Cuando el sastre parisino Maurice Courtelin (Maurice Chevalier) se entera de que uno de sus clientes aristocráticos, el vizconde Gilbert de Varèze (Charles Ruggles), es un holgazán que nunca paga la mercancía que adquiere, se dirige a intentar cobrar lo que se le debe. El aristócrata, desesperado porque su tío, el duque D'Artelines (C. Aubrey Smith), no se entere de sus deudas, sugiere que Maurice pase un tiempo en el castillo hasta que encuentre el dinero. El duque siente una simpatía inmediata por Maurice, a quien le han presentado como barón, pero no ocurre lo mismo con la princesa Jeanette (Jeanette MacDonald), quien se cruzó con él en el camino ese mismo día. Con el tiempo, Jeannette se enamora de él.
Encantador y romántico musical que marcó el camino de muchos de los que vendrían después. El guion adapta la obra Le Tailleur au château ("El sastre en el castillo") de Paul Armont y Léopold Marchand.
Maravilloso arranque con los sonidos cotidianos del despertar parisino transformados en una sinfonía peculiar. Rouben Mamoulian hace gala de toda su maestría ofreciéndonos toda una gama de recursos en este film que tiene casi cien años: Cámara rápida, cámara lenta, contrapicados, imágenes superpuestas, doble pantalla, transiciones admirables, por ejemplo en la presentación de los personajes que enlaza con una canción que repiten unos y otros.
El paso de los años, en buena lógica, hace que algunas cosas nos resulten un tanto añejas, pero, en general, resulta una película muy moderna y los buenos aficionados sabrán paladear tanto las innovaciones, como el valor de los diálogos, unos cargados de frases emotivas, otros, con frases de doble sentido que engrandecen la parte de comedia que predomina en algunos pasajes y, en general, el acertado ritmo y el exquisito gusto con que está realizada.
Un gran musical, si no el primero, de los primeros en integrar las canciones en el argumento, con las magnífica voces de Chevalier, McDonald y, hasta el propio Aubrey Smith que se atreve con algunas estrofas.