sábado, 20 de febrero de 2016

VERDÚN

A las siete de la mañana del 21 de febrero de 1916, la tierra comenzó a temblar en un amplio territorio del norte de Francia. Mil doscientos cañones alemanes habían empezado a disparar al unísono contra las posiciones francesas de Verdún y sus alrededores, tras una serie de descargas aisladas realizadas a lo largo de la noche.
Habían transcurrido dieciocho meses desde el inicio de la Primera Guerra Mundial y en un antiguo bastión junto al río Mosa, en el este de Francia, había comenzado el símbolo bélico de toda la guerra de 1914-1918. La batalla de posiciones de diez meses de duración, que llegó a ser conocida como “la batalla de Verdún”, confirió grandeza al lugar y, aun antes de que hubiera concluido, la ciudad en ruinas y sus alrededores ya dejaban adivinar su fama póstuma.
Paul Jankowski, profesor en la Universidad de Brandeis, Estados Unidos, es uno de los estudiosos de la historia de Francia más prestigiosos del mundo y en este libro trata de ahondar en los motivos de esta famosa página de la Historia, su desarrollo y las consecuencias sobre el devenir de la Guerra y sobre las personas que participaron en ella. Para ello ha consultado multitud de archivos, publicaciones y otras fuentes de ambos bandos, aunando los documentos oficiales o académicos con los testimonios de personas sencillas (soldados, oficiales de todo rango, periodistas, civiles, etc.) que fueron testigos del sangriento enfrentamiento, para lo cual ha repasado cartas enviadas a sus casas, artículos de prensa, discursos en conmemoraciones o simples declaraciones de esos protagonistas.
Una de la preguntas que más controversia ha ocasionado, dando lugar a tesis muchas veces contradictorias, es la de los motivos alemanes para atacar Verdún, un enclave con escaso valor estratégico. Se sabe que una vez establecido allí el frente, tras la contraofesiva francesa que logró frenar lo que se preveía como un devastador ataque alemán, el principal motivo de unos y otros para continuar enzarzados en el lugar sin apenas avances visibles, fue el prestigio y la convicción de que una retirada estratégica minaría la moral de las tropas, porque los estrategas militares que han estudiado a posteriori la batalla, prácticamente coinciden en que los franceses podrían perfectamente haber cedido unos kilómetros rearmando su frente algo más atrás, sin que ello hubiera supuesto ninguna ventaja al enemigo y, por el contrario, los alemanes se pudieron decidir por abandonar el frente de Verdún tras perder el factor sorpresa, porque sabían que aunque ganaran la ciudad, ello no les supondría ningún paso decisivo en su objetivo de avanzar hacia París.
Jankowski tampoco tiene respuesta para esclarecer los motivos que tuvo Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán para decidir el ataque en aquel punto concreto. Falkenhayn se las arregló para dejar en la oscuridad cuáles eran sus intenciones con la batalla de Verdún; no solo a sus enemigos, sino también a sus compatriotas, a sus contemporáneos y a toda la posteridad.
De cualquier modo, el trabajo de Jankowski va más allá y en las páginas del libro va desgranando las consecuencias que esta, como otras batallas de la Gran Guerra, tuvieron sobre el nuevo concepto de enfrentamiento bélico con la aparición del armamento pesado, empleado por primera vez a gran escala que deshumanizó de una vez por todas, lo que de humano pudiera haber en cualquier guerra, haciendo desaparecer de forma definitiva los conceptos de caballerosidad que venían de la época medieval y que aún se habían mantenido hasta las guerras napoleónicas y las inmediatamente posteriores.
Quizá el principal valor del libro sea ver insertados todos esos pequeños testimonios de protagonistas anónimos, entre los obtenidos de la documentación oficial o académica, que nos ayudan a comprender el sufrimiento que la tropa soportó en esta guerra de desgaste en que los nervios del más templado eran puestos a prueba por las duras condiciones físicas y psicológicas que los constantes bombardeos de un enemigo invisible, por un lado y el barro, la lluvia, el frío o el calor por otro, imponían cada nueva jornada sin solución de continuidad. Pero no sólo eso, el autor analiza también los nuevos desafíos que el transporte de todo ese material, grandes cantidades de tropa y suministros, suponían para el alto mando de cada ejército y también lo que la guerra de posiciones incidía en los combatientes y en su moral, así como los problemas derivados de los errores o el despotismo de algunos de los jefes y sus órdenes incongruentes o las dificultades de convivencia ocasionadas por las características del frente que, en ocasiones, en lugar de fomentar la camaradería, hacían que valores como este, se desplomasen.
Un libro quizá algo árido por la cantidad de datos que maneja, pero que el autor trata de hacer ameno al lector con todos estos pequeños detalles y anécdotas que quedan señalados, aunque no siempre lo consigue.
Para el estudioso queda la magnífica aportación que suponen el apéndice sobre las fuentes y la copiosa bibliografía que se añade al final del libro.

Esta reseña fue publicada en su día en HISLIBRIS





6 comentarios:

  1. Excelente disección del libro.
    Aquella guerra aún se desarrollaba bajo el imperio de las inmensas diferencias de las clases sociales de cada Imperio (Alemán, Británico, Francés, Austriaco y Ruso), en donde los aristócrtas de cada país eran de entrada los oficiales, y los obreros no podian pasar de ser carne de cañón.
    Lo que conllevaba la enorme ineptitud de la mayoría de los mandos de todos los bandos. No hay que olvidar que hasta despúes de esa guerra en ninguna Academia Militar admitian a los que no tuvieran título nobiliario.

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    1. Así es D. Javier y aunque hubo magníficos oficiales que sufrieron con sus hombres, también estaban aquellos a los que poco importaban unos miles de hombres más o menos.

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  2. Con los oficiales militares pasa como con los políticos: es muy difícil que den cuentas de sus errores y negligencias.

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  3. En algún sitio he leído la teoría de que la idea del alto mando alemán era simplemente la de matar soldados franceses más deprisa de lo que estos pudieran reponerlos, y como supuestamente tenían mayor potencia de fuego mucho más deprisa de lo que los franceses pudieran machacar alemanes. Consiguiendo la rendición de Francia, no por conquistar el territorio, sino por agotamiento de recursos y de capacidad de enviar gente al matadero.

    Desde luego que no acertaron ni de broma.

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    1. Sea lo que fuere lo que pretendían los alemanes, el caso es que Francia encontró el argumento idóneo para crear un mito que aunara voluntades, así que les salió muy mal a los germanos empecinarse en esta batalla.

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