jueves, 11 de marzo de 2010

EL HOMBRE TRANQUILO

¿Hablamos de John Ford? ¿O de John Wayne? ¿De Maureen O'Hara? Incluso podemos hablar de Victor McLaglen en su papel de brabucón o del casamentero. ¿Qué me decís de la espléndida fotografía a la que por otra parte, tanto se presta el encanto de la Irlanda rural?
En fin, no voy a hablar de tecnicismos, de los que apenas entiendo, ni de lo bien o mal que lo hacen los actores, del guión o del Oscar que se llevó Ford.
Si esta peli siempre ha estado entre mis preferidas, no se debe tanto a su calidad artística (que no voy a descubrir), sino a que es capaz de colarse dentro de uno. No sé cuántas veces la habré visto, pero por más que me la sepa casi de memoria, no dejo de desternillarme de risa con el humor y la ironía que de manera tan habilmente distribuída, salpican la película, y de disfrutar con esa especie de documental etnográfico que es, pues no deja de ser el retrato de una sociedad ya extinguida y que sabe retratar bastante bien, aunque sea adornada con la atmósfera idílica que todos sabemos es irreal.

Pero esto es una película y el cine tiende a esto, incluso cuando nos habla de cosas crudas. Quien hubiera aparecido en la Irlanda de los años 30, en la que está ambientada la peli, no se hubiera encontrado con esta especie de Camelot rural.
El ambiente que logra transmitir al espectador es muy difícil de lograr por el equilibrio que logra entre comedia, drama y romanticismo. Todo un homenaje a la camaradería (más que a la amistad) y a los valores tradicionales de las sociedades sencillas.
Tampoco le doy muchas más vueltas, ni trato de buscar recomendaciones morales o de entrar en la posible misoginia de algunos personajes, prefiero seguir viéndola como un cuento en el que todo el mundo es feliz.


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