lunes, 29 de enero de 2018

UN POCO DE CHOCOLATE

Lucas (Héctor Alterio) y María (Julieta Serrano) son hermanos y están viejos. Comparten una casa con sus recuerdos y los fantasmas buenos de las personas a las que han amado. Saben que más tarde o más temprano, uno antes que el otro, comprarán el billete para el último viaje.
Marcos (Daniel Brühl) y Roma (Bárbara Goenaga) están solos y son jóvenes. Ella es enfermera y pinta ventanas que embellecen las vistas desde su habitación. Marcos anda perdido agarrado a su acordeón y a un montón de preguntas que no sabe responder. No saben que más pronto que tarde emprenderán un camino juntos.
Un día, el azar va a reunirlos. A partir de ese momento, Lucas y María desde la maravillosa altura de sus años van a contaminar con su manera de ser a Roma y a Marcos. Y Marcos y Roma, con la torpeza de su juventud, van a revivir ante ellos los prodigios del principio del camino. Y van a darles envidia, mucha, y a cambio aprenderán las sencillas respuestas que tienen las preguntas más complicadas.
Lucas es un entrañable anciano que ha comenzado a perder la cabeza y que recuerda al amor de su vida, Rosa (Marián Aguilera), y a sus amigos como si los tuviera presentes, para revivir con ellos las aventuras de la guerra o en la carpintería, sus partidos de fútbol en la playa, o los besos de su mujer y sus despedidas subiendo al tranvía. Y si unos se van en una especie de ascensión al Shisha Pangma, otros llegan y comienzan a construir esa vida de música festiva y de chocolate: es el caso de Marcos, un joven que se ha alejado de sus padres al contemplar su marchito matrimonio, y que volverá a creer en el amor cuando conozca a Roma, una enfermera que vive su particular soledad.


Adaptación cinematográfica de la novela de Unai Elorriaga "Un tranvía en SP", que fue Premio Nacional de Narrativa en 2002.


Es verdad que la película tiene algunas carencias, que quizá Aitzol Aramaio, en su primer largometraje, mueve la cámara demasiado rápido en alguna secuencia, que el guión no está bien redondeado, que algunas cosas de las que nos cuenta podrían haberse mejorado, pero a la hora de la verdad, la historia es tan encantadora y las actuaciones son tan naturales que pronto nos olvidamos de esos detalles para dejarnos atrapar por la conmovedora forma de acercarnos a la enfermedad, a la vida misma, sin aspavientos, sin buscar el recurso fácil y con las pinceladas de humor en su justo término.
Lo mejor, creo yo, las interpetaciones, Daniel Brühl y Bárbara Goenaga correctos, jóvenes y guapos; Julieta Serrano con el poso que solo da la veteranía y Héctor Alterio para el que no hay palabras ¡qué gran trabajo!, desde el inicio, su personaje, gracias a la interpretación maravillosa, nos atrapa, le queremos y su presencia nos subyuga.
Un trocito de chocolate, el paseo por las calles del pueblo, ver las olimpiadas en la tele o la tarea humilde de arreglar la pata de una mesa que cojea, se convierten en un camino hacia la felicidad, la felicidad de las cosas sencillas.
Una película, por diversos motivos, nacida casi para ser olvidada, no creo que mucha gente la viera cuando estuvo en cartelera, sin embargo, desde aquí, humildemente, les hago una recomendación: Si tienen ocasión, véanla, les gustará o, cuando menos, les resultará agradable.




4 comentarios:

  1. Con una frase resumes la bondad de la peli = " Un trocito de chocolate, el paseo por las calles del pueblo, ver las olimpiadas en la tele o la tarea humilde de arreglar la pata de una mesa que cojea, se convierten en un camino hacia la felicidad, la felicidad de las cosas sencillas. "

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    1. Y es que como dice una buena amiga: "Bendita rutina"
      Solo nos damos cuenta de lo egoístas que somos cuando nos llegan los problemas de verdad y no podemos disfrutar de esa bendición que son las pequeñas cosas de cada día.

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  2. Pues yo sino me he liado como un trompo, a no ser que me confunda con otra creo que la he visto; pero bueno uno ya está medio senil. Te digo lo de liarme, porque de Hector Alterio he visto varias.

    Salud Trecce.

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