jueves, 23 de mayo de 2024

QUE NADIE DUERMA

 


Lucía (Malena Alterio) pierde su empleo como informática al quebrar la empresa en que trabaja desde hace veinte años por un desfalco de su dueño y decide dar un giro en su vida: convertirse en taxista. Al volante de su taxi, recorriendo las calles de Madrid, esperará pacientemente la ocasión de llevar en él a su vecino desaparecido, del que se ha enamorado, un hombre con el que se obsesiona un día como otro cualquiera, cuando escucha la música del piso de arriba, en la que suena la pieza “Nessum Dorma”, cantada por Pavarotti para el “Turandot”, de Puccini. Entre los clientes del taxi, hace algunos amigos, como Roberta (Aitana Sánchez-Gijón), una bella y sofisticada productora teatral, Ricardo (José Luis Torrijo), un escritor nada especial, y otros clientes tan inquietantes con los que surgirán situaciones rocambolescas e irreales, o tal vez, demasiado reales para ser comprendidas.


El guion adapta la novela homónima de Juanjo Millás. En ella la realidad, o lo que creemos que es, lo onírico, lo cotidiano y lo absurdo mezclado con lo surreal y lo fantástico, la sensación de estar y no estar, resultan elementos cruciales en el imaginario de Millás, que se acerca y traspasa a sus personajes envolviéndolos en situaciones reales o no y, sobre todo, difíciles de explicar y nada simples de entender.


Buena interpretación de Malena Alterio, quizá lo mejor de la película, en la que también llama la atención la composición musical de Zeltia Montes (Goya 2022 por la música de El buen patrón). Una música, por cierto que, sobre todo al principio, da la sensación de que molesta porque no deja entender los diálogos, pero es solamente otro de los recursos empleados por el realizador del film, el madrileño Antonio Méndez Esparza
Para algunos se trata de una película pretenciosa, pedante y vacía, a la que si le quitas el personaje protagonista queda en nada y, aún con él, poco original. 
El film acude al simbolismo de manera constante, la música ya mencionada, se sosiega a medida que lo hace Lucía o la ropa, que da pistas para deslindar realidad de imaginación.
Un recorrido extraño, en ocasiones tenebroso, por el mundo cotidiano, en el que lo real y lo imaginado van de la mano, al punto de que a algunos espectadores les puede no resultar demasiado sencillo separarlos e incluso parecerles absurdas algunas situaciones, cuando eso, lo absurdo de la vida real, forma parte de la historia. Otra cosa es que la película consiga transmitir bien las sensaciones que pretende trasladar.




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