martes, 5 de mayo de 2015

FAVORES QUE MATAN

Este relato, normalmente se publica agrupado con otros varios, bajo el título de "Crónicas italianas", aunque no era el título que tenía pensado Stendhal.
Al parecer, los relatos provienen de unos manuscritos de entre los siglos XV al XVII, que Stendhal encontró en los archivos del palacio Caetani, cuando era cónsul de Francia en Civitavecchia. Stendhal los fue publicando en La Revue des Deux Mondes, excepto los dos últimos, uno de ellos este del que hablamos, que quedaron sin terminar y se publicaron postumamente, tal como él los dejó.
El relato, titulado Favores que matan, se sitúa en una ciudad de la Toscana en la que hay un sombrío y magnífico convento, la abadía de Santa Riparata, que sólo recibe doncellas pertenecientes a la más alta nobleza.
No tardaron en sobrevenir en el convento de Santa Riparata asuntos de una naturaleza bastante delicada: los amores de la hermana Felicia degli Almieri turbaban la tranquilidad del monasterio. La familia Degli Almieri era una de las más poderosas y más ricas de Florencia. Muertos dos de los tres hermanos, a la vanidad de los cuales había sido sacrificada la joven Felicia, y no teniendo hijos el tercero, esta familia dio en pensar que era objeto de un castigo del cielo. La madre y el hermano, que sobrevivía a pesar del voto de pobreza que había hecho Felicia, le devolvían, en forma de regalos, los bienes de que la habían privado para dar lustre a la vanidad de sus hermanos.
Las muy nobles damas de Santa Riparata podían tener hasta cinco camaristas, y la hermana Felicia degli Almieri pretendía tener ocho. Todas las damas del convento que tenían fama de casquivanas, y eran quince o dieciséis, apoyaban las pretensiones de Felicia, mientras que las otras veintiséis se mostraban muy escandalizadas y hablaban de recurrir al príncipe.
La buena hermana Virgilia, la nueva abadesa, estaba lejos de tener una cabeza lo bastante capaz para zanjar este grave asunto; los dos partidos parecían exigir de ella que lo sometiera a la decisión del príncipe.
El príncipe tenía un amigo íntimo, el conde Buondelmonte, al que envía al convento al objeto de zanjar el asunto. El conde, hombre apuesto, al que las jóvenes monjitas veían ya mayor (tenía 35 años tan sólo), no estaba interesado en trabar amistad con personas del sexo contrario, pero hete aquí que la hermana Felicia, tras disputar vivamente con el conde, se siente atraída por un hombre cuya conversación le resulta amena y entretenida, con unos dones que sobrepasan la media y al conde, a su vez, no le resulta del todo indiferente, una mujer que demuestra tener una inteligencia despierta y un espíritu cultivado, además de una singular belleza.



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