jueves, 2 de abril de 2020

UN TIPO SERIO

Año 1967, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), es profesor adjunto de física de una tranquila universidad del Medio Oeste americano, vive en un barrio habitado mayoritariamente por judíos en las afueras de Minneapolis, y acaba de enterarse de que su esposa ha decidido dejarle. Se ha enamorado de Sy Ableman (Fred Melamed), un presuntuoso amigo de la pareja, viudo desde hace tres años, que le parece más coherente que el apático Larry. Por si fuera poco, su hermano Arthur (Richard Kind), un matemático incapaz de conseguir un trabajo, duerme en el sofá del salón; su hijo Danny, a punto de celebrar su bar mitzvah, tiene problemas de disciplina y hace novillos en la escuela hebraica, y su hija Sarah (Jessica McManus) le sisa dinero de la cartera porque sueña con operarse la nariz. Mientras su esposa y Sy Ableman planean una nueva vida y la carga de su hermano se hace cada vez más insoportable, pues Ableman le ha convencido para que ambos abandonen el hogar y se instalen en un motel (por el bien de sus hijos, le dice), alguien empieza a mandar cartas anónimas a la comisión que debe decidir si le nombran profesor titular, lo que hace peligrar su ascenso en el escalafón universitario. Además, Clive Park (David Kang), un estudiante surcoreano de intercambio, alumno de posgrado, intenta sobornarle para obtener una mejor nota, al mismo tiempo que el padre del chico, le amenaza con llevarle a los tribunales por difamación. Pero la cosa no acaba ahí, su preciosa vecina, la Sra. Samsky (Amy Landecker) le atormenta tomando el sol desnuda. En su lucha por mantener el equilibrio, Larry piensa que su fe judía le sacará del atolladero y pide consejo a tres rabinos.


La película propiamente dicha, viene precedida de un prólogo que, en principio, nada tiene que ver con el film, ¿o sí? Es una especie de cuento folclórico judío, en realidad un relato fabricado por los Coen, en el que un viejo es acusado de ser un dybbuk (un espíritu maligno que habita el alma de los muertos) y está totalmente hablado en yidis. El cuento no tiene un final claro, sino que el anciano sale de la casa del matrimonio cuyo marido le ha invitado a cenar, después de que la mujer le clave una especie de cuchillo y, como quiera que vemos sangre, no llegamos a saber si era en realidad un alma en pena o el auténtico anciano a quien se había dado por muerto.
En cierto modo es un aviso de lo que nos espera, pues Larry Gopnik es una reencarnación de un santo Job moderno a quien empiezan a irle mal las cosas, cada vez peor y parece que aquello no tiene fin, sino que pueden ir definitivamente a peor sin solución de continuidad. En última instancia, él lo fía todo a la religión y en ella busca, más que consuelo, una explicación por medio de los encargados de interpretar los designios divinos: Los rabinos.
La entrevista con los dos primeros, pues el tercero ni siquiera le recibe, son incluso hilarantes, por lo absurdas y, desde luego, por ningún sitio encuentra la explicación que busca, ni siquiera algo que le oriente sobre el porqué de lo que le está ocurriendo.


Me hacen gracia, en el buen sentido, todas las explicaciones que los amantes del cine de los hermanos Coen le han dado al film y a lo que en él sucede, desde luego a quienes no les gusta su cine, la película les resulta casi una tomadura de pelo. En fin, yo imagino que los famosos hermanos también se habrán divertido con aquello que el film ha sugerido a su público, algunas de las cosas, posiblemente, ni siquiera imaginadas por ellos.
Al final, yo creo que ellos, al modo de Woody Allen en muchos de sus films, lo que hacen es reírse (ojo, no burlarse, sino darle un giro humorístico) a los viejos relatos de su religión, a algunos de sus dogmas y al clero que les dirige. Lo hacen con la fe judía porque es la que conocen, en la que fueron educados y, además, por si esto no estuviera claro, en la época en la que ellos mismos pasaron por la escuela hebraica como el hijo del protagonista.
El film está muy bien ambientado, cuidando cada detalle y magníficamente interpretado por actores desconocidos en el mundo del celuloíde, la mayoría con un buen bagaje teatral a la espalda, sobresaliendo un Michael Stuhlbarg que da vida de forma espléndida a su personaje.
El final, que a algunos les acaba de descolocar del todo, está en consonancia con todo lo que ocurre en el film y con la historia del principio.
Esta es una de esas películas en las que se nota que sus realizadores están haciendo lo que les apetece hacer, un film muy personal que no busca el éxito comercial como primera premisa. Los amantes del cine de Joel y Ethan Coen, la disfrutarán, porque realmente tiene momentos geniales.




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