El 9 de diciembre de 1824, el general D. Antonio José de Sucre derrotó al virrey La Serna en el campo de Ayacucho, que en lengua quechua quiere decir "Rincón de los Muertos". La derrota española supuso la independencia del Perú y del Alto Perú (lo que hoy sería Bolivia).
Tras la victoria sobre el general Canterac, Bolivar se replegó hacia la costa, mientras ordenaba al general Sucre que se hiciera cargo del Ejército Unido para organizar sus cuarteles de invierno.
Sin embargo el virrey La Serna, reunió un nutrido ejército y fue tras las tropas de Sucre, de modo que, tras una serie de marchas y contramarchas de ambas formaciones, se enfrentaron en la pampa de Ayacucho
El enfrentamiento, que se prolongó durante cuatro horas de sangriento combate, supuso una derrota en toda regla de ejército realista que, sobre el papel, era superior.
A las cinco y media de la tarde el comandante Mediavilla, ayudante de campo del mariscal Valdés, se presentó en el campamento del general Sucre para proponer la capitulación. Tras él se presentaron los generales Canterac y Carratalá, acompañados por el general La Mar, quienes ajustaron con Sucre las condiciones del tratado, que se firmó a las 14:00 horas del día siguiente, 10 de diciembre. Sin embargo, aunque la capitulación se firmó en Huamanga entre Sucre y Canterac, al documento se le puso fecha del día 9, como si hubiese sido firmado inmediatamente después de la derrota en el mismo campo de batalla.
El texto de la capitulación tenía 18 artículos. Se referían a la entrega que los españoles hacían de todo el territorio del Bajo Perú hasta las márgenes del Desagüadero, con todos los almacenes militares, parques, fuertes, maestranzas, etc; a la obligación de costear los rebeldes el viaje a todos los españoles que quisieran regresar a España; a la de permitir a todo buque de guerra o mercante español, por un periodo de seis meses, de repostar en los puertos peruanos y retirsarse al Pacífico tras ese plazo; a la entrega de la plaza del Callao en un plazo de veinte días; a la libertad de todos los jefes y oficiales prisioneros en la batalla y en otras anteriores; al permiso para que los oficiales españoles pudieran seguir usando sus uniformes y espadas mientras permanecieran en el Perú; al suministro de algunas pagas atrasadas a las tropas realistas; y al reconocimiento de la deuda que el Perú tenía contraida con el gobierno español.
También se estipuló que todo español o soldado realista podía pasar al ejército peruano con el mismo empleo y cargo que tuviera en las filas realistas; y que cualquier duda en la interpretación del convenio se resolvería siempre en favor de los españoles.
La capitulación afectó al virrey La Serna, al teniente general Canterac, a los mariscales de campo Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, a los brigadieres Ferraz, Bedoya, Pardo, Gil, Tur, García Camba, Landázuri, Atero, Cacho y Somocurcio; y a 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y más de 2.000 soldados prisioneros.
Cuando regresaron a España, a muchos de estos militares se les acusó de desafección y de no haber hecho lo suficiente para defender los intereses españoles en las colonias sudamericanas. Fernando VII y sus consejeros no podían explicarse de otra manera la derrota sino achacando a estos infelices la responsabilidad de la catástrofe.
Aun cuando no fueron ellos los que determinaron la caída del imperio español en América, desde ese momento se conoce como «ayacucho» a todo aquel que, en el último momento «arruga» y no enfrenta con gallardía y valentía la batalla crucial.
Se especuló con que muchos de aquellos oficiales no confiaban ya en Fernando VII y en su política absolutista y habían perdido toda esperanza de recibir refuerzos de la metrópoli, por lo que urdieron un simulacro de batalla, para poder capitular con honor tras haber luchado.
Sin embargo, lo más probable es que sucediera lo que uno de los implicados respondió a un general cuando le preguntaba por aquella derrota: "Aquello se perdió, mi general, como se pierden las batallas".
A pesar de todas estas cosas, los militares españoles, siguieron manteniendo una dura lucha hasta enero de 1826, mes y año en que capituló la Plaza fuerte del Callao (Perú).
Sea como fuere, para muchos historiadores, la derrota en Ayacucho supuso el principio del fin de la dominación española en América, pues hasta entonces habían sufrido derrotas y conseguido victorias que iban compensando la situación, sin que la balanza acabara de inclinarse hacia ninguna de las partes, pero aquello fue un revés del que jamás se recuperaron, 1.800 muertos y 700 heridos, además de una gran cantidad de impedimenta, fueron las perdidas del ejército realista en Ayacucho, tras ello, quedaron defendiendo la causa española en América del Sur el general Olañeta en el Alto Perú y el General Rodil en El Callao, pero aquella situación tenía los días contados.
Es muy interesante la historia sobre la independencia de las distintas regiones iberoamericanas. Con Fernando VII al frente de la madre patria, como se decía entonces, tampoco se podía pedir milagros a las tropas destacadas allende los mares.
ResponderEliminarUn abrazo
Uno siente pena sobre todo por la gente que dio su vida o quedó malparada. Los independentistas, a la postre, consiguieron su objetivo, pero y los de aquí, tanto los procedentes de la metrópoli como los muchos nativos americanos alistados en los ejércitos realistas que lo dieron todo en nombre de un rey felón. Una lástima.
EliminarGracias por la lección de Historia y feliz fin de semana
ResponderEliminarGracias a ti por la paciencia de leerlo.
EliminarDesconocía la historia, pero gracias por relatarla. Todo lo que se real y haya sucedido en el mundo me gusta.
ResponderEliminarSaludos Trecce.
Poco conocida resulta, por desgracia, la pagina de la Historia que tiene que ver con la pérdida de nuestro imperio.
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