A las 8:42 del día 11 de septiembre de 2011, tras un retraso de más de cuarenta minutos debido a la intensidad del tráfico aéreo en esa hora punta, el vuelo 93 de la United Airlines, despega del Aeropuerto Internacional Libertad de Newark (New Jersey), su destino, el Aeropuerto Internacional de San Francisco.
Además de los pasajeros y la tripulación habitual del avión, a bordo viajan cuatro terroristas de Al-Qaeda con billetes de primera clase, con objeto de estar más cerca de la cabina del piloto.
A las 9:28, estos cuatro individuos ponen en marcha su plan de acción, asesinan al piloto, capitán Jason Dahl (J.J. Johnson), al copiloto Leroy J. Homer (Gary Commock) y a la azafata Deborah Welsh (Polly Adams), hiriendo mortalmente al pasajero Mark Rothenberg (Chip Zien).
Los pasajeros consiguen hablar por teléfono con sus familiares en tierra y por ellos se enteran de que dos aviones se han estrellado contra el World Trade Center de Nueva York y otro contra el edificio del Pentágono. A partir de ese momento saben que aquello no es un secuestro, que los terroristas no van a negociar con nadie la liberación de los pasajeros y que se trata de una acción suicida, así que deciden unirse y se proponen atacar a los piratas y tratar de reconducir la aeronave.
La película no se centra únicamente en la peripecia del vuelo 93 de la United, sino que narra la pesadilla que se vivió en los centros de control implicados en el seguimiento de los aviones.
El realizador, Paul Greengrass, opta por narrar los acontecimientos de una manera objetiva, sin tomar partido, aunque es cierto que de la forma en que está contado el secuestro del vuelo 93, se despierta en el espectador la animadversión contra los terroristas y el deseo de que los pasajeros les ataquen y se defiendan, pero es una opción personal del espectador, no es que la película nos manipule, sino que vemos la injusticia de una situación en la que unas personas inocentes son llevadas a la muerte por unos fanáticos que desprecian la vida de quienes van en el vuelo.
Aquellos 50 minutos de retraso en el despegue, se mostraron vitales y dieron tiempo a que los pasajeros del vuelo 93, se enteraran por sus comunicaciones con tierra, de los atentados que estaba sufriendo su país, reaccionaron contra sus secuestradores y se convirtieron en héroes contra su voluntad al evitar que el avión se estrellara contra su objetivo, seguramente el edificio del Congreso o la Casa Blanca.
Está rodada con cámara en mano, algo a lo que nos tiene acostumbrados Greengrass y que domina muy bien, consiguiendo viveza y dinamismo en las imágenes y dando al film un toque de documental. Recuerdo ahora Bloody Sunday, rodada de la misma manera y que consigue resultados parecidos, al igual que ésta, basada en hechos reales, logra también un gran trabajo.
La narración se apoya en las conversaciones telefónicas de los pasajeros y en las que mantenían entre sí y con otros centros, los controladores aéreos, tanto civiles, como militares, ellos son los que nos conducen y hacen avanzar la película.
Una magnífica película, que huye del tono panfletario, limitándose a contar una historia, en parte construida sobre supuestos, ya que no hubo supervivientes y lo que ocurrió en el vuelo 93, el guión lo ha reconstruido entrevistando a esos familiares que hablaron con los pasajeros, algunos de los cuales participan en el film, al igual que muchos de los controladores. El film está muy bien documentado y la media hora del final es auténticamente trepidante, aunque sabemos de sobra lo que ocurrió, consigue, con la tensión que ha ido creando, que cuando el avión se estrella contra el suelo, sintamos una especie de shock por la frustrada esperanza de que se van a salvar.
Igualmente conseguido el retrato de la locura del fanatismo terrorista, disfrazado de lo que sea, motivos políticos o religiosos, su desprecio por la vida ajena (con la suya que hagan lo que les de la gana) y por la dignidad de las personas, de unos seres que se creen superiores a los demás.
Ese día, los norteamericanos recibieron una bofetada en pleno rostro y muchos de ellos, autoridades e instituciones incluidas, que había flirteado con el IRA, con ETA y con otros grupos que, según ellos, eran luchadores por la libertad, se dieron cuenta de que esta gentuza no tiene sino un ideal: sembrar el mal, pero, claro, eso a ellos, siempre les tocaba de lejos, en su país nadie iba a cometer tales barbaridades, son el país de la libertad. Lástima que tuvieran que darse cuenta de esta manera, a costa de vidas inocentes. De repente, aquellos a los que justificaban porque defendían la emancipación de su pueblo, o luchaban por su religión, pasaron a ser odiados, pero en otros lugares del planeta, sabíamos, desde hacía mucho tiempo, lo que esta plaga del mal significa.
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