martes, 22 de febrero de 2011

JOHN DE LOS MONOS



















A principios de los años 90 del pasado siglo, cerca de la aldea ugandesa de Kabonge, situada a unos 30 Km. de la capital, Kampala, una mujer llamada Milly Sebba, creyó ver entre un grupo de monos vervet, a un niño.
Cuando, junto a otros miembros de la aldea, rodearon al grupo de monos, se dieron cuenta de que estos trataban de proteger a uno de ellos, que era precísamente el joven humano.
Consiguieron llevarle al poblado y allí se dieron cuenta de que el crío, de unos seis o siete años, estaba sucio, lleno de heridas y costras y con el cabello y las uñas muy largas. No hablaba, caminaba gateando y seguramente estaba totalmente confuso. En la aldea le dieron de comer una sopa caliente que le hizo daño: estuvo enfermo durante tres días. Debido a la diarrea expulsó una solitaria de unos 122 centímetros de largo.
Uno de los aldeanos lo identificó como John Ssebunya, que había desaparecido y al que se le creía muerto, después de que su padre asesinara a su madre en 1988, cuando él tendría unos tres o cuatro años.
Como quiera que cuando huyó a la selva, atemorizado por lo que había presenciado, John ya sabía hablar, pudo contar cómo había sido su encuentro y posterior convivencia con los monos.
John dice recordar vagamente que un grupo de monos se le acercó con curiosidad. Eran tímidos y precavidos. Poco a poco se fueron acostumbrando al niño y le ofrecieron comida: raíces, frutas, bayas, nueces, etc. A las dos semanas parecía que lo habían aceptado como miembro periférico de su grupo y John viajaba con ellos en busca de alimento.






















Hay que señalar que los vervet son un tipo de monos que viven relativamente bastante tiempo en el suelo y que en ocasiones roban comida a los humanos y están acostumbrados a estos hasta tal punto que en algunos lugares, a la menor ocasión se comen las cosechas y merodean e incluso se introducen en las casas, costando mucho trabajo ahuyentarlos. Además, como su dieta está compuesta básicamente de frutas, pueden sobrevivir sin apenas agua.
Vamos que, dentro de todo, se daban las condiciones más idóneas para que adoptaran a un humano.
Paul y Molly Wassuna, que dirigen un orfanato en Masaka, adoptaron a John y fue estando con ellos cuando entraron en su vida dos personas, Douglas Candland, psicólogo estadounidense de la Universidad de Buckneell (Pensilvania), famoso por sus estudios sobre el comportamiento de los animales y Debbie Cox, directora de un centro especializado en devolver a su entorno a los primates sacados ilegalmente de la selva.
Para Candland, aquello era como la culminación de su carrera dedicada a analizar la mente humana y las reacciones del mundo animal.
Para estar seguros de que John había convivido realmente con monos le iban a someter a la prueba definitiva: Devolverle con ellos.
Ya estaban bastante convencidos, pues John había conseguido identificar a los monos con los que había vivido en un libro en el que se mostraban imágenes de todos los simios imaginables.
Cuando llegó el día, el chico les dejó boquiabiertos, se había acercado a una familia de vervet que estaba comiendo sentada en el suelo. Sin mirarles a los ojos, para que no creyeran que iba a atacarles, abría la mano, que estaba vacía. Luego se puso a jugar con ellos a algo parecido al pilla pilla de los niños en la escuela. Paul y Molly Wassuna sonreían y John parecía en su elemento. Junto a ellos, Candland y Cox creían haber despejado por fin sus dudas: "Ha estado entre monos, seguro. No les mira de frente para evitar que se revuelvan contra él o huyan. En cuanto a la mano, les muestra que no tienen nada que temer. Son dos trucos que cuesta años de observación adquirir, y él lo ha hecho de forma espontánea. Supongo que lo único que no sabremos nunca es cuánto tiempo pasó en la selva", concluyeron los científicos, ganados por la sencillez de un muchacho tímido.
Decíamos al principio que los monos le aceptaron como miembro periférico, porque nunca le hicieron partícipe de algunos de sus comportamientos sociales, como es el despiojamiento, John no recordaba ni habérselo hecho a los otros monos, ni que se lo hubieran hecho a él. El recuerdo que más vivo tenía en su mente de niño era que se pasaban el día jugando y buscando comida, esto se imponía a los recuerdos desagradables, como el frío o la incomodidad para dormir, por los que también pasó, pero que dejaron menos huella en él.
Y esto es lo que les cuenta a los niños del orfanato que quieren escuchar su relato en las noches a la luz del fuego. Como si les estuviera leyendo un libro de Kipling o de William Burroughs. Pero lo que John cuenta es una historia real, su propia historia.


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