En la segunda mitad del siglo XIX, cuando Islandia era un dominio danés, Lucas (Elliott Crosset Hove), un pastor luterano es enviado desde Dinamarca a la volcánica isla para construir una iglesia y fundar una parroquia en una pequeña comunidad islandesa. Aunque advertido por su obispo de las dificultades de adaptación que supone la isla, opta por desembarcar en el extremo opuesto al lugar dónde se encuentra la comunidad, y recorrer el interior de la isla a caballo. Lleva además una pesada cámara fotográfica de placas, que usa preparando su propio material sensible sobre la marcha. Pero el viaje le pasará factura, la mala relación con Ragnar (Ingvar Sigurðsson), su guía islandés, con quien no se puede comunicar al desconocer la lengua; la muerte de su traductor debida a una desafortunada decisión suya; la enfermedad... Finalmente se irá recuperando cuando llegue a su destino, gracias a Carl (Jacob Lohmann), un granjero danés y sus hijas Anna (Vic Carmen Sonne) e Ida (Ída Mekkín Hlynsdóttir). Pero nada será ya como esperaba.
Cuando de una película que cuenta una historia, que tiene un guion, diálogos, personajes varios, las críticas lo que alaban por encima de otras cosas, incluso lo único que alaban, es la fotografía, ya pueden echarse a temblar. Algo de esto ocurre con este film del que algunos hablan como una especie de western, que digo yo que será porque aparecen caballos, eso sí, caballos vivos y muertos, muchos caballos.
Está claro que estéticamente el film no puede ser reprochado, pero en lo demás, es de esas películas que dividen a crítica y público, porque para muchos de quienes la han visto, se trata de un film insulso, con personajes desdibujados y una historia mal llevada y sin profundidad alguna.
Sin embargo, hay un aspecto sobre el que apenas he encontrado comentarios, será porque pasa desapercibido, no es otro que una crítica latente, pero constante, al colonialismo y a la forma en que los países desarrollados tratan a sus posesiones y a quienes las habitan. Y es que el asunto está tratado de manera sutil, el protagonista, por ejemplo, repite varias veces que no entiende el islandés cuando su guía se dirige a él, pero lo hace con desprecio y desde la soberbia, incluso alguna vez en que habla con su compatriota Carl sobre los islandeses, éste lo hace de forma absolutamente despectiva.
Para mí, una película en que la estética y la forma, se impone al fondo que su realizador y guionista, el islandés Hlynur Palmason, haya querido transmitir.
Por cierto, he leído que el título en inglés del film ("Godland", o sea "Tierra de Dios"), difiere de forma importante del original, pues al parece el original quiere significar algo así como "Tierra olvidada".
Hola Trecce! No sabía nada de esta película, miraré en Netflix a ver si está.
ResponderEliminarUn abrazo.
La verdad es que no lo se.
EliminarSuerte.
Hola.
ResponderEliminarYo también pienso que, cunado los críticos destacan demasiado la fotografía es que lo demás es flojo.
No conocía la peli y me parece interesante, a pesar de esos contras que mencionas. Gracias por la reseña y feliz jueves.
Es toda una pista.
EliminarGracias por la reseña. que pena que no te gusto del todo. Te mando un beso.
ResponderEliminarNo siempre está uno con el mismo ánimo.
EliminarY, sin embargo, pese a los defectos que pueda tener, yo creo que se trata de una película notable, de muy bella factura.
ResponderEliminarEstéticamente sí que resulta atractiva.
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