lunes, 22 de noviembre de 2021

MI VIDA EN ROSA

 


Ludovic Fabre (Georges Du Fresne) es el hijo menor de una familia de clase media. Su máxima ilusión es ser una niña y está convencido de que su sueño se convertirá, tarde o temprano, en realidad. Por eso no entiende la preocupación de sus padres, las burlas de sus compañeros y todas las reacciones adversas que siente a su alrededor, como cuando se presenta vestido de princesa a la fiesta de bienvenida al nuevo barrio al que se ha mudado la familia o cuando habla de casarse con Jérôme (Julien Rivière), su mejor amigo.


La película es de 1997, antes de que el asunto de la transexualidad tuviera la presencia que tiene actualmente, no solo en el cine, sino en general, por lo que hay que valorar el atrevimiento que tuvieron para presentar esta historia a medio camino entre el cine social y el cuento infantil. 
Con cierto tono de comedia que no oculta la dureza del mensaje y la situación crítica que vive el protagonista, la película aborda tanto el conflicto familiar como el de identidad de género y el comportamiento de Ludovic queda enmarcado en un contexto de represión social y familiar, a la vez que la película señala las repercusiones que el comportamiento del pequeño tiene para todos los que le rodean (las apariencias, el qué dirán y demás convenciones llevadas a extremos tragicómicos). 


Vista con los ojos de hoy, quizá uno se sorprende del estúpido comportamiento de los padres y no menos, de las reacciones del vecindario, para acabar por parecernos inexplicable la solución que toma el colegio de expulsar a Ludovic porque todos los padres de sus compañeros de aula consideran inapropiada y perniciosa para sus hijos la conducta del pequeño. Estas situaciones, que hoy en día ya no se darían tal cual, aunque es probable que aparecieran soterradas, convierten al film en una especie de documento sobre cómo ha cambiado la situación en los 25 años transcurridos desde el estreno del mismo, aunque no es menos cierto que resta mucho camino por recorrer. Sin ir más lejos, los padres están tan desnortados que creen firmemente que la intervención de la psicóloga a la que envían al niño, será capaz de reconducir la situación y de convertirle en un niño "normal", como si tuviera una enfermedad.
Al final, pese a que en algunos tramos tiene ese envoltorio de papel de regalo, de narración infantil que hace vivir algunas cosas como un sueño a Ludovic, uno tiene la sensación de haber contemplado un tremendo drama social en el que en muchos momentos planea la cercanía del suicidio del niño, solución que posiblemente no tome porque es muy pequeño, apenas siete años y ni se le pasa por la cabeza, pero que es el final dramático en que acaban muchas de estas historias en la vida real. Y es que Ludovic, a través de cuyos ojos infantiles vivimos la historia, no entiende nada y sus padres, en vez de un soporte a sus desventuras, son un recordatorio permanente de que algo va mal y de que es culpable de no se sabe qué y una vergüenza para la familia.
Quizá lo menos logrado sea el final, que nos presenta a una familia que ha descubierto que en su unión está su fuerza y se muestran dispuestos a aceptar y ayudar al pequeño, un mensaje de esperanza al que llegan así, de buenas a primeras, después de haberse mostrado insolidarios y totalmente desconocedores del verdadero problema del niño, como si, de repente, se hubiera producido un milagro y hubieran visto las cosas claras.




4 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Otra que no he visto.... A este paso me va faltar otra vida o dos más, para ver todo lo que voy a notando, jaja.
    Buen día.

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    1. Me he jurado mil veces dejar de hacer listas de películas pendientes y cada vez tengo más papelillos con anotaciones. No hay manera.

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  2. Aunque hoy pueda parecer desfasada, supongo que el hecho en sí de abordar el tema en una película ya era algo bastante revolucionario para la época.

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