con un kimono, hace que Norman pase por alto el hecho de que sus pagos del alquiler se quedan cortos cada semana. Muchos de los inquilinos, además de sus quejas, intentan compartir con él sus cuitas, incluso sus más íntimos secretos. Norman rechaza sus intimidades, es indiferente a sus vidas. Hasta el día en que deja de serlo.
Tras una breve enfermedad, siente una especie de epifanía y decide tomar cartas en el asunto a espaldas de su avaricioso hermano, sabe que no va a arreglar el mundo, pero, al menos, intentará arreglar el pequeño mundo que lo rodea e ir solucionando los pequeños (a veces no tan pequeños) problemas que acucian a sus inquilinos, sabiendo que esto le reportará el despido por no ingresar a su hermano las cantidades que espera recoger de su negocio.
A menudo sórdido, pero siempre vívido, el divertido relato de Wallant sobre la humanidad urbana y la salvación ofrece una instantánea maravillosamente original de esta Nueva York decadente de principios de los cincuenta del pasado siglo. Una lectura excéntrica y conmovedora que bien merece la pena.
Pese a su prematura muerte, con apenas 36 años, y su escasa producción literaria, Edward Lewis Wallant fue considerado como uno de los más prometedores miembros de la generación judeoamericana de posguerra, entre los que se hallaban Saul Bellow, Norman Mailer, Bernard Malamud o Philip Roth. Su segunda novela, The Pawnbroker (El Prestamista), llevada al cine por Sidney Lumet, le consagró definitivamente.
Intentaré leerlo, me parece, cuanto menos, interesante.
ResponderEliminarYo pienso que lo es.
Eliminar