Los jóvenes campesinos de una aldea ucraniana quieren establecer granjas colectivas; los kulaks (terratenientes ricos) intentan proteger sus tierras. Mientras un viejo campesino se dispone a morir sobre la tierra en la que ha trabajado toda su vida, su nieto, Vasil (Semyon Svashenko), junto a los miembros de la cédula del partido de la villa, deciden pedir un tractor a la ciudad para compartirlo entre los granjeros que, unidos, vencerán a las dificultades de la naturaleza y a la opresión de los propietarios que se oponen a la colectivización de la tierra.
En 1929, las autoridades soviéticas decidieron llevar a cabo la colectivización absoluta de la tierra. La clase agricultora en general se mostró contraria a la colectivización provocando movimientos antisoviéticos que, unidos al creciente sentimiento nacionalista de Ucrania, se convirtieron en un peligro para el Estado soviético.
Esta película, con guion y dirección de Aleksandr Dovzhenko, debía ser una película propagandística sobre la colectivización rural. Aunque Dovzhenko trata de presentar el nacimiento de los koljós o granjas colectivas como un fenómeno natural, parte de un ciclo cósmico de nacimiento y muerte, se ve que el director sentía muy poco interés por esos hechos y los utilizó como excusa para filmar algo totalmente diferente: un canto a la naturaleza, a la vida, a su Ucrania natal. Por encima de la trama, el ucraniano nos muestra la expresión lírica de un tema universal: el ciclo vital del hombre que, según Dovzhenko, está inextricablemente ligado a la tierra.
Al tiempo que recibió los elogios de la crítica oficial, reconociendo la originalidad y precisión de sus modelos, vinculando el comunismo con la modernización y el progreso frente a los viejos métodos, se reprochó que el film mostraba un odio insuficiente a los kulaks, minimizando el peligro que realmente representaban según el juicio de las autoridades culturales del momento. Los motivos políticos se disfrazaron con acusaciones de nacionalismo, entre otras, hasta conseguir que el film fuera retirado hasta que se eliminaron algunas escenas.
Dovzhenko retrata el amor, la muerte y la naturaleza de una manera incomparable, con impresionantes composiciones para un film que evoca continuamente, mediante metáforas, el paralelismo entre la naturaleza y la vida.
Es cierto que el film está al servicio de una idea, de una causa, pero estamos hablando de un artista que hace una película y no puede reprimir hacer arte, así que queriéndolo o sin querer, el ucraniano crea una especie de nuevo evangelio que proclama la libertad y eso, claro, las autoridades lo perciben como algo peligroso. Su servicio a las ideas bolcheviques fue pagado con el cercenamiento de su obra, de sus ideas plásticas y narrativas y el camino que abría hubo de esperar décadas para tener continuidad con la llegada de Tarkovski o a que realizadores de otros confines, como Malick, nos lleven a recordar el cine que mucho antes concibió Dovzhenko.




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