Don Fadrique López de Mendoza, conocido como el Comendador, tuvo relaciones ilícitas en su juventud con doña Blanca Roldán, esposa a la sazón del hacendado don Valentín de Solís. De estos amores ilegítimos nació una niña llamada Clara. En edad de contraer matrimonio, su madre, doña Blanca, quiere remediar de algún modo el desliz cometido en su mocedad. A este efecto concibe dos soluciones: Primera, que se case su hija con don Casimiro, heredero de don Valentín en caso de que este no tuviera descendencia, para que la fortuna de éste vaya a quien corresponde. Esta primera solución se desvanece ante la repugnancia de Clara a unirse a un tipo bastante feo, achacoso y mucho mayor que ella. La segunda solución, es que abrace la vida monacal. A estos planes, que si reparan el daño es a cambio del sacrificio de una joven inocente, más propensa a quemarse en la llama del amor humano, por estar prendada del apuesto y elegante don Carlos, que en la del amor divino, se opone el comendador Mendoza, rescatando a su hija de hábil e ingeniosa manera.
Argumento enrevesado, aunque planteado de manera sencilla, que sirve al autor para enfrentar el dogmatismo de los preceptos morales de la doctrina cristiana llevados al extremo y la libertad del individuo que no ha de ser vasallo de deudas contraídas por otros, aún en el caso de ser el fruto inocente del pecado.
Con ser el Comendador un carácter bien estudiado, donde se dan las condiciones del hombre volteriano de aquellos días -último tercio del siglo XVIII- sin que el corazón se inhiba del todo frente al espectáculo de la vida, no le va a la zaga, aunque en el plano opuesto, doña Blanca Roldán. De estos dos temperamentos antagónicos, irreconciliables, forjado el uno en la virtud cristiana, en la moral más austera, y contaminado el otro del "virus" escéptico que a la sazón se enseñoreaba de Europa, surge el interés dramático de la novela.
Como en otras novelas del autor, en uno de los personajes reconocemos al alter ego de Valera, en este caso, el protagonista de la novela, el Comendador Mendoza. No se contenta, pues, con imprimir a la fábula su donosura espiritual, su gracejo andaluz, la alegría cósmica que nace de su natural optimismo, sino que ha de hablar también por labios de su personaje, sobre cuestiones de amor, de moral o de filosofía.
La obra cobra interés a medida que avanza. Al final, entretiene.
ResponderEliminarEn la línea costumbrista de Valera.
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