lunes, 16 de diciembre de 2019

LA INVITACIÓN

Will (Logan Marshall-Green) acude con su nueva pareja, Kira (Emayatzy Corinealdi) a una cena para varios amigos comunes que ha organizado su ex mujer, Eden (Tammy Blanchard), en el antiguo domicilio de ambos. Hace un par de años que Eden y Will no se ven, a causa de una separación que se intuye dolorosa y que estuvo ligada a una tragedia familiar, la muerte del pequeño hijo de ambos. Él todavía se encuentra atormentado por ello, es presa de sentimientos de furia y culpa con los que ha de luchar día a día. Eden vive ahora con una nueva pareja, David (Michiel Huisman), al que conoció cuando asistía a una especie de terapia de duelo para superar el trauma de su próxima separación cuando aún no se había divorciado. Eden y David agasajan a los invitados a la cena con una actitud positiva, por momentos algo artificiosa y dirigida a que nada enturbie su felicidad. Ello sume a David en un estado de paranoia que le lleva a pensar, para incomodidad del resto de los presentes, que hay un motivo oculto para la celebración, más allá del reencuentro de viejos conocidos, sensación a la que contribuyen una serie de comportamientos y hechos que le resultan extraños y fuera de lugar.
En la cena están también amigos a los que Will no ha visto en estos dos últimos años: Tommy (Mike Doyle) y su novio, Miguel (Jordi Vilasuso); Gina (Michelle Krusiec) que menciona que su novio, Choi (Karl Yune), llegará más tarde; y los antiguos amigos, Claire (Marieh Delfino) y Ben (Jay Larson).


El film tiene cierta construcción teatral, al desarrollarse prácticamente en un único escenario: la antigua casa que compartían Will y Eden, una construcción moderna y lujosa, aunque funcional, ubicada en un barrio residencial de las afueras de Los Ángeles.
De algunas de las cosas que han ocurrido en el pasado de la pareja hoy divorciada, nos vamos enterando a través de las imágenes que representan los recuerdos de Will.
Es interesante la partitura musical de Theodore Shapiro que acompaña la perfección el desasosegante transcurso de la narración.


Nos hallamos ante un drama que tiene una parte de psicológico y que termina como una película de terror, en el que se plantean asuntos que atañen a la sociedad actual: Las sectas, los grupos de autoayuda, la búsqueda de compañía para eludir la soledad, las diferencias familiares, el sentimiento de culpa y la exploración de caminos que nos lleven al perdón... Incluso si buscamos más allá, el siempre controvertido asunto de la facilidad para adquirir armas de fuego en EE.UU.; o las actitudes complacientes hacia situaciones que nos incomodan, pero que no nos atrevemos a criticar para no ser calificados de aguafiestas, eso que se ha dado en llamar "buenrollismo"
La principal virtud del film es que nos sumerge en un ambiente de tensión que sabe mantener a la perfección durante los 100 minutos que dura, con una sabia dosificación de las pistas que nos va ofreciendo y de los pequeños giros de guión que mantienen viva la narración.
Sentimos en nosotros mismos la tensión y la incomodidad, bien transmitida por medio de los diálogos que sostienen gran parte de la película y de los planos de rostros y gestos y los suaves movimientos de cámara que están perfectamente planificados y muy bien montados.
Todo o buena parte de lo que va a ocurrir, podemos intuírlo, la película tampoco se empeña en ocultarlo o en centrarse en la intriga, sino en la sensación de desasosiego e incomodidad a la que hemos aludido y, sin embargo, a pesar de que podemos anticipar algo o casi todo lo que puede pasar, no se hace para nada aburrida, sino todo lo contrario. Quizá lo que flojea un poco es el tramo final, aunque la última escena resulta original por lo que sugiere y las interpretaciones a que puede dar origen.
En España apenas fue exhibida en unas pocas salas y siempre con subtítulos.




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