lunes, 17 de junio de 2019

FELIZ NAVIDAD MR. LAWRENCE

En 1942, durante la II Guerra Mundial, el oficial británico Jack Celliers (David Bowie) llega a un campo de prisioneros de guerra en Java, hambriento y torturado, la estructura social del campo se verá afectada por su presencia y su actitud de rebeldía.
El oficial de enlace entre los prisioneros y los japoneses encargados de vigilar el campo es el coronel John Lawrence (Tom Conti), que vivió durante años en Japón y se encuentra atrapado entre los dos bandos, luchando por hacer que cada lado comprenda al otro, esforzándose en que los británicos traten de entender la manera de pensar de los japoneses, actitud que le trae la animadversión de muchos de los prisioneros y del oficial al mando, el capitán Hicksley (Jack Thompson), que le considera poco menos que un traidor. La situación se complica aún más por la atracción homoerótica que el capitán Yonoi (Ryuichi Sakamoto) siente hacia Celliers, lo que provoca un conflicto personal, que se ve reforzado por la visión que los guardias tienen de Celliers como el diablo.
Para encontrar la paz interior y restablecer el orden en el campamento, Celliers debe recibir un castigo ejemplar, ya que Yonoi pretende ocultar sus sentimientos bajo una capa de dureza, infligiendo castigos a los prisioneros occidentales a los que considera, a todos, unos cobardes por haber preferido rendirse antes que morir, una actitud que resulta incomprensible para él, firmemente imbuido de los sentimientos de disciplina honor y gloria que conforman el código samurai.


El guión se basa en la novela autobiográfica The Seed and The Sower (La Semilla y el Sembrador), del sudafricano Sir Lawrence Van Der Post, publicada en 1963 y que, a su vez reúne tres relatos.
En la adaptación se nos narran los dos primeros relatos, por cierto, muy bien conjugados, y el tercero, una historia de amor imposible entre Lawrence y una desconocida, se lo cuenta Lawrence a Cellier cuando son encerrados como castigo, acusados de haber introducido un aparato de radio camuflado como una cantimplora en los barracones de los presos.
Si Nagisa Ôshima parte de los relatos de un occidental, su película está narrada con la mirada de un oriental, tanto en su puesta en escena y en su ritmo, como en la forma de contar la historia, así como en el modo de verter su simbolismo a lo largo del film.


La película es el retrato del choque entre dos culturas diferentes que, aunque parezca una contradicción, tienen muchos puntos en común. Si aún hoy, las diferencias culturales entre oriente y occidente son evidentes, lo eran mucho más en 1983, año del estreno del film y, ni te cuento en los años cuarenta durante la II Gran Guerra.
Lawrence es un hombre atrapado entre esos dos mundos, admirador de la cultura japonesa, sus guardianes le respetan, pero solo ven en él a un prisionero y sus camaradas británicos, a un traidor que trata de acercarles a la comprensión de ese mundo tan distinto, el de sus enemigos que, en ocasiones, les tratan con brutalidad y desprecio.
Por si fuera poco, la llegada de Celliers, sus actos de rebeldía y el hecho de que el comandante del campo se vea cautivado por él, lo trastoca todo.
La película es también un canto a la amistad, pues, a pesar de todo, la convivencia entre los hombres, estrecha estos lazos y cuando la vida da un giro a veces se producen estas situaciones que todos hemos experimentado alguna vez con algún compañero de trabajo o algún amigo, que nos metía en problemas, o nos caía mal y cuando lo hemos encontrado en otro entorno, sobre todo con el paso de los años, aquello queda olvidado y solo recordamos lo que nos une y no lo que nos enfrenta.


Amistad, honor y rebeldía, pero también está el asunto de la homosexualidad que, si el cine de los últimos años ha tratado reiteradamente, en aquella época era un asunto aún poco o prácticamente nada habitual. Ya la escena de apertura tiene que ver con este asunto que cobra mayor relevancia cuando nos habla de la atracción que siente el capitán Yonoi por Cellier, que no es recíproca, aún cuando Cellier es consciente del sentimiento que despierta en el otro,  recibiendo un tratamiento sumamente delicado, incluso poético y simbólico, una más de las metáforas de las que está plagada la película que seguramente en algunos casos, no captamos los espectadores occidentales o, al menos, no interpretamos de la misma manera que los orientales.
La película está muy bien interpretada, con dos protagonistas, el coronel Lawrence, al que da vida, en una buena actuación que sabe captar perfectamente la esencia del personaje, Tom Conti y un magnifico Takeshi Kitano, dando vida al cuadriculado y borrachín sargento japonés en una notable interpretación, seguramente el personaje que más evoluciona a lo largo del film, de odioso a cercano. Lawrence y él representan esos lazos de camaradería de los que he hablado. Además, David Bowie y Ryuichi Sakamoto, que eran, en aquel momento, dos iconos de la canción, uno en occidente y otro en Japón, a los que también acercaba su aspecto andrógino y su peculiar belleza, resaltada en el caso de este último por un maquillaje que se hace evidente en el film, sobre todo en la sombra de ojos y el resalte de los pómulos.
Ryuichi Sakamoto es también, en un caso probablemente único en el cine, autor de la música, una partitura muy conseguida y con una melodía, Forbidden colours, que acompaña la magnífica escena inicial de la caminata del sargento Takeshi y el señor Lawrence, además de volver a sonar de forma recurrente a lo largo del film, para mí, una de las mejores melodías de la historia del cine.
Para el recuerdo la escena que supone el punto de inflexión del film, el beso de Cellier a Yonoi, sugerente, perturbadora y que encierra varias interpretaciones. Escena de esas que pasan a la historia del cine.




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