Wilson (Edward G. Robinson), es un agente de la Comisión de Crímenes de Guerra aliada creada tras la Segunda Guerra Mundial. Busca a Franz Kindler, uno de los cerebros de los campos de exterminio nazis, quien ha borrado su identidad, ahora es Charles Rankin (Orson Welles), un profesor que reside en un tranquilo pueblo de Nueva Inglaterra con su nueva esposa norteamericana. Wilson libera a Konrad Meinike (Konstantin Shayne), excompañero de Kindler, y lo sigue hasta Harper, Connecticut, donde es asesinado antes de que pueda identificar a Kindler. Ahora, la única pista de Wilson es la fascinación de Kindler por los relojes antiguos.
El film adapta una obra del guionista y director de cine ruso de origen judío Victor Trivas, que estuvo nominado al Oscar en el apartado de Mejor Historia por esta película.
Estamos ante una película comercial, en el sentido de que está realizada apenas terminada la II Guerra Mundial y estos temas tenían mucho atractivo para el público de la época. Es probablemente la primera película que muestra imágenes reales de los campos de concentración nazis.
El guion es tenido por endeble y de hecho, el propio Welles no la consideraba una de sus mejores obras, y se realizó solo como una concesión del estudio.
A pesar de todos los pesares, asistimos a otra magnífica interpretación de Orson Welles, en uno de esos papeles de villano que tanto le atraían y, en cuanto a la realización, el maestro norteamericano nos deleita con algunos planos realmente llamativos, los contrapicados en el campanario o el uso atinado de las sombras y un ambiente de tensión y cierta intriga bastante conseguidos aún cuando intuimos desde el comienzo en qué va a terminar todo aquello.
Efectivamente, una historia bastante elemental, pero Orson Welles y Edward G. Robinson son capaces de salvar cualquier historia mediocre si actúan en serio.
ResponderEliminarUn saludo.
Y lo hacen.
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