jueves, 20 de junio de 2019

SIEMPRE LLUEVE EN DOMINGO

Una mujer casada esconde a su ex amante, que acaba de escapar de la cárcel, en su casa de Londres. Está tan descontenta con su aburrido matrimonio que empieza a sentir que renace su antiguo amor por él.
A su antiguo novio, lo conoció cuando trabajaba de camarera en un pub y justo cuando iban a casarse recibe la noticia de que su flamante novio ha sido detenido y ha de cumplir una larga pena de cárcel.
La presencia del “extraño” en la casa obliga a la protagonista a disimular no solo la tensión que le genera dicha presencia, sino, también, lo que esa presencia ha removido en su interior, porque el suyo ha sido un matrimonio en el que únicamente buscaba no quedarse soltera para siempre. Su actual marido tiene un hijo y dos hijas con las que la esposa siempre anda en disputas. Una de ellas busca una salida en su vida y mantiene una relación adúltera con un don juan de poca monta, un músico de barrio que tiene una tienda de discos y a quien su mujer, con quien acaba de tener un hijo, está dispuesta a abandonar si continúa con sus flirteos.
A lo largo del inacabable día, la presencia del antiguo novio, que se instala, además, en el dormitorio del matrimonio, donde descansa y se repone del sueño y del hambre de los días de huida, descubre a la mujer la diferencia entre la no extinguida pasión y lo insulso de su matrimonio.


El guión se basa en la novela del mismo título de Arthur La Bern, escritor y guionista británico que trabajó como reportero de sucesos y corresponsal de guerra para The Daily Mirror, Evening Standard y Daily Mail.


La película tiene mucho más de lo que a primera vista pudiera parecer.
Por un lado, como simple curiosidad para los amantes del cine y su intrahistoria, es un producto atípico de los estudios Ealing.
Y es que esta película, que bebe de muchas fuentes, es difícil de calificar, pero desde luego, no es una comedia, como la mayoría de las películas del mítico estudio londinense.
Con una trama y, sobre todo, algunas secuencias que recuerdan al realismo social, pues hace un buen retrato de la sociedad de clase trabajadora de un barrio cualquiera del East End londinense y de su entorno, con una magnífica ambientación del espacio doméstico, del mercadillo dominical o de los lugares de esparcimiento. Gracias a las subtramas que proporcionan los miembros de la familia tenemos un retrato bastante completo, por momentos incluso detallado, de este mundo.
Por otra parte, la película tiene también un claro componente de cine negro que toma cuerpo y protagonismo en la parte final del film, con las espléndidas imágenes de la persecución policial que se desarrolla en un ambiente nocturno, con calles amplias y desiertas, mojadas por la lluvia que nos ha acompañado a lo largo de toda la jornada y que concluye en una terminal de trenes, entre vagones de mercancías, vías que forman un auténtico laberinto, humo y silbidos de locomotoras, imágenes muy de cine policiaco en las que el director de fotografía, Douglas Slocombe, demuestra su maestría y nos deleita con tomas que son auténtica mezcla de arte y técnica.
Una película muy interesante, entretenida de ver, en que se nos muestran las miserias y esperanzas de una familia de clase media baja, sus disputas, sus desengaños y los sueños frustrados de una mujer que vuelven a reverdecer, hasta que se estrella contra la dura realidad y descubre que quizá no ha sabido valorar la vida que llevaba, representada por su pacífico y bonachón esposo, viudo de su primer matrimonio, un hombre anodino, aburrido, que, sin embargo, ha sido liberal con sus hijas (te he dado libertad, le dice a la mayor, y quizá me equivoqué) para que salgan por su cuenta y regresen a la hora que deseen a casa, para desengañarse con la mayor al ver que está cayendo en la trampa de un don juan de pacotilla. Deja a su esposa que dirija la casa, sin meterse en las disputas con sus hijas y cuando piensa que se extralimita, más que explicaciones, le pregunta qué le sucede y lo hace en privado para no quitarle autoridad. Cuando descubre que ha tenido en casa a su antiguo amante, se conforma con sus explicaciones evasivas que no van más allá de que ella le diga que le dio pena y que su romance venía de antes de conocerle. No le pide más detalles, ni le hace reproches, se limita a quedarse junto a la cabecera de su cama de hospital en que se recupera de la agresión de su amante cuando huía de la casa.
De las primera películas de Robert Hamer que hay que valorar además por el momento del rodaje (1947), por lo que tiene de pionera, pues asuntos como este apenas eran tratados en el cine británico.
Cuando acaba este domingo lluvioso y comienza la nueva semana, el cielo se despeja y el chubasco se retira. Una bella metáfora.




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