jueves, 7 de mayo de 2015

EL PATIO DORMIDO

"Homo homini lupus", dijo Plauto en su "Asinaria", cita que convirtió en universal Thomas Hobbes muchos siglos después.
También es cierto que otro hombre, Jesús de Galilea, dijo aquello de "Ama a tu prójimo como a ti mismo". El hombre se mueve en el amplio espectro que va entre estos dos conceptos, incluso peor, si se me permite, porque en ocasiones somos bastante peor que lobos, que al fin y al cabo ellos son solidarios dentro de la manada y nosotros ni siquiera. En general somos capaces de lo mejor y de lo peor, de dar la vida por un semejante (¿qué más se puede dar?) o de apuñalar a un desconocido que nos ha hecho un raspón en el coche. Somos egoístas y vivimos rodeados de un egoísmo que se ve empeorado por ese afán competitivo que se nos predica desde todos los púlpitos mediáticos.
La novela de María José Galván habla de la vida, del mundo que nos rodea, del cercano, pero que también vale para el menos próximo. Comienza y acaba con una muerte, un círculo que puede convertirse en algo que no tiene fin, como si la historia volviera a repetirse. Por cierto, aunque es una novela bastante desesperanzada, ambas tragedias, sobre todo la que abre la narración, están contadas de una manera muy poética a pesar de lo contradictorio que pueda parecer, pero todos conocemos esa belleza que saben sacar algunos literatos de las cosas tristes.
María José plantea una historia bastante pesimista, de esas que te hacen perder la fe en el prójimo porque habla de nuestra dificultad, cuando no incapacidad, para vivir en sociedad, precisamente porque te das cuenta de que te está contando cosas que ves todos los días, es decir, no carga las tintas, sencillamente relata hechos que pueden ocurrirnos a cualquiera de nosotros, que de hecho nos han ocurrido, aunque con un poco de suerte no haya sido en circunstancias tan dramáticas. Claro que hay personas buenas en la novela, incluso esos pardillos que todos conocemos y de los que se aprovechan los cobardes que no se atreven con otros. Bueno, que se aprovechan es decir poco, en ocasiones los machacan con una especie de regodeo asesino, saben de su debilidad de carácter y se crecen en la crueldad hasta resultar repulsivos, odiosos.
Con una estructura que me recuerda (salvando las distancias) el mundo galdosiano, por las constantes referencias a los entornos madrileños que sirven de marco a la novela y por ese aire de moderna corrala en la que se desarrolla la vida de los protagonistas, un coro de personajes que María José nos va describiendo con detalle, con tanto detalle que en algunos pasajes de la novela se hace esclava de ese afán de pormenorizar y resulta un tanto prolijo. Allí encontramos a los estereotipos que nos propone la autora, ellos pueden ser nuestros propios vecinos si vamos poniendo de aquí y quitando de allá.
Al tiempo, la escritora construye una acertada crítica de la sociedad actual, cuyos defectos vienen a ser los de cualquier época con las variantes propias del contexto que nos toca vivir ahora.
La novela ofrece variadas reflexiones al lector, no se trata simplemente de buenos y malos, en sus páginas hay una denuncia del pasotismo que muchos llevamos dentro, volver la vista a las obligaciones, a los pequeños sacrificios que en ocasiones requiere de nosotros la sociedad, mientras por otra parte, criticamos a quienes cargan con esas tareas que eludimos, tachándoles de afán de protagonismo, para despellejarlos de manera mezquina cuando no hacen las cosas a nuestra conveniencia.
Confieso que sin conocerla personalmente, tengo cierta admiración por la persona de María José, quizá no sea como yo la imagino, pero por lo poco que sé de ella, tiene ganada mi simpatía, así que tampoco puedo ser demasiado objetivo con su trabajo.
Dicho lo cual, añado que me ha parecido una buena novela, bastante pesimista por real y con un arranque que me gustó especialmente, pero sobre todo por esa recreación en el microcosmos del patio y alrededores del mundo mismo, de nuestro planeta tierra, cuya apariencia engaña, tan azul y verde desde el espacio y tan inestable en su interior, como el mundo de los vecinos que protagonizan la historia alrededor de un núcleo al que vuelven la espalda, pero que está allí, inestable y cuando las placas tectónicas se mueven, la engañosa tranquilidad se pierde en el desequilibrio del terremoto que saca lo mejor y lo peor de cada cual.



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