Ya hemos hablado aquí en alguna ocasión de la guerra de trincheras durante la I Guerra Mundial, en la que miles de soldados, sobre todo británicos, franceses y alemanes, estuvieron hundidos en el fango y el barro o soportando el inclemente calor veraniego, prácticamente durante los cuatro años de conflicto, sin que las líneas se movieran apenas.
En los alrededores de Verdún, se habían construído 19 fuertes que componían el cinturón defensivo de la ciudad, pudiéndose cañonear desde cada uno de ellos al inmediato en caso de ataque. De entre todos ellos destacaba el fuerte Douaumont, situado en una posición dominante por encima del valle, a 1.300 metros sobre el nivel del mar.
La construcción de este fuerte comenzó en 1885 y duró hasta 1913, con un coste de seis millones de francos oro (se calcula que su valor actual podría rondar los 265 millones de euros). Con una superficie total de 30.000 mil metros cuadrados y 400 metros de longitud, se edificaron dos niveles subterráneos de acero protegidos por un techo de hormigón armado de doce metros de espesor. El interior del fuerte tenía un laberinto de galerías de piedra que conducían a los búnkeres donde estaban las habitaciones para una guarnición de unos 500 hombres, además de almacenes de alimentos y municiones. Las defensas exteriores de la fortaleza eran esencialmente un anillo exterior de alambres de púas en cuyo interior había una profunda zanja. Fort Douaumont era un orgullo nacional. Tras la destrucción de los fuertes belgas en 1914, por la artillería alemana, las autoridades francesas tomaron la decisión de reducir la guarnición de Douaumont, que pasaría a ser habitado por tropas de reserva. Además muchas de sus piezas de artillería pasaron a reforzar la de las unidades de campaña. En febrero de 1916, debía haber en el fuerte apenas 56 artilleros por toda guarnición, pero ante la importancia estratégica del mismo , el gobernador de Verdún telefoneó al general Chrétien, el comandante de las tropas de la zona en que estaba situado el fuerte, y le ordenó ocuparlo de nuevo y defenderlo mientras le quedara un hombre. Chrétien aceptó hacerlo y trasladó la orden a su Estado Mayor. No obstante, ese mismo día, Chrétien fue sustituido por el general Balfourier; cuando este llegó, el cansado Chrétien le aseguró que la ocupación del fuerte estaba en marcha y que no se preocupara de ello. La orden de enviar más personal que reforzara el fuerte había sido dada, en efecto, pero en alguna parte de la cadena de comunicaciones interna del ejército francés, la orden se perdió, y el fuerte quedó abandonado con la escasa guarnición que tenía.
Mientras tanto, los alemanes, que nada sabían de todo esto, el 25 de Febrero de 1916, ordenaron al 24° Regimiento de Brandenburgo, que avanzara hacia el Fuerte. Acompañando a las tropas germanas, iba un grupo de zapadores, mandado por el sargento Kunze, con la misión de cortar el almabre de espinos y limpiar otros obstáculos que pudiera encontrar el grueso de la fuerza en su avance. Al llegar junto al foso que rodeaba el fuerte el sargento ordenó a sus hombres que formaran una torre humana para que él pudiera trepar hasta una tronera de los cañones . Kunze exploró con sólo dos compañeros los largos túneles del interior del fuerte y finalmente siguió en solitario, se topó con cuatro artilleros franceses encargados del cañón de 155 mm., los arrestó e inmediatamente se extravió y perdió contacto con sus compañeros. Caminando con sus cuatro prisioneros delante, Kunze llegó a un patio interior cuando, repentinamente, sus prisioneros lograron escapar. Kunze estaba a punto de abrir fuego cuando advirtió un barracón en el que había gente reunida. Sin intimidarse, arrestó rápidamente a los 20 soldados franceses presentes, momento en el que un obús alcanzó el fuerte y apagó las luces de la habitación. Con gran presencia de ánimo, Kunze cerró la pesada puerta y la trabó desde el exterior. La llegada de tres oficiales alemanes, Radtke, Haupt y Von Bradis, al frente de más tropas, sirvió para completar la labor de Kunze, con lo que el fuerte se capturó intacto. Tras consolidar la posición, se zamparon una bien ganada cena, con las provisiones del Fuerte. En toda la jornada, no se había disparado un solo tiro, y la única baja registrada fue un soldado alemán que se hirió la rodilla por error.
La propaganda francesa trató de minimizar el incidente dando cuenta de las numerosísimas bajas que la toma del fuerte había costado a los alemanes, mientras en Alemania todos los periódicos recogieron la noticia con grandes titulares, los niños no tuvieron escuela, y repicaron las campanas.
A pesar de los incesantes ataques, en los que los oficiales enviaban a los soldados al matadero empleando tácticas del siglo XIX, con avances frontales frente a ametralladores, cañones y fusiles automáticos, el fuerte no fue reconquistado hasta el 24 de octubre del mismo año. El Regimiento de Infantería Colonial de Marruecos, fue el que consiguió la hazaña. Los franceses se dejaron en el empeño 10.000 vidas.
En el bando alemán, al sargento Kunze le fueron reconocidos sus méritos, no obstante, las máximas condecoracociones fueron para los oficiales Oberleutnant Cordt von Brandis y Hauptmann Hans-Joachim Haupt.
Interesantísimo relato, Trecce, y muy bien llevado. Es curioso que aquellos oficiales de los dos bandos seguian en la guerra con las mismas distancias sociales que en tiempos paz, pues las clases aristocráticas de Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia designaban oficiales unicamente a sus aristócratas, y carne de cañón a sus campesino reclutados a la fuerza. En todos los bandos.
ResponderEliminarLobos de la misma manada, no se muerden. Al final de las batallas, los oficiales eran recogidos y atendidos en cuanto se podía, los soldados, a esperar turno o, sencillamente, eran rematados.
Eliminar¿Cuándo fue la última vez en que Francia hizo una guerra bien llevada sin necesidad de ayuda de otros.?
ResponderEliminarEl caso es que siempre sacan tajada.
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