miércoles, 1 de enero de 2014

1492. LA CONQUISTA DEL PARAÍSO

Cristóbal Colón (Gérard Depardieu), un marino genovés llegado a Castilla tras no haber encontrado eco en Portugal su proyecto de abrir una nueva ruta hacia las indias, pretende que la corona de sus católicas majestades sufrague los gastos de la empresa. Gracias a la intermediación del padre Marchena (Fernando Rey), un franciscano del convento de La Rábida, logra superar el escollo que produce su desconocido pasado y consigue que finalmente la reina Isabel (Sigourney Weaver) haga suyo el proyecto, en el que colaboran de manera decisiva el armador Martín Alonso Pinzón (Tchéky Karyo) y el banquero valenciano Luis de Santángel (Frank Langella).
El 3 agosto de 1492, las tres naves de que consta la expedición, parten del puerto de Palos hacia un destino incierto, pues Colón confiesa al padre Marchena que ha mentido en sus cálculos y que piensa que el viaje durará más de lo que ha dado a entender. Tras una travesía en la que la tripulación, ante la tardanza en avistar tierra, amenaza con amotinarse, el 12 de octubre del ese mismo año, llegan a unas costas desconocidas que Colón bautiza como San Salvador, donde entablan encuentro con la población nativa. Es el comienzo de la colonización de un nuevo mundo.

 
La película, desde mi punto de vista, tiene dos vertientes que se contraponen, en lo que a resultados se refiere. Por un lado como film histórico, es bastante endeble, por ser suave, es cierto que Ridley Scott pretende centrarse sobre todo en la figura del almirante, en su persona, en el hombre, con sus grandezas, pero también con sus desdichas y miserias, pero en buena parte se inventa al personaje, confunde (o mezcla, vete a saber) el segundo y el tercer viaje de Colón; se inventa también al personaje de Mújica (Michael Wincott), que aunque existió, no era ese tipo vestido de gótico, con espuelas de vaquero texano y malo, malísimo que nos presenta, como tampoco Colón era el defensor de los taínos, los indios que enfrentados a los caribe poblaban el territorio al que arribó D. Cristóbal.
Y qué decir de la que monta alrededor de la ciudad de La Isabela, antes del tifón que todo lo arrasa, nos la presenta como el primer resort spa de lujo en el Caribe, con una catedral y todo, grandiosa y digna de la época de esplendor de la arquitectura colonial, con una campana que con lo que pesa, no sé cómo no hundió la torre de la iglesia. En fin, todo muy retórico.

 
Otra cosa es el aspecto púramente cinematográfico, en el que Scott demuestra su arte, con algunas secuencias de gran nivel artístico y estéticamente deliciosas, una fotografía que juega con las luces de manera soberbia, presentando muchas estampas que son, por sí mismas, auténticas obras de arte.
Los actores, bien en general, dentro de los cauces, a veces ridículos, que les marca el guión, aunque haya escenas, como en la que Colón se dedica a destrozar lo que encuentra a su paso en el scriptorium de los monjes, que son un poco sonrojantes. Sigourney Weaver, pues presenciando las cosas desde las alturas, las suyas, que no vamos a descubrir ahora.

 
Después está la música de Vangelis, lo mejor de la película, sin duda, otro portento que se marca el maestro griego y que se ha convertido en un clásico de la música de cine, maravillosa.
Película hecha en el año del V Centenario, en la que además de que la historia real ha sido acomodada sin ninguna cortapisa, deberían haberle metido la tijera para aligerar el metraje, pues se hace un poquito pesada.

 
 
 

4 comentarios:

  1. No la he visto desde su estreno y no me atrevo a hacerlo ahora.

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    1. Supongo que con una vez es suficiente, al menos en este caso.

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  2. Yo creo que el tema de Colón ya está demasiado manoseado.

    Saludos Trecce.

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    1. Ridley Scott ofrece una mirada diferente, otra cosa es que guste más o menos.

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