Lucien (Pierre Blaise), un joven campesino cuyo padre está prisionero en Alemania y cuya madre se acuesta con su jefe, intenta ingresar en la Resistencia. Rechazado por el cabecilla local, ingresa por azar en la policía alemana. Con una capacidad asombrosa para amoldarse a lo que su nuevo puesto le exige, su vida cambia cuando se enamora de France Horn (Aurore Clément), hija de un rico sastre judío.
Recibida con polémica en Francia por la visión que ofrece de la sociedad civil durante la ocupación. De hecho, ante las críticas que le llovieron de todos los sectores, su realizador decidió marcharse de Francia y se fue a los EE.UU.
Los franceses se esforzaron por borrar la realidad de una población dispuesta a colaborar con tal de salvar la vida (recibimos 200 cartas de denuncia cada día, dice una colaboradora de los alemanes), la excusa de unos enemigos (los judíos y los comunistas), les era suficiente para tranquilizar sus conciencias. Un tema tabú, el del colaboracionismo de una población que se amoldó a las circunstancias, y que Louis Malle aborda de una manera que Francia prefiere obviar.
El guion va firmado por el propio realizador y por Patrick Modiano entonces un joven de apenas 27 años que, cuarenta años después, en 2014, recibiría el Premio Nobel de Literatura, en parte como reconocimiento a sus numerosas obras que retratan la Francia bajo la ocupación nazi.
Con una magnífica ambientación, el maestro francés toma cierta distancia y se limita a narrar hechos, sin tomar partido y sin buscar juicios de valor.
La película aborda no tanto un estudio sobre la colaboración o no con los ocupantes, sino un acercamiento a personas, como el protagonista, que representan a un grupo moralmente inculto, que no se cuestiona lo que está haciendo o dejando de hacer y si esto puede causar daño a otras personas, sencillamente cumplen con el trabajo que alguien les encomienda, situaciones que se acercan a lo que Hannah Arendt definió como banalidad del mal.
Una vez rechazado por el maquis, el protagonista se deja llevar por un grupo de franceses que forman parte de la policía alemana, lo hace sin detenerse a pensar, sencillamente porque allí le hacen caso, le dan una pistola, le compran un buen traje y se encuentra con cierto poder, respetado por sus compinches. Sabe perfectamente lo que está haciendo, pero no piensa en ello, cuando su madre le dice que huya a España, porque lo van a matar cuando llegue la liberación, contesta sencillamente: Estoy a gusto aquí.
Solamente en el último tramo de película, cuando está en el monte con France y su madre, poniendo trampas y lazos para cazar conejos y palomas (algo que se le da de maravilla), sin normas ni horarios, sin autoridades a las que obedecer u obligaciones que cumplir, vemos al verdadero Lucien, feliz, sin pensar en ese mañana que sabe de sobra, será fatídico para él.