A la muerte de cardenal Wolsey (Orson Welles), el rey Enrique VIII (Robert Shaw), nombra canciller del reino a Thomas More (castellanizado Moro) (Paul Scofield), consejero del reino y prestigioso jurista, al que Enrique considera amigo y que tiene reputación de hombre incorruptible y de profundas convicciones religiosas.
En realidad, el rey está empeñado en conseguir el divorcio de su actual esposa, para casarse con Ana Bolena (Vanessa Redgrave), alega que no le ha dado un heredero y teme confrontaciones civiles para hacerse con el derecho al trono, desea que se promulgue una ley que invalide su matrimonio y le ponga a la cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Thomas tiene prejuicios morales para apoyar tales propuestas, cree que toda acción en este sentido debe contar con la aprobación papal y ante el descontento del rey con su actitud, dimite de su cargo en la creencia de que esto le permitirá vivir tranquilamente como un ciudadano más. Pero el rey no se conformará.
Más de cinco minutos sin diálogos, con la música de fondo y que se extiende más allá del final de los títulos de crédito, con unas bellísimas imágenes de aves volando, cielos de ensueño con nubes que cobran vida, y el agua, elemento que se repetirá a lo largo del film, el Támesis, su fluír y la barca navegando sobre él , trayendo y llevando personas, es todo un símbolo, una metáfora de la vida y de su placidez engañosa, pues conduce hacia la muerte. Imágenes de una belleza exquisita que nos hacen presentir que vamos a ver algo estéticamente llamativo.
Así es, sin duda, la película es de una perfección técnica de lo más académico, todo está medido para que nada quede fuera de control, diálogos sembrados de frases de esas que dan pie a citas literarias, actuaciones sobrias, decorados y vestuario cuidados al detalle. La película puede parecer lenta (a mi no me lo pareció), porque buena parte de su fuerza está en los diálogos, poderosos, profundos, cargados de intención, sin una frase de más. De cualquier modo, es una gran película.
El guión se basa en la pieza teatral de Robert Bolt A Man for All Seasons, nos introduce en las circunstancias vitales del personaje de Tomás Moro, sin narrar su proceso de ascenso social, sino presentándolo ya en su puesto de juez benévolo e imparcial; su resistencia al soborno revelará no sólo su actitud ante la vida, sino la de los pequeños individuos arribistas de su entorno, que delatan la corrupción general del momento y, de modo más universal, la de la naturaleza humana.
La connivencia con el sistema de personajes insignificantes o poderosos, ambiguos o mezquinos no logrará amargar la vida del protagonista, pero sí la de sus familiares, menos íntegros que él. Zinnemann narra de manera sencilla e impecable el proceso, lleno de trampas, que le lleva a ser canciller de Inglaterra y que desembocará en su calvario y en su rechazo de Enrique VIII como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
Magnífica actuación de un hombre desconocido para el cine, pero todo un clásico de la escena inglesa, Paul Scofield, está sobrado, es un placer verle. Los demás están muy bien, con más o menos intervención en la película, pero todos espléndidos. Presencia casi testimonial de Orson Welles, al principio del film y aparición fugaz de una joven Vanessa Redgrave.
Seis Oscar: mejor película, mejor director, guión, vestuario y fotografía, además del premio al protagonista por su interpretación, son, en esta ocasión, garantía de una película más actual de lo que pueda parecer. La historia de un hombre cuya lucha y cuyo deseo de mitigar los males de la sociedad, no tendrá por respuesta sino el silencio, la cerrazón y la muerte, como aún ocurre en nuestros días.
Paradigma de filme perjudicado por los premios: ha sido siempre criticado muy duramente por los que se dedican a esto de poner notas a las películas, en especial en lo que se refiere al protagonista, supongo que por su calidad de no-estrella. No estamos de acuerdo con ellos y sí contigo: es una muy buena película.
ResponderEliminarUn abrazo!
Así me lo pareció.
EliminarUn saludo cordial, Ethan.
Sintiéndolo mucho no me gusto nada de nada.
ResponderEliminarNo lo sientas (o sí)
EliminarUn saludo, Iñigo.
Después de ver esta película me decidí a leer más acerca de Moro, y descubrí que era tan cabroncete como todos los que le rodeaban, se llevó a unos cuantos por delante sólo porque no compartían su punto de vista...hasta que le tocó a él.
ResponderEliminarNo dejaba de ser un miembro de la élite y sabemos lo que eso implica de sentirse por encima del bien y del mal. Lo realmente loable es que a la hora de mantener sus convicciones, no le importó llegar a las últimas consecuencias.
Eliminar