Tiene un buen trabajo como ferroviario, pero Andrea Marcocci (Pietro Germi) tiene problemas en su vida familiar que le afectan como si fuera una enfermedad. Su hija Giulia (Sylva Koscina) abandona a su marido y busca refugio en brazos de otro hombre. El hijo mayor, Marcello (Renato Speziali), un vago, se marcha después de mantener una discusión tras otra. Incapaz de afrontar estos problemas solo, Andrea empieza a beber. Inevitablemente, el alcohol interfiere en su trabajo y provoca un grave accidente ferroviario. Desesperado por conservar su empleo, va a trabajar un día de huelga, lo que le distancia aún más de sus amigos y compañeros.
Película plagada de sentimientos en que la ternura del pequeño Sandro (Edoardo Nevola) y la paciencia y resignación de la esposa, Sara (Luisa Della Noce), destacan por la fuerza de su personaje, en el caso de la última y la inocencia y el encanto del niño, en el otro.
Aunque la película tiene un claro fondo social, Pietro Germi se centra en la familia y sus miembros, que es cierto que no dejan de ser un retrato de la clase media baja de la sociedad italiana de finales de los cincuenta, aún luchando por salir los efectos de la guerra y sus años inmediatos. Empiezan a asomar la cabeza, pero aún las dificultades económicas son patentes.
Sara es un ser que sufre el carácter inestable e irascible de un marido que no sabe relacionarse con sus hijos en una sociedad aún cerradamente patriarcal, lo que ocasiona problemas que la madre trata de solventar para que aquella familia no se resquebraje, mientras ella soporta con estoicismo cuanto se le viene encima. Como le dice al pequeño Sandro: "En esta familia hace mucho tiempo que se perdió la paz".
La única solución es dejar de encastillarse en el odio y el rencor y acudir al diálogo, a las palabras, dejando a un lado la violencia y aprender a pedir y a entregar el perdón. Cuando los personajes comprenden esto, la narración se encamina hacia un final redentor y esperanzado, aunque en ningún momento complaciente.





















